Tomates nacidos para morir en la batalla de Buñol
Los frutos que se lanzarán en la Tomatina pasan una estricta selección de madurez meses antes de llegar a la localidad

Los tomates que se lanzarán este año en la Tomatina de Buñol llegarán de Badajoz. O de Sevilla. O de Huelva. Dependerá de dónde estén más maduros, factor innegociable para la fiesta. No son tomates especiales. Son tomates pera, que podían estar en una ensalada, pero que han cometido el único pecado de no haber sido recogidos a tiempo. Ahora su destino es atravesar la península de oeste a este para acabar lanzados como proyectiles en la batalla campal que se celebra cada último fin de semana de agosto desde 1945 en esta localidad valenciana y que se retransmite en televisiones de todo el mundo.
El Ayuntamiento de Buñol ha cerrado el contrato con la empresa Alius Trading, con sede en Badajoz. Comprará 120 toneladas de tomates por 55.000 euros, a 45,83 céntimos el kilo. De puertas para fuera puede parecer un simple intercambio de dinero a cambio de frutas para una fiesta, pero la selección de los tomates es una decisión clave que agita los despachos. Los detalles, como el estado de maduración, están pactados desde mayo. Se acordaron en una reunión oficial entre el concejal Sergio Galarza y Víctor Sánchez, presidente de la empresa agrícola, en la sede de la Concejalía de Tomatina y Fiestas.
Sánchez hizo el viaje con sus tomates. Entró al despacho de la segunda planta, sacó cuatro frutos rojos de una caja y los colocó sobre la mesa de trabajo del político para que éste eligiese el estado de maduración más conveniente, como si de un casting se tratase. En aquella sala estaban un concejal, un agricultor y cuatro tomates excesivamente maduros. Uno destacaba entre el resto y la elección estaba clara. Tras tocarlos uno a uno, Galarza eligió el que estaba “lo suficientemente maduro para ser aplastado antes de lanzarse”, y cumplir así las normas de la fiesta. Lo que se busca es que manchen pero no hieran a los participantes.

Hay detractores de esta tradición, como el presidente de la Federación Española de Bancos de Alimentos, Pedro Llorca, que argumenta que la celebración es un desperdicio de comida: “Antiguamente se decía que con las cosas de comer no se juega, porque en los años cuarenta y cincuenta había mucha necesidad en España. Me parece una frivolidad”. El Ayuntamiento se defiende de organizaciones que tildan la tradición de desperdicio. Según su versión, estos tomates no son aptos para el consumo. El concejal defiende que “están demasiado maduros y no pasan las certificaciones necesarias para ser comestibles”.
El empresario que los cultiva lo contradice. Según él, estos tomates “son aptos para el consumo humano. Perfectamente aptos”. Este agricultor produce más de 100 millones de kilos de tomates al año, y defiende que todavía no sabe de qué cultivo saldrán los que destinará a la Tomatina: “Puede ser que vengan de Badajoz, pero también tengo cultivos en Huelva y en Sevilla”. De dónde salgan dependerá de cuál esté más cercano al punto de maduración pactado entre Ayuntamiento y productor.

La vida en Buñol no dista de la de otras localidades en temporada baja de Tomatina. A medio día todo se pausa, como es habitual en los pueblos de España, pero a partir de las cinco de la tarde los comercios empiezan a abrir sus puertas de nuevo, y la bajada de temperaturas permite que la gente pasee por las calles. Una de las tiendas que abren es la Óptica Buñol, que hace esquina con la calle donde se libra la batalla del tomate. Allí trabaja María Martínez, de 52 años, nacida en el pueblo y fiel asistente a la Tomatina. Como cada año, le tocará atrincherar su negocio con maderas y toldos de plástico, igual que a los dueños de otros negocios y a los vecinos. Son los habitantes los que tienen que hacerse cargo de proteger sus casas y tiendas de las manchas y el olor de los tomates.
Al otro lado de la calle está la frutería La Dorada. Su dueño, apodado Laguna, prepara un pedido con frutas variadas. Aunque no sea de Buñol y le toque cerrar su negocio a “cal y canto” cada último miércoles de agosto, le gusta la tradición. Cuenta que normalmente se recogían los tomates que sobraban de la zona: “Venían de cosechas valencianas, algún año han venido de Castellón, otros años de Xilxes”.
El día previo a la fiesta, cuando todos los edificios estén protegidos como una fortaleza, la empresa de Badajoz se encargará de llevar los tomates hasta Buñol. Cuando se acerquen a un radio de 80 kilómetros de la localidad, el Ayuntamiento los cargará en seis o siete camiones que un día después desfilarán por la vía principal del pueblo, en un trayecto de alrededor de 700 metros. Los camiones pasarán por una calle por la que apenas caben, y en la que 22.000 personas se protegerán con gafas de buceo para convertir la ruta en un río de color rojo.
El Ayuntamiento tuvo que limitar el aforo en 2024 por la creciente fama de la fiesta. Los escaparates se reventaban porque no aguantan la presión de los grupos de personas golpeándose contra los cristales. Las aglomeraciones se volvieron impracticables y había que poner un límite. El consistorio aprovechó la venta de entradas para limitar el aforo. Antes podía asistir todo el que quisiera, ahora el acceso es gratuito únicamente para los empadronados en Buñol (10.000 vecinos que solicitan unas 7.000 entradas).

Los foráneos pagan entre 15 y 500 euros. Por este último precio hay 30 entradas y son como un pase VIP que permite subirse al camión que hace todo el recorrido con los tomates. Hay otras 100 que son para los habitantes de Buñol, y pueden acceder a ellas a través de un sorteo. La trabajadora de la Óptica Buñol dice que su mejor recuerdo en una Tomatina fue en 2014, cuando pudo subir a uno de los camiones que cargaban los tomates junto a sus amigos: “Desde arriba sientes el poder para manchar a todo el mundo”, se sonríe.
Gracias a la venta de entradas, el Consistorio ha podido paliar los gastos que deja la fiesta. Según cuenta el concejal, la Tomatina “genera alrededor de 200.000 euros para el Ayuntamiento y tiene un coste de unos 300.000”. Pero esta cifra no incluye los suculentos ingresos del turismo en los negocios de la localidad. Durante la celebración los bares se llenan de gente de todo el mundo y eso crea un beneficio que no está cuantificado: “Americanos, australianos, indios, japoneses. Es una fiesta internacional”, afirma orgulloso Galarza desde su despacho en la segunda planta del Ayuntamiento de Buñol. El concejal de Tomatina espera ansioso la llegada de sus tomates, que serán lanzados en la fiesta que da sentido a su trabajo.
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