El alpinista Simone Moro sobrevive a un infarto a 5.000 metros y anuncia la creación de un servicio de rescate aéreo en el Karakoram de Pakistán
El himalayista italiano tardó 24 horas en alcanzar un hospital en Nepal: “solo una de cada mil personas sobrevive si no ve un médico antes de que pasen seis horas”


Simone Moro es un tipo con suerte. Lo dice su amplia biografía de alpinista y lo aseveran los cardiólogos que acaban de atenderle tras sufrir un infarto en Nepal, a 5.000 metros de altitud. “Lo normal es fallecer cuando sufres un infarto y no llegas a un hospital en el plazo máximo de seis horas. Solo una de cada 1.000 personas que llega más tarde, sobrevive, me ha explicado el equipo de cardiólogos del hospital de Bérgamo”, resume el italiano. Antes, Moro (58 años) fue trasladado a un centro médico de la capital, Katmandú, 24 horas después de notar un fuerte dolor en el pecho y en el brazo izquierdo el pasado 14 de diciembre, poco después de regresar al campo base tras pisar la cima del Mera Peak. Dicha ascensión debía haberle servido para aclimatar y afrontar de seguido el Manaslu invernal, en estilo alpino, junto a Nima Rinji y Oswald Rodrigo.
El pasado 21 de diciembre ingresó en el hospital de Bérgamo donde le explicaron las causas de su crisis cardiaca. “Mi ataque de corazón no es uno clásico, del tipo que sobreviene por sobreesfuerzo, o por colesterol exagerado, o por alguna enfermedad… sino que se ha debido a un hematocrito muy elevado, más del 60% (el porcentaje de glóbulos rojos en la sangre en una persona normal ronda el 45%) y a una deshidratación severa. Durante tres días apenas bebí y finalmente se creó un coágulo en la coronaria izquierda… tenía la sangre densa como la miel y se taponó, pero tuve mucha fortuna porque mi corazón bombea a presión alta y me permitió sobrevivir y llegar al centro médico. Llegué al hospital 24 horas después de sufrir el infarto y en Nepal me liberaron la coronaria izquierda con una angioplastia y listo. Después, me dijeron que el mío era un caso digno de estudio, pero que en tres semanas podría volver a hacer deporte y regresar al Himalaya”, asegura en conversación telefónica.
El pasado mes de septiembre, en un encuentro con la prensa en las montañas suizas donde presentó la colección Advanced Mountain Kit de The North Face, Moro adelantó a este medio un proyecto que puede resultar histórico para el rescate en la cordillera del Karakoram, Pakistán: “He invertido siete años de trabajo para crear un servicio privado de rescate aéreo en Pakistán, y hemos comprado, mi socio y yo, dos helicópteros y ahora esperamos la llegada a Italia de un equipo de aviación civil de Pakistán para que realicen la inspección y redacten los documentos de exportación de los aparatos. Si todo va como espero, en verano ambos serán operativos y manejados por pilotos locales ex militares. Hasta la fecha, los únicos helicópteros en Pakistán que podían asegurar algún rescate eran del ejército, y nada adaptados para este tipo de trabajos, con lo cual los rescates eran casi un imposible. La empresa se va a llamar Moro Altitude y mi socio es el Brigadier Rashid Ullah, el piloto que rescató a Tomaz Humar de la vertiente Rupal del Nanga Parbat en 2005”.
Simone Moro mantiene en paralelo su carrera de himalayista y sus negocios: tiene una empresa de servicios aéreos en Italia con siete aparatos y en primavera trabaja para empresas de rescate locales en las montañas de Nepal. Suyo es el rescate realizado a mayor altitud, a 7.800 metros en el Everest: “Cuando vuelo por encima de los 6.800 metros, la compañía de seguros ya no me cubre en caso de accidente al superar ampliamente el límite de ascenso para el que está diseñado el aparato. Así que lo aligero al máximo y cruzo los dedos… y aun así recuerdo un momento crítico en el Everest cuando temí que los restos de tiendas de campaña diseminados en el campo de altura pudiesen meterse en el rotor de cola…”, explica.
En Suiza, Moro recordaba cómo le tildaron de loco cuando se empeñó en extraer del olvido el ochomilismo invernal: “No solo me llamaron loco, también se rieron de mí”, apunta. Suyos son los primeros ascensos en invierno del Shisha Pangma, Makalu, Gasherbrum II y Nanga Parbat. También recuerdo cómo volvió a escuchar risas cuando se propuso, cumplidos los 40, convertirse en piloto de helicóptero y llevar a cabo rescates con los que nadie soñaba en Nepal. “Ahora nadie se ríe”, lanza guiñando un ojo.

Al margen de su proyecto en Pakistán, Moro trabaja igualmente en crear un servicio similar en la Patagonia argentina para cubrir la enorme necesidad de rescates en los macizos del Fitz Roy y del Cerro Torre. “Es una posibilidad muy real, en la que trabajo con un socio argentino y que debería ver la luz en 2027, en El Calafate como base posiblemente”, adelanta. La doctora Caro Codó, creadora del servicio de rescate local operado por voluntarios a pie, lleva años esperando una noticia así.
Simone Moro siempre ha hecho de la reinvención su pasión. Estuvo en la primera competición histórica de escalada en roca mediados los años 80, y abandonó esta disciplina “demasiado alejada de los espacios abiertos” para convertirse en alpinista, después en himalayista y finalmente especializarse en las invernales a los ochomiles. Reconvertido en piloto de helicópteros, en hombre de negocios, siempre ha tenido la fortuna de su lado y apenas cuenta las veces que ha podido morir. En la Patagonia, en sus inicios como alpinista, el clavo del que rapelaba se salió y cayó al vacío, con la fortuna de que aterrizó pocos metros después sobre una cornisa de nieve fresca, intacto. Después, durante un intento de ascenso invernal al Annapurna en 1997, una avalancha le arrancó de la pared, enterrando para siempre a su compañero, el legendario Anatoli Boukreev (antihéroe del best seller Mal de altura) y al cámara que los acompañaba. Moro cayó más de 500 metros de desnivel pero sobrevivió. También lo hizo cuando otro alud le sorprendió descendiendo del Gasherbrum II tras firmar su primera invernal de la mano de Corey Richards y Denis Urubko: “Me pude zafar de la nieve, desenterré a Corey y cuando llegué a Denis solo se le veía la nariz y la boca y nunca he visto a una persona en su situación más tranquila”, ríe. Su reciente infarto es su último susto. O eso espera.
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