Felipe VI, solo un mandamiento: no poner en peligro la convivencia
El jefe de Estado despoja su mensaje de peticiones para centrarse en los extremismos

El discurso de Felipe VI en la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado 25 de septiembre incomodó e incluso irritó a sectores de la extrema derecha española. Su llamada a poner fin a la matanza de palestinos en Gaza, sin dejar de mostrar la más absoluta solidaridad con los israelíes asesinados y secuestrados por la organización terrorista Hamás, situó al Rey en la misma onda que al jefe del Gobierno español, Pedro Sánchez, como también en la del Papa, y en la de la inmensa mayoría de los mandatarios del mundo. Felipe VI sabe que no tiene el aprecio de los extremistas de la derecha y tampoco de los partidos a la izquierda del PSOE, ni de los independentistas, no necesariamente de izquierdas, pero con motivaciones diferentes.
En los aniversarios de este año, en los que el Rey ha tenido un marcado protagonismo, Vox ha estado ausente ―como venía siendo habitual en los partidos republicanos― con el argumento de que no quería compartir espacios con el Gobierno de España, salvo lo estrictamente necesario como el Congreso y el Senado. Esta constante de este año, que concierne directamente al Rey, no ha sido un elemento esencial de su mensaje de Navidad. El Monarca no ha colocado a la institución que encarna como sujeto del mensaje de la Nochebuena de 2025, sino que ha ejercido su papel constitucional de árbitro y moderador para mostrar sin ambages su preocupación por la convivencia en España. En el discurso público cotidiano no hay límites a la descalificación del contrario. Sin líneas rojas, la desafección de los ciudadanos hacia las instituciones avanza inexorablemente, y con ello, crecen los populismos y extremismos. En suma, se deteriora la convivencia.
No todos los actores políticos con seguridad se darán por aludidos: “Sin buscar responsabilidades ajenas, ni mirar a otros, qué podemos hacer cada uno de nosotros para fortalecer la convivencia. Qué líneas rojas no debemos cruzar”, se ha preguntado el Monarca.

Cada día, a cualquier hora, en las tribunas públicas en el Congreso, en el Senado, en algunas Asambleas autonómicas, en los mítines, en las declaraciones a medios de comunicación, en las redes sociales, el insulto es cada vez más grueso, además de las acusaciones de comisión de delitos dirigidas, en este caso, al Gobierno. Con naturalidad, se sentencia que el presidente del Gobierno tiene ya el camino marcado hacia una prisión. Los casos de presunta corrupción que tocan al Gobierno han dado munición pesada para el ataque político, aunque la dureza del lenguaje quedó inaugurada desde la formación de los Gobiernos de coalición de Pedro Sánchez y sus concesiones a los independentistas catalanes.
“Estoy hablando de respeto en el lenguaje y de escucha de opiniones ajenas, estoy hablando de ejemplaridad en el desempeño del conjunto de poderes públicos y de la necesidad de situar la dignidad del ser humano, sobre todo de los más vulnerables, en el centro del discurso y de toda la política”. Con esta sentencia el jefe del Estado ha dejado establecidas sus preocupaciones, que van desde el respeto y la contención en la pelea política, a la apelación a la ética y la moral, en la que cabe la honradez en la gestión de las Administraciones y el comportamiento de los responsables públicos.
A diferencia de otros mensajes navideños, el Rey no ha hecho una relación exhaustiva de problemas, sin dejar de tocar los más acuciantes; el meollo del discurso ha ido a la esencia de los comportamientos democráticos y al temor de engordar a los extremismos por la desafección hacia los partidos políticos, columna vertebral del sistema político español. “La desinformación” y “el ruido” impiden comprender la realidad “en su amplitud”. A la vista de lo que ocurre y se dice cada día, la llamada del Rey a respetar lo que dice el contrario no tiene cabida en el momento actual ni apariencia de que pueda variarse el rumbo. España encadena un ciclo electoral ininterrumpido de seis meses. “Las ideas propias nunca pueden ser dogmas ni las ajenas, amenazas. No correr a costa de la caída del otro”. En efecto, esa es la pauta vigente.
El 40º aniversario del ingreso en las Comunidades Europeas y el 50º del inicio de la Transición han sido el respaldo del Monarca para exaltar los logros que ha conseguido España. Lo explica por haber tenido “objetivos comunes” y, con ellos, convivencia.
Ha sido un año de conmemoraciones por el 50º aniversario de la muerte del dictador Francisco Franco y el principio de la andadura hacia la democracia. Este no ha sido el objeto del discurso navideño, al considerar más urgente alertar sobre el deterioro de la convivencia que puede afectar a toda la sociedad española. Pero sí ha querido variar ligeramente el relato de la Transición del que hace protagonista a muchos actores, sin guion, con peligros, y con la determinación de muchos. No ha mencionado a la Monarquía. El rey parece ser muy consciente de que aún no existe un relato de la Transición compartido.
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