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En Madrid, la ola de calor castiga a San Cristóbal por ser el cuarto barrio más pobre de España

Los bloques de ladrillo carecen de aislamiento, la densidad de arbolado es menor así que la temperatura supera en tres grados la del centro de la capital

Varias personas se protegen en la sombra durante la ola de calor del mes de julio, en San Cristóbal de los Ángeles, Madrid.
Jacobo García

Son las cuatro de la tarde y en la calle Godella el termómetro marca 42 grados. “Hace tanto calor que parece la Puerta del Sol”, se cachondea el único valiente que resiste bajo el sol. Lo hace sin moverse en el centro del barrio de San Cristóbal, en el distrito de Villaverde, sentado en un diminuto taburete donde repara móviles junto a un cartel lleno de faltas de ortografía en el que ofrece sus servicios: “cambio de pantayas”, “todas las marcas”, “asta con agua”...

La mujer colombiana que atiende la cafetería del centro cultural del barrio lo hace con ojeras. “No pego ojo con este calor”, dice mientras sirve chupitos de Dyc y un café con hielo, en un edificio del Ayuntamiento que es un homenaje al Aire Acondicionado. Un alarde en un barrio donde lo normal es no tener aire acondicionado y quien lo tiene elige un par de horas al día, cuando la tarifa es más barata, para ponerlo en marcha. Así que la camarera pasa las noches “pegada al ventilador y de la cama a la ducha y de la ducha a la cama”, explica.

San Cristóbal es el cuarto barrio más pobre de España, después de Polígono Sur y Los Pajaritos de Sevilla y el de Juan XXIII en Alicante, según las cifras del INE sobre rentas medias. Un popurrí de acentos que se apagan a las horas de más calor que, en San Cristóbal, son más calientes que en el resto de la ciudad. Si la capital se cuece estos días con máximas de 42 grados, el sur de Madrid es un lento baño María que se cocina entre bloques de ladrillo sin aislamiento, calles sin sombra y una vegetación testimonial, donde hay tres grados más de temperatura que en el resto de la ciudad, según los estudios de la Universidad Politécnica en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid.

A esas horas, una familia sale del tren de cercanías y avanza en fila india pegada a la pared por la única sombra que es un pasillo que va de la estación a su casa. A varias calles de allí, el hombre que dormita en la plaza, disfruta de lado a lado tumbado en un banco hasta que un balón, un patinete y tres jóvenes sin camiseta lo sacan del sueño. Interrumpen la siesta frente a una fuente de varios chorros que arroja una ligera brisa, más evocadora que real. Con los ojos cerrados podría parecer una cascada o un dulce manantial, pero no es el caso. Este agua tiende al verde y estos días el hombre ha convertido el banco y la fuente en una prolongación de su casa. “Cuando hace mucho calor en casa”, dice señalando un bloque de viviendas a su espalda, “bajo aquí a dormir”. Durante la conversación, el móvil se queda apoyado en el banco y cuando el periodista vuelve a por él está apagado porque la temperatura es excesivamente alta, dice el aparato. El hombre sin clientes que repara móviles tiene ahora explicación.

Dos personas pasean frente a un edificio sin aire acondicionado, durante la ola de calor del mes de julio en San Cristóbal de los Ángeles, Madrid.

El barrio de San Cristóbal tiene unos 17.000 habitantes, más de la mitad de ellos emigrantes que no llegaron precisamente del frío: ecuatorianos, dominicanos, marroquíes o peruanos son las nacionalidades predominantes.

Según una estimación realizada a partir de los datos de población, tipología de vivienda y renta per cápita, se calcula que solo entre un 50 % y 60 % de las viviendas de San Cristóbal disponen de aire acondicionado frente al 80% de Chamartín.

Paralelamente, en comparación con otras zonas como Retiro, Chamberí o Chamartín, la densidad de árboles por cada 1.000 metros cuadrados multiplica por cuatro a la de San Cristóbal. El principal parque aquí, Dehesa Boyal, es un pulmón que intercala zonas verdes y amarillas donde no hay terrazas que fumiguen agua periódicamente, sino gente dormitando bajo cualquier sombra.

Dayana, nacida en Perú, llega de trabajar desde Alfonso XIII, en la otra punta de la ciudad. En casa solo tiene un aparato de aire acondicionado que comparte con su madre y sus tres hermanas, pero por miedo a la factura apenas lo ponen un par de horas durante el día: una por el día y otra durante la noche. Así que para dormir, alterna la sala del aire acondicionado con su habitación.

Acaba de salir del metro y ya suda intensamente, pero tiene tiempo para el humor.

-He sufrido un golpe de calor en el metro-, dice.

-Una señora me ha dado con el abanico en la cara-, y se ríe.

En la tienda del chino que hay de camino a su casa están agotados los ventiladores.

En San Cristóbal, la piscina municipal más cercana, el polideportivo Raúl González Blanco— está fuera del barrio. Tampoco abundan los “refugios climáticos” como bibliotecas o centros culturales, aunque en el centro de mayores, el bedel confirma que la orden recibida es acoger a quien solo quiera resguardarse del calor. No obstante, la red impulsada por el consistorio para este verano apenas cubre de forma efectiva los barrios más vulnerables. “Hemos señalado espacios frescos en todos los distritos, pero reconocemos que hay zonas donde el acceso es más complicado”, dijo Mariano Fuentes, delegado de Urbanismo del Ayuntamiento, durante una comparecencia sobre el Plan de Calor 2025. En la calle, una primera medida podría ser instalar toldos como los que se ven en las zonas más turísticas.

A falta de sombras, el refugio climático más efectivo en San Cristóbal es un bar dominicano que parece una sucursal de Santo Domingo. Luz blanca neón y una combinación de aire frío y ventiladores de techo donde la bachata suena como si fuera de madrugada. Ahí conocen el aire acondicionado antes que la independencia.

A pocos metros de ahí está, probablemente, la zona más caliente de Madrid. Se trata del trompo de carne del negocio de Kebabs… A las 4 de la tarde no hay un alma, pero a medida que cae el sol, la calle se llena de ritmo y de camisetas de tirantes. El verano se parece más a estar en casa. Los muchachos sacan las sillas, sus amigas bailan, otros juegan con el celular y el calentamiento global toma otra dimensión.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.
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