Los ‘refugiados’ de Trump se instalan en España: “No vamos a volver a Estados Unidos”
EL PAÍS recoge las historias de varias familias norteamericanas llegadas ante la deriva del país y la pérdida de libertades: “Las cosas se están poniendo feas”

España se ha convertido en un refugio para los norteamericanos que escapan de la deriva autoritaria de Donald Trump. Familias que, sin mirar atrás, han aterrizado con la intención de quedarse. Por ahora no son demasiadas. No se trata de un éxodo ni de una crisis migratoria. Pero los estadounidenses con los que ha conversado EL PAÍS se ven, en parte, como refugiados políticos. En un viaje inverso al que hace cuatro siglos emprendieron los primeros colonos, cruzan el Atlántico para sentirse más seguros y libres, lejos de un país donde el imperio de la ley se desvanece ante un presidente desatado.
Benjamin Gorman: “Mi país se ha convertido en una fuente de bochorno”
Esa sensación de que cada vez más ciudadanos desean salir de EE UU la percibe Benjamin Gorman, escritor y profesor de instituto de 48 años que se ha instalado con su pareja y su “hije” (y sus tres perros y sus dos gatos) en un piso del barrio Gótico de Barcelona. “Cuando Trump ganó, sabía que teníamos que escapar. La familia y los amigos pensaron que exagerábamos. Ahora me llaman para pedirme consejo. La Historia nos enseña que los primeros en irse parecen locos, pero los últimos no salen”.
Gorman, que se crio en Independence (Oregon) y ha vivido en Cincinatti (Ohio) se siente un “refugiado político”. Activista por la justicia racial, sus críticas a la enseñanza de Historia en Estados Unidos le valieron, dice, “amenazas de muerte de seguidores de Trump”, las mismas que sufrió su mujer, Chrys, que es queer y neurodivergente. Frankie, descendiente de ambos, es transexual y no binario. “Si hubiéramos esperado más para salir, su pasaporte habría sido invalidado”, dice a propósito de la orden de Trump de no emitir documentos con el género “x” o uno diferente al del nacimiento.
Han recalado en España por dos razones: Gorman habla castellano y han podido tramitar un visado para nómadas digitales. En Barcelona, ciudad que el profesor ya conocía, se sienten “bienvenidos”. Gorman comprende, no obstante, que expatriados como ellos pueden ayudar a incrementar el precio de la vivienda, pero él y su familia, dice, quieren ser “miembros positivos” de la ciudad.
“Mi país se ha convertido en una fuente de bochorno. Las cosas se están poniendo feas con más rapidez de lo que esperaba. En España puedo hablar sin miedo a la censura”, dice. “Lo más peligroso”, agrega, “es el ataque contra los inmigrantes”, y cómo las decisiones del líder republicano están generando “una gran cantidad de sufrimiento” y “miedo” en determinados sectores de población. Cree que el estatus de refugiados para norteamericanos acabará siendo una realidad.
El viaje a España es, de momento, solo de ida. “Mientras Trump sea presidente, no voy a regresar”, dice Gorman, que opina que su efecto van a durar más allá del mandato. “No voy a sentirme seguro en EE UU por muchos años. Trump es un síntoma de un cáncer más grande”.
Fred Gurrier: “Estaba harto, en Madrid tengo espacio mental”
Fred Gurrier estaba “harto” de que todo a su alrededor girara en torno a Trump. “Creo que va a pasar mucho tiempo hasta que se deshagan todas las cosas que ha hecho. Probablemente, no estaré vivo cuando vuelvan a la normalidad”, dice. El hombre, de 43 años, llegó con su familia a Nueva York desde Haití a los siete. Tiene con unos amigos una productora de campañas y anuncios para políticos y oenegés, pero decidió mudarse a Madrid, aterrizó hace apenas una semana, para despejar su mente de la política: “Si voy a pasar las horas de trabajo tratando con la política, la quiero completamente fuera de mi vida real”. Vivió en la capital hace 14 años, un año trabajando como profesor de inglés. Ha vuelto para quedarse “a largo plazo” y cree que fuera de EE UU dejará de estar tan estresado por la situación y tendrá “tiempo y espacio mental para escribir y desarrollar proyectos”.
Las medidas de Trump han afectado directamente a su empresa. Es la primera vez en seis años que su compañía ha tenido que promocionarse para conseguir contratos. Conocen a “mucha gente en política” y siempre “habían saltado de un trabajo a otro” a través de contactos. Los motivos pasan por los recortes en la financiación de organizaciones sociales, que ya no se pueden permitir pagar por sus vídeos, y el desconcierto político general en la órbita demócrata. “La gente todavía está intentando averiguar qué pasó en las últimas elecciones, y en qué dirección ir ahora”, dice.
Con el regreso de Trump a la Casa Blanca se sentía “impotente” porque había “muchas cosas pasando a la vez”. “Quizás ese sea el acierto de su equipo”, dice, “hacer tantas cosas a la vez que resulte abrumador para los rivales políticos”. “Está quemando el edificio entero”, dice el cineasta, “solo se salvarán los pocos ricos que estén en la cima, los políticos y los multimillonarios tecnológicos”.

Chris Kelly: “Mi hija notaba mucho racismo”
A Chris Kelly, californiana de melena rubia y ojos azules, la animó a dar el paso su hija, que tiene 17 años y es mulata. Ambas habían salido a la calle durante el movimiento Black Lives Matter (desencadenado por la muerte de George Floyd a manos de la policía) y la adolescente empezó a sentirse incómoda por su color de piel. “Notaba mucho racismo. Me dijo que, si Trump volvía a ganar, no quería seguir allí. Le pregunté si estaba segura, porque tenía que dejar sus clases de danza y le faltaba solo un año para acabar el instituto. No le importaba”, explica Kelly en la terraza de una elegante cafetería del Eixample que ha impuesto una moda muy americana: dejar propinas del 10 o el 20%.
Kelly y su hija viven en un “apartamento perfecto” del Eixample (más de 2.000 euros de alquiler al mes) desde hace cuatro meses. Escogieron España porque era uno de los países, con Portugal, que “permitía conseguir los visados de forma más rápida”. Y Barcelona porque localizaron una escuela americana en Gràcia. Están aquí con un visado de estudios, que permite a Kelly recibir clases de castellano. La mujer ha dejado su “casita” de San Diego (California) y ha vendido su coche. Solo ha conservado “diez cajas de recuerdos” que están en manos de un amigo, señal de que esto no son unas vacaciones.
“No vamos a volver a EE UU. El país está muy dividido y eso no se va a arreglar con un nuevo presidente. El daño que ha hecho Trump va a durar al menos una generación”, cuenta Kelly, que denuncia la progresiva pérdida de derechos y libertades bajo un presidente que “se siente por encima de la ley”. A Kelly le han horrorizado el despliegue de tropas de la Guardia Nacional en Los Ángeles y las redadas contra inmigrantes indocumentados. “A mi hija podrían confundirla con una extranjera y someterla a un proceso que ya no tiene garantías. Aquí está segura, va sola en transporte público y no teme que haya un tiroteo en la escuela”, afirma la mujer, que ha recibido el respaldo de los suyos. “Todos me dicen: ¿Puedes llevarme contigo?"

Deborah Harkness: “En EE UU la crueldad se ha vuelto normal”
Deborah Harkness, de 56 años, pisó España por primera vez en 1993. Viajó a Sevilla para estudiar el idioma, la literatura y la historia del país. Fue “un despertar”, relata esta norteamericana nacida en Boston. “Sentí algo antiguo y vivo en las calles, en las voces, en la luz... La vida aquí no te pide que actúes. Te pide que estés presente”. Tras décadas soñando con mudarse a Andalucía ha dado el paso este año tras la llegada al poder de Trump. “No podía seguir sobreviviendo en un sistema que valora más las ganancias que a las personas”, explica, apuntando que el presidente es “casi una figura religiosa para sus seguidores”. Recuerda a las “etapas iniciales del franquismo y el fascismo de Mussolini” dice: “Consolidar el poder, borrar la oposición y hacer que todo parezca legal”.
Dedicada a los Recursos Humanos en la industria tecnológica, Harkness residía en San José, California, donde el precio de la vivienda no paraba de subir: pagaba 3.200 dólares mensuales por un apartamento de una sola habitación. También subía la comida, el seguro de salud... “Me sentía atrapada, siempre a una crisis de perderlo todo. Al mismo tiempo, veía cómo se recortaban derechos, aumentaba la vigilancia y la crueldad se volvía normal”. “El privilegio blanco determinaba quién recibía atención real y quién no”, dice. La puntilla fueron las políticas impuestas por el presidente, dice, pasando a enumerar: “Personas indocumentadas y ciudadanos estadounidenses desaparecen sin registros ni rendición de cuentas, el sistema legal está saturado de demandas malintencionadas, se prohiben libros, se desmantelan programas de diversidad, equidad e inclusión… El caos y la desinformación es la forma en que se arraiga el autoritarismo”. Para ella, el “agotamiento público” forma parte de la estrategia: “Generar tanto caos que la gente deje de reaccionar”.
Hizo las maletas en junio y se va adaptando, con la ventaja de dominar bien el español, a su nuevo hogar malagueño, donde echa una mano en la organización Democrats Abroad. “Málaga tenía todo lo que buscaba: raíces profundas, energía creativa, acceso a la naturaleza, buena atención médica y un costo de vida más bajo”, celebra.

Leia Anderson: “Queremos un lugar seguro para nuestra familia”
Leia Anderson, de 41 años, lo está preparando todo con su familia para abandonar Kansas City (Misuri), donde regenta una cafetería, Second Best Coffee, que va a traspasar a sus empleados. “Estoy contenta, sé que queda en buenas manos y que están implicados en la comunidad”. La intención de Leia, su pareja, Nathan, y sus dos hijos (de diez y seis años) es instalarse en Barcelona en octubre, tras haber pasado unas semanas en primavera explorando el terreno. “Me enamoré de esta ciudad, es muy acogedora y puedes moverte en transporte público”.
La familia ha contratado a un abogado experto en extranjería para que tramite un visado no lucrativo. La vida que imagina pasa por aprender el idioma, conocer las cafeterías y el arte, unirse a comunidades de runners y “ayudar a que los niños se aclimaten”. Para conseguir una cita en el consulado necesitan alquilar una vivienda, aunque su objetivo es comprar. “Nos vamos a Barcelona con intención de que sea permanente. Queremos un lugar seguro para nuestra familia”.
Leia es transexual y no binaria, por lo que las primeras órdenes ejecutivas de Trump contra el colectivo encendieron sus alarmas. “Parecía que estábamos progresando en derechos LGTBI+”, cuenta Leia, que corre ultratrails y ha luchado para que se acepte a atletas trans en pruebas de atletismo. “Pero Trump llegó y declaró que solo había dos géneros. Su administración ha dejado claro que no quiere que los trans existamos. La retórica antitrans es tan violenta que ya no me siento segura”.
El caso de Kilmar Abrego García, deportado a El Salvador, y en general el trato dado a los migrantes dejó a la pareja en shock. “Hemos visto a gente secuestrada en las calles y deportada a países que no han visto nunca”. Leia constata que cada vez más gente huye. “No solo al extranjero, sino también a zonas más progresistas de EE UU”. En Barcelona sus hijos “no tendrán que hacer más simulacros contra tiradores”, y la gente, o eso piensa, no se fijará en las cicatrices de su cirugía. “Estoy feliz. Voy a dejar de preocuparme por que la gente sepa que soy trans”.

Musa Farah: “Es muy duro vivir con un presidente en tu contra”
A los 25 años Musa Farah se ha convertido en inmigrante por segunda vez. Su familia viajó desde Kenia hasta Lewiston, en el Estado de Maine, cuando tenía 10 años. “Es difícil ser un estudiante negro en cualquier lado”, dice, pero que desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, “todo se volvió loco”. Fue entonces cuando empezó a plantearse vivir en otro país: “Es muy duro vivir con un presidente que está en contra de tu persona, de tus creencias, tu raza, tu clase… Son muchas cosas en tu contra”.
El joven, nacionalizado estadounidense, decidió hace seis meses que se mudaría a Madrid, donde lleva algo más de una semana, para terminar sus estudios en Marketing. Planea quedarse dos o tres años y regresar a su país cuando mejore la situación económica y social.
El 4 de noviembre de 2024, el día de las elecciones presidenciales, fue “muy triste”, dice, ya que su entorno, que, con sus más y sus menos, “siempre había sido seguro” dejó de serlo. En su coche llevaba una pegatina de la candidata demócrata Kamala Harris. El día 5 la quitó: “En mi casa siempre hemos sido demócratas, pero nunca nos hemos implicado mucho”. Siete meses después, expresa más abiertamente sus ideales. “Me he metido más en política porque todo esto me ha afectado directamente, también a las personas que conozco y a las que quiero”.
Ahora tiene la vista puesta en las midterm elections, los comicios que se realizan dos años después de las presidenciales, a mitad de legislatura. Los esfuerzos de Farah se centrarán en que la gente vote a congresistas que consigan “sacudir el tablero”. Cree que cuando finalmente Trump salga del Gobierno, los estadounidenses se preguntarán: “¿Eso qué coño fue?”.

Richard Cope: “Soy judío, tengo un hijo gay, sé bien lo que puede suceder”
El último servicio que Richard Cope ofreció a su país fue trabajar como supervisor electoral para asegurarse de que sus vecinos pudieran votar libremente en las presidenciales de 2024. “Quién sabe si ese concepto siquiera existirá dentro de dos años”, afirma. Al día siguiente se subió a un avión con su pareja, Susan, para dejar atrás Rhode Island y mudarse a Nerja (Málaga). Viendo cómo “el clima político estaba yendo peligrosamente en la dirección equivocada” decidieron vender su casa y mudarse para sentirse más seguros. “Estamos en España debido a la MAGA-ficación de Estados Unidos”, subraya la pareja, que ronda los 60 años.
La elección por el municipio malagueño no fue casualidad. Lo conocieron en 2018 durante una escapada en invierno, ya que habían visto que muchos europeos lo elegían para pasar los meses fríos. También porque la diferencia horaria con la costa este americana es de seis horas, lo que permitía a Cope seguir trabajando a distancia como analista de datos médicos (ella está jubilada). Volvieron en los años siguientes y, aunque probaron también con Malta, Nerja les pareció ideal para pasar el invierno. En 2024 ya pasaron tres meses. “Fue el momento del resurgimiento de Donald Trump y la constatación de que nadie tenía el valor de enfrentársele”.
“Siendo judío y teniendo un hijo gay, sé demasiado bien lo que sucede cuando una sociedad crea grupos marginados. Pasan de no ser bienvenidos a ser odiados y, luego, atacados”, señala Cope recordando que tanto sus abuelos como los de su mujer huyeron hace más de un siglo a EE UU buscando seguridad y tranquilidad. Los Cope viajaron por ellos, pero también por sus hijos y “las generaciones futuras”. Gracias a las propiedades que adquirieron en Nerja, obtuvieron unas de las últimas Golden Visa antes de que el Gobierno de Pedro Sánchez las retirase.
“En su momento pensamos que volveríamos a EE UU cada verano, que incluso compraríamos una casa de vacaciones, pero ahora puede que todos nuestros familiares vengan a España cada año y nosotros nos quedemos donde el clima es cálido, la gente amable y la vida, una aventura”, concluye Cope.
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