Un racimo
Por todos —absolutamente todos— los lectores y afanadoras que merecen por lo menos una hora larga de felicidad y sosiego en un año non que nace esta misma semana con la enésima uva que se disuelve en saliva


Por todas las mujeres que madrugan y los que escriben de madrugada y los niños que leen por curiosidad y las niñas que no dejan de soñar y los santos abuelos difuntos y los médicos y enfermeras que cuidan de todos los enfermos y los anónimos que ayudan a los demás y los miles que no necesariamente tienen que tener la razón en todo y por todos y por los pocos filatélicos que quedan por allí y los amigos que juegan ajedrez entre ellos todos los días al atardecer sin importarles quién de los dos declara un jaque-mate y por las cocineras de ollas grandes y los chefs de selecta pastelería y por los joyeros sin lupa y los cartógrafos sobre papel milimétrico y los albañiles incansables y los poetas muertos y la mujer que metió un gol en la horquilla de una portería en terreno baldío y el niño que juega béisbol fuera de temporada en medio de un temporal y el jinete que mima a su yegua y el dueño de la bolsa de canicas multicolores y el vendedor de helados y la mujer que confecciona banderitas de papel picado y el jardinero que habla a solas con las rosas y el viejo ciego que lee todos los libros como si estuviesen impresos en Braille y el compositor de una melodía inolvidable y el de las escaleras de madera y la boticaria que receta por amor y la doña que se le van los ojos con una seda y el guitarrista que memoriza un poema de Bach y el efelibata que mira a las nubes como rebaño y la tipógrafa que mide las patitas de las letras de la tipografía Baskerville y el niño con gafas y las bisabuelas con sudor en la frente y el taxista cíclico y el ciclista intemporal y el carnicero inmortal y el panadero imbatible y el tenor obeso y la bailarina de piernas interminables y el impresor del próximo libro indispensable y los lectores de periódicos en papel y las lectoras de esferas cristalinas y la madre que lleva a una hija de la mano mientras alimenta al recién nacido y al ogro callado y los gritos que son murmullos y las respiraciones de quienes esperan la muerte y el lector de amaneceres y la sal que lleva en la mano la mujer que sazona la vida ajena y el cineasta que cuaja escenas entrañables que parecen de sobremesa y el director de la orquesta que sustituye la batuta por un palillo de mondadientes y el fantasma de un novelista con pluma de ganso y el candelabro apagado del mayordomo desempleado y la hamaca ondulante del mentiroso y la mentirosa empoderada que lucha contra el azúcar y el de la motocicleta que se cree jovenzuelo y el trapecista en pleno vuelo y un guardián de mosquitos imperceptibles y la mujer delgada que corrige las erratas de todas las páginas y el bolero que renueva cada par de zapatos con un salivazo fugaz y la mujer de corbata bicolor y la dentista que abre ligeramente la boca cuando practica una endodoncia y el mecánico que llena una hoja engrasada como si fuese la historia clínica del vehículo y el piloto que mira desde muy lejos el resplandor de las ciudades al filo del amanecer y el pastor que abraza a las ovejas en luna de miel y el domador de camellos y el abogado de los árboles y los niñitos que insisten en trenes a escala y soldaditos de plomo y el arquitecto que traza edificios imposibles y la mujer ingeniera que lleva en su haber 18 puentes inamovibles y el cantinero que se cree psicoanalista y el actor mediocre que ha traicionado a su propia honestidad y el contador público que hace cuentas en silencio y la mujer de macramé y doctorado en Física y la que toca el acordeón con solo siete dedos y la que riega las magnolias y los que se miran a los ojos como si nunca se hubiesen visto en vida… y todos —absolutamente todos— los lectores y afanadoras que merecen por lo menos una hora larga de felicidad y sosiego en un año non que nace esta misma semana con la enésima uva que se disuelve en saliva… apenas se desprenda del racimo.
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