Un refugio climático en Barcelona: así es la casa de 26.000 ladrillos que evita el frío y el calor sin ninguna climatización
El estudio Alventosa Morell firma esta vivienda donde los bloques de barro aportan, además de su función estructural, un punto de estética y cualidades térmicas que hacen innecesarios el uso de calefacción o aire acondicionado


El objetivo era básico: tres habitaciones, dos baños y un salón comedor, además de la cocina. Todo desarrollado en planta baja. “Y, sobre todo, queríamos algo muy austero, porque el presupuesto era ajustado”, relata Jordi, que junto a su pareja, Gloria, querían construir su casa para salir de Barcelona tras la pandemia. Bajo estas premisas, en el estudio de arquitectura Alventosa Morell empezaron a dibujar bocetos en los que, siempre, el ladrillo aparecía como elemento básico. Pronto se convirtió en la clave esencial: su función estructural le hizo protagonista de las paredes, de sus dimensiones dependieron las de las habitaciones y sus cualidades térmicas permitieron obviar cualquier sistema activo de enfriamiento o calefacción. Su color irregular, debido a la cocción natural con biomasa, añadía un toque estético. “Todo eran ventajas”, señalan los arquitectos Xavier Morell y Marc Alventosa, responsables de la Casa GJ, levantada en Matadepera, al norte de la Ciudad Condal, con 26.000 ladrillos.

La pareja eligió este municipio porque allí los abuelos maternos adquirieron hace décadas un terreno de 600 metros para levantar su casa. En la parcela habían dejado hueco por si en el futuro sus hijas querían construir allí. Primero lo hizo una y, tras la crisis sanitaria, también quiso seguir sus pasos la segunda, Gloria. Había un hueco, entre árboles, para ello. Tras recibir el programa básico, los arquitectos tuvieron que pensar muy bien el diseño porque otro de los requisitos de los clientes era que existiese una clara relación con el entorno exterior, pero, a la vez, hubiese privacidad respecto a las otras casas.

“Nació como un rectángulo”, recuerda Morell. “El problema es que entonces no había ningún tipo de diálogo con el espacio natural”, añade. Analizaron la orientación y, también, la arboleda ya preexistente en la parcela, sobre todo en la zona norte. La solución fue ir arañando espacio a las esquinas. Resultaron así nueve cubos de igual tamaño —3,30 x 4,20— a partir de las medidas del material estrella de la casa, el ladrillo. Los espacios que quedaban en los extremos fueron completados con pérgolas y permitieron también otros usos como un lugar para aparcar el coche y un camino de conexión con de viviendas de la familia, con las que comparten piscina.

A partir de ahí, la distribución se realizó de manera sencilla. En la zona norte, la menos asoleada, se establecieron las zonas húmedas, es decir, los baños. Son dos y cuentan con un espacio con lavabo común. En la zona sur instalaron la cocina. A un lado, el comedor y la sala de estar, al otro un estudio y, más allá, la habitación principal. En el centro de la Casa GJ quedaba un espacio que es central en la vivienda y no solo físicamente, también porque es un lugar polivalente, un punto de encuentro con multitud de usos. “Al principio no lo teníamos demasiado claro, pero ese módulo central da muchísimo juego. Es como un patio andaluz cubierto, siempre con luz natural y mucha vida”, relata Jordi, uno de los propietarios de la vivienda.

“Nos encanta vivir con todo abierto”
Además, ese lugar es la pieza esencial de la estrategia climática del inmueble. Se levanta dos metros más que el resto de muros y sus ventanales superiores tienen diversas ventajas: ayudan a que el aire caliente se escape en verano y permiten que, en invierno, la radiación solar entre a buena parte de las habitaciones. Sin aire acondicionado ni calefacción por decisión familiar —el único elemento activo energético es una chimenea ubicada en ese cubo central— la estrategia de climatización tiene otro aliado, el ladrillo. Su naturaleza estructural le permite ser la base de la fachada tanto interior y exterior, pero una doble capa que entre medias incluye 14 centímetros de aislante de celulosa reciclada Aistercel impulsa su función climática. “Capta el calor cuando la casa lo necesita y se protege de él cuando la temperatura es alta”, señala Marc Alventosa.

Las pérgolas exteriores, de cuatro metros de altura, permiten igualmente la entrada directa de la luz solar en invierno para calentar el interior y, gracias a la instalación de un cañizo y unas plantas de glicinas que están creciendo, dan sombra en la temporada estival. La sombra de los árboles también ayuda. “Así hay un uso flexible: porque las terrazas más asoleadas son perfectas para la temporada fría y las más sombreadas, para la estival”, añade el profesional, que señala que la casa es así “más fisiológica” y se va transformando según el clima de cada momento. “En invierno nuestros amigos alucinan porque aquí dentro no hace frío. Y en verano la sensación siempre es mejor que fuera: tanto, que compramos un ventilador por si acaso y aún no lo hemos sacado de la casa”, insisten los propietarios y residentes, encantados con la vida familiar que pueden disfrutar en la Casa GJ. “Nos encanta vivir con todo abierto y, a pesar de ello, la privacidad es incluso mayor de lo esperado”, añaden.

Los materiales con los que se ha levantado la casa son, en su mayoría, reciclados o elaborados mediante sistemas sostenibles. “En nuestros proyectos buscamos siempre la reducción de emisiones de dióxido de carbono gracias al diseño, pero también intentamos que los materiales se produzcan con la menor huella posible”, explican los arquitectos. El ladrillo es el mejor ejemplo. Está cocido con biomasa por Cerámicas Arcis, en Valencia. Las diferentes tonalidades de su tostado natural hacen que, además de su función estructural y energética, aporte un punto estético. A la altura de los dinteles de las puertas existe una capa de otro tipo de ladrillos, más finos, que en sus juntas esconden una malla de acero para que el conjunto tenga la función de viga. Ello otorga, además, una doble textura a las paredes que llama la atención. En el techo hay bovedilla catalana —también cocida con biomasa por Tejar Bandris— sujeta con vigas metálicas. En el suelo el hormigón fratasado —que ofrece una superficie resistente y tan lisa como antideslizante— está formado igualmente por áridos cien por cien reciclados de Hercal. El vidrio y la madera de abeto de Jaume Olivé es la elegida para dinteles, ventanas, puertas, cocina y muebles— completan el resto de la vivienda.

La construcción en cubos no es algo nuevo para estos arquitectos. Ya hace algo más de una década levantaron la casa GG con seis módulos prefabricados de madera y también su última casa, denominada LA y construida en Llinars del Vallés, está diseñada bajo un sistema modular de ladrillo con cuatro cajas cerámicas que contienen las habitaciones alrededor de una chimenea central. Aunque las viviendas unifamiliares ocupan la mayoría de proyectos del estudio Alventosa Morell, fundado en 2014, no son el único sector en el que trabaja. La almazara en la comarca de les Garrigues, en Cataluña, es un buen ejemplo. También lo son uno de los proyectos por el que más reconocimiento han recibido, la construcción de 54 viviendas de protección pública en Inca (Baleares) junto a Joan Fortuny.
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