¿Y qué haría la oposición con Estados Unidos (o con los pobres)?
No se puede justificar que, a falta de propuesta propia respecto al fenómeno de la violencia, la oposición convierta en propaganda las malas noticias


La crítica critica y la oposición se opone, lo cual es normal. Pero han dedicado tanto tiempo y pasión a denunciar lo que a su juicio está mal con el gobierno de la Cuarta Transformación, que consideraron innecesario o perdieron la capacidad de construir y ofrecer alguna propuesta o una alternativa a lo que están criticando. Una posición sumamente cómoda, excepto por el pequeño detalle que eso no alcanza para ganar elecciones.
La tormenta que Trump ha desatado en el mundo entero, con efectos potencialmente devastadores para México, lo ilustra. El tema de la pobreza también. En ambos casos, la oposición y la comentocracia parecerían festinar las dificultades que enfrenta el país, como si los gobiernos anteriores no fueran corresponsables en gran medida de la delicada situación en la que nos encontramos.
Las acusaciones de narcogobierno con la que se solazan críticos en México y halcones en Estados Unidos pueden ser absurdas, pero parten de la extrapolación y distorsión de dos elementos ciertos: la incapacidad de los gobiernos mexicanos para poner límite al narcotráfico y el involucramiento de funcionarios y militares penetrados por la corrupción criminal. Dos factores que se expandieron y robustecieron mucho antes de que Morena llegara a Palacio.
A lo largo de los años gobernadores de todos los partidos han sido señalados por presuntos pactos con los cárteles y algunos con algo más que eso. Y hasta ahora el único miembro del gabinete preso en una cárcel de Estados Unidos remite a la administración de Felipe Calderón, y se trata justamente de quien era responsable del combate al narcotráfico en aquel sexenio. Es decir, lo más cerca que ha estado el Gobierno mexicano de justificar una acusación de esta naturaleza fue, justamente, en el periodo panista.
Más que de un tema partidista, en realidad, se trata de un cáncer que ha crecido como resultado de un fenómeno económico, consumo y oferta, que genera los dos posibilitadores del enorme poder de los cárteles: el dinero y las armas provenientes de Estados Unidos. Por no hablar de la responsabilidad de ese país para tolerar el trasiego y la distribución que tienen lugar en un territorio donde el estado mexicano no tiene ninguna injerencia. Tanta corrupción o ineficiencia hay en las carreteras nacionales como en las que corren desde la frontera norte hasta Nueva York o Detroit. Resulta muy conveniente para efectos políticos de la agenda republicana culpar exclusivamente al Gobierno mexicano actual. Antes de plegarse y alimentar esa visión, la comentocracia y la oposición tendrían que hacerse cargo de las consecuencias de esa agenda.
Hoy, que el Gobierno ha intensificado la estrategia de combate al crimen organizado y ha comenzado a ofrecer resultados visibles (tanto en aprehensiones como en la disminución de cifras rojas), se ridiculiza el esfuerzo contrastándolo con lo que no ha resuelto en once meses, como si no fuese el resultado de 30 años de inacción o de estrategias equivocadas o insuficientes. Nos aproximamos ya a una cifra de asesinatos diarios cercana a la mitad de lo que padecíamos al final del sexenio de Peña Nieto. Pero la prensa crítica y las columnas se las ingenian para infestar páginas y noticieros como si hubiese sucedido lo contrario.
Puede entenderse, que no justificarse, que a falta de propuesta propia respecto al fenómeno de la violencia la oposición convierta en propaganda las malas noticias. Pero cuando esta actitud termina por alimentar la narrativa de las corrientes más intervencionistas de Estados Unidos, el resultado deja de ser un simple tema de diferencias domésticas entre el Gobierno y su oposición. Analistas y partidos políticos tendrían que asumir que más allá de los pleitos ideológicos internos, lo que está en juego es la legitimación que están buscando los más duros entre los duros en Washington. Si los cárteles dominan las altas esferas del Gobierno mexicano, según esta interpretación, la intervención es un mandato ético, y de paso muy conveniente para efectos electorales republicanos. Lo curioso es que estas voces que hacen el caldo gordo al tremendismo y justifican, sin decirlo explícitamente, escenarios de soluciones extremas, son las primeras que señalan con dedos flamígeros e indignación maseosare, todo indicio de incursión de un avión o un barco como un acto de subordinación intolerable de parte del Gobierno mexicano.
La estrategia de Claudia Sheinbaum ha consistido en la búsqueda de un equilibrio entre la defensa de la soberanía y una actitud negociadora realista frente a la enorme dependencia y las muchas maneras que tendría Washington para afectar la vida de millones de mexicanos. Una dependencia, dicho sea de paso, que no es producto de los gobiernos de la Cuarta Transformación, sino el resultado de un modelo que se entregó atado de manos a una vulnerabilidad económica extrema.
Que Alito Moreno, presidente del PRI, vaya a Estados Unidos a acusar a Claudia Sheinbaum de servir al poder del narco, se explicaría por la necesidad personal de vacunarse contra toda investigación penal sobre sus hechos y sus haberes. Asume que, al mostrarse como el más implacable acusador de la presidenta a los ojos de Estados Unidos, cualquier indagación en su contra será leída en aquel país como una suerte de persecución política. El problema es que lo de Alito trasciende lo personal y en la práctica termina siendo el posicionamiento político del PRI con respecto al intervencionismo norteamericano.
La pregunta es si el PAN o Movimiento Ciudadano y para el caso los sectores que no comulgan con la 4T tienen un planteamiento sobre la relación con este Estados Unidos de Trump, más allá de acusar a Claudia Sheinbaum por lo que hizo en el día y acusarla de lo contrario al día siguiente.
Ya sucedió con el tema de la pobreza. La oposición se dedicó seis años a criticar lo que hacía el Gobierno de López Obrador sin ninguna propuesta para afrontar un tema central para la mayoría de los votantes. Siguen sin tenerla. Solo criticar lo que hace quien sí la tiene, evidentemente, no es una propuesta.
Los próximos tres años México sostendrá un delicado pulso frente a las presiones de Estados Unidos. Habrá que torearlas porque hay mucho en juego para millones de mexicanos. No se trata de que la oposición y los críticos apoyen incondicionalmente la estrategia que siga la presidenta, sino de valorarla a partir de un planteamiento propio. Si las fuerzas políticas contrarias a Morena desean disputar de manera realista una posición en la mesa de discusión sobre los destinos del país, tendrían que actuar en consecuencia. Y pocas cosas son más urgentes que establecer una estrategia o una línea de acción frente a esta enorme amenaza que hoy enfrentamos.
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