Primer año, éxito político nubarrones económicos
Si el ejercicio de gobernar acarrea un inevitable desgaste, en el caso de Sheinbaum tal impacto no ha sucedido a un año de iniciado: más bien lo contrario, se ha fortalecido ligeramente


Pueden ser solo once meses, pero se sienten como dos años por la intensidad del periodo que le ha tocado al Gobierno de Claudia Sheinbaum. En todo caso, la próxima semana presentará su primer informe de gobierno, un lapso que permite un primer balance de la situación en la que se encuentra.
De entrada, los altos niveles de popularidad permitirían hablar de un saldo positivo, aunque hay matices. Las encuestas de esta última semana muestran que poco más de 70% de los mexicanos aprueban su gestión. Altísimo para los estándares internacionales, si consideramos el desencanto que inspiran gobernantes y clase política en todo el mundo. En las elecciones, hace poco más de un año, seis de cada diez mexicanos sufragó en favor de Claudia Sheinbaum; cuatro se inclinaron por otra opción. Esto significa que al menos uno de esos cuatro en este momento aprueba su desempeño, aunque no haya votado por ella. Si el ejercicio de gobernar acarrea un inevitable desgaste, en el caso de Sheinbaum tal impacto no ha sucedido a un año de iniciado: más bien lo contrario, se ha fortalecido ligeramente.
Lo cual no significa que no haya nubarrones. Y no me refiero a los que explota la prensa crítica que desde el sexenio pasado describe día a día supuestas calamidades que anuncian el inminente desplome del país. Una línea editorial que satisface a las audiencias de diarios y noticieros, ancladas en el tercio de la población que no simpatiza con la 4T, pero al margen de la realidad política que desde hace tiempo camina en otra dirección. Al menos para efectos de votaciones y consensos populares. La fuerza política de Morena sigue tanto o más firme, a pesar del impacto acumulado de varios años de crítica de la mayor parte de los medios de comunicación y comentocracia.
El desgaste de gobernar no tiene una consecuencia política, porque Morena ha mostrado que responde al interés de los sectores populares, lo cual se traduce en un apoyo evidente por parte de las mayorías. Aritmética pura: entre 50 y 60% de la población asume que, con defectos o sin ellos, el gobierno busca beneficiarlos, a diferencia del resto de las fuerzas políticas. Eso no va a cambiar, no importa cuántos baches, historias de corrupción o asesinatos ocupen las portadas de diarios y cortinillas de noticieros.
Sin embargo, el desgaste político, particularmente entre el tercio más próspero de la sociedad tiene una consecuencia. No política, pero sí económica. Un clima que no favorece a los negocios o a la inversión.
Hace unos días se reportó que la inversión extranjera directa ha crecido a un ritmo de 10% promedio anual de 2018 a la mitad de 2025. En este semestre, incluso, alcanzó un nuevo máximo histórico por quinto año consecutivo: solo en seis meses el país ha recibido el doble en millones de dólares que la inversión extranjera conseguida anualmente en el Gobierno de Peña Nieto. Por desgracia, no es el caso de la inversión privada nacional, que ha seguido la tendencia opuesta. Y este es un tema para preocupar.
Se entiende que el primer año de cada sexenio la actitud de los empresarios suele ser cauta. Tampoco ayuda la contracción de la inversión pública propia de cada cambio de administración y ahora no ha sido la excepción. Pero Claudia Sheinbaum ha hecho un evidente esfuerzo para activar la economía y mejorar el diálogo con el sector privado. Una disposición muy bien recibida por los empresarios nacionales, pero que aún no se ha traducido en resultados significativos.
Todo indica que en la precavida actitud de la iniciativa privada están jugando dos variables. Por un lado, el contexto de incertidumbre que ha introducido Donald Trump en todo el mundo. Nadie sabe a ciencia cierta en qué van a terminar las amenazas tarifarias por parte de la Casa Blanca, pero todos sabemos que las consecuencias en un sentido u otro serán mayúsculas para la economía mexicana. Trump ha sido la peor noticia de arranque para el sexenio de Sheinbaum, sin duda. Hace dos años se decía que el reto consistía en aprovechar al máximo el nearshoring que se avecinaba; ahora buena parte de los esfuerzos residen en impedir que no se vayan las empresas que antes habían llegado. Frente a Washington lo único que ha podido hacer la presidenta, dentro de los estrechos márgenes de negociación, es mantener una actitud prudente para minimizar riesgos y consecuencias.
Pero la otra variable es interna: la tibieza que muestra el empresariado para invertir. La 4T necesita que la economía crezca y no está sucediendo. Y eso a pesar del manejo responsable del gobierno en materia de cuentas macroeconómicas: la inflación se mantiene baja, el peso está firme, el déficit público y la deuda externa bajo control. El mejoramiento del poder adquisitivo de los sectores populares tendría que ser un detonante para la actividad productiva.
La pregunta que el gobierno se hace es si solo será cuestión de tiempo, el famoso segundo año, o está sucediendo algo más. Solo podemos especular. Algunos dirán que el empresariado teme que la reforma judicial termine inclinando a los tribunales en favor del gobierno. Lo cual podría ser cierto para efecto de algunas áreas de inversión sensibles a disputas, pero no es el caso de la mayoría. Otros pretextarán que hay nerviosismo por la reforma política electoral que se aproxima, aunque en realidad eso quita el sueño a partidos, medios de comunicación y políticos, pero no a banqueros o empresarios, mucho más interesados en que se asegure la estabilidad y la gobernabilidad.
Lo sabremos mejor cuando se reactive la inversión pública y, sobre todo, cuando el gobierno lance en detalle la profunda modernización y digitalización que se propone para la administración y en general, para la vida pública del país. En realidad esa es su propuesta de fondo para dar certidumbre a los particulares.
El factor Trump consumió mucha atención y energía del primer año del gobierno de Sheinbaum. Agendas y prioridades tuvieron que ser ajustadas. Con todo, aunque modestos, los resultados han sido ligeramente mejores que los vaticinados a principios de año. Responden al orden y responsabilidad que está imprimiendo la presidenta en la cosa pública. Pero están muy lejos de lo que se necesita en materia de generación de empleos y crecimiento. La 4T ha puesto en marcha mecanismos más justos de redistribución social que reparten mejor el pastel; ahora falta hacerlo crecer. Se necesitará más diálogo y mayor capacidad para construir la confianza que permita desatorar a la economía. Principal reto para el segundo año y, en el fondo, para el resto del sexenio.
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