Producir para destruir: el tormento de los viticultores en La Rioja
La Administración Pública paga a los agricultores por cortar la uva prematuramente dentro de la cosecha en verde

La uva se seca en el suelo. La cortaron cuando todavía estaba verde, unos dos meses antes de madurar. Los casi 6.000 kilos que produce una de las hectáreas de David Escudero en Grávalos, un pequeño municipio de La Rioja Baja con 185 habitantes y rodeado de extensos viñedos, no llegarán a ninguna bodega para convertirse en vino. El agricultor de 39 años, que conduce todos los días 70 kilómetros desde su casa en Logroño hasta sus cultivos de vid, lamenta que parte de su trabajo haya sido en vano: “Duele bastante. Producir para destruir es algo antinatural”. Lo mismo ha ocurrido con al menos 20 millones de kilos de uva de la variedad tempranillo en la comunidad que fueron cortados prematuramente en la cosecha en verde de este año. Se trata de una práctica con la que la Administración Pública paga a los viticultores por destruir una parte de su producto. El objetivo es eliminar el excedente de uva para equilibrar la oferta y la demanda.
La cosecha en verde enfila su tercer año consecutivo con el objetivo de dar solución a uno de los problemas que tienen los viticultores riojanos en la actualidad: están produciendo más uva de la que las bodegas les pueden comprar. José Luis Lapuente, director general del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Calificada Rioja (DOCa), evita la palabra excedente y prefiere la expresión desequilibrio, aunque acepta que, en este momento, “Rioja tiene capacidad de elaborar más vino del que se está comercializando”. Lapuente asocia la situación con una caída mundial en el consumo de vino, que se desprende de factores como la incertidumbre generada a raíz del Brexit, la crisis económica en China, la pandemia de la covid-19 y la escasez de materias primas y problemas de envíos derivados de la guerra de Ucrania. Este escenario ha golpeado especialmente al vino de Rioja, una denominación que destina el 40% de su producción a la exportación.
El más reciente informe de la Organización Internacional de la Viña y el Vino indica que el consumo mundial cayó el año pasado un 3,3% en comparación a 2023: de 221 millones de hectolitros pasó a 214 millones. Incluso va más allá al subrayar que alcanzó el volumen más bajo registrado desde 1961 (213,6 millones de hectolitros). Lapuente se basa en estas cifras para remarcar: “Hemos retrocedido la friolera de más de 60 años”.
Escudero observa con resignación el rastro de uvas en su campo. Los racimos se secan en el mismo punto en que cayeron. Dice que no vale la pena retirarlos del viñedo, y que tampoco aportan gran cosa como abono. Para economizar, se cortan y se dejan ahí. Él gestiona 35 hectáreas, solicitó la cosecha en verde para cortar la uva de tres, pero solo se le concedió para una.
―¿Es una medida efectiva?
―Es dolorosa, pero es la única vía que tenemos si al final no encontramos quién nos compre las uvas.

Los viticultores entrevistados consideran que el dinero que reparte la Consejería de Agricultura de La Rioja ―unos 3.800 euros por hectárea― apenas les llega para hacer frente a los gastos de mantener un cultivo que, aunque se le corten todos los frutos, requiere de cuidados para no morir. Desde el viñedo que comenzaron a trabajar su padre y su abuelo hace 37 años, Escudero es claro: “Necesito fumigar porque los hongos siguen entrando, necesito labrar para que la hierba no se trague la planta. Los cuidados siguen siendo los mismos, se destruya o no la uva”.
Lo que también pasa de generación en generación es la fiesta en torno a la vendimia. Una celebración que retrata la cultura vitivinícola en La Rioja. Este año comenzará el 21 de septiembre, apenas dos meses después de una cosecha en verde que se desmarca de la festividad. Mientras sostiene uno de los racimos que serán desechados, Escudero afirma que, aunque la medida lleva aplicándose tres años, el problema viene de lejos: “Antes se recogía toda la uva y se elaboraba el vino. Ahora las bodegas están llenas porque no se ha vendido, y con esta medida se alivia el stock al reducir la entrada de uva”.
Luis Latorre es otro de los viticultores que se ha acogido a la cosecha en verde. Tiene 61 años y le ha dedicado toda su vida al campo. En uno de sus viñedos en Murillo de Río Leza, su pueblo natal, mientras supervisa a los dos trabajadores que están cortando las uvas sin madurar, comenta con pena: “Si nuestros antepasados vieran que tiramos la uva al suelo, nos dirían que es una locura”.

Ante la creciente dificultad para vender la uva, Latorre ha solicitado la cosecha en verde desde que comenzó su aplicación. Calcula que durante estos tres años ha desechado unos 100.000 kilos. “Yo creo que habría que darle otra utilidad a esto en vez de tirarlo, aunque sea regalarle el vino a la gente para que se emborrache”, propone entre risas.
Los viticultores tienen apenas 15 días para cortar la uva en las hectáreas aprobadas. Luego, 20 inspectores de la Consejería de Agricultura comprueban que la destrucción se ha llevado a cabo. No hay llamada previa ni cita con el dueño del cultivo, simplemente llegan a los campos y observan que los racimos estén en el suelo, completamente secos, y que no haya uvas en las plantas de la hectárea intervenida. También verifican que el viñedo tenga buen estado sanitario. “Alguna vez los vi. Llegan tres personas de la Consejería en un coche, van de finca en finca. Se bajan y recorren la parcela, hacen fotos y pasan al siguiente cultivo”, narra Latorre.

Lapuente reconoce que es un “sinsentido” tirar la uva, e insiste en considerarlo como una medida coyuntural. No obstante, defiende que la cosecha en verde permite equilibrar oferta y demanda, además de suponer una ayuda para los agricultores que no lograrán vender toda su uva y que, de no ser por esta medida, tendrían que asumir una “pérdida completa”.
En la convocatoria de este año, la Consejería de Agricultura recibió 2.222 solicitudes de cosecha en verde para 6.060 hectáreas de cultivo ―cerca del 13% de la superficie de viñedo inscrita en DOCa―. De estas últimas, fueron aprobadas 3.472. Una vez finalizado el plazo para cortar la uva, la Consejería informó de que 1.037 agricultores recibirán la subvención tras desechar el fruto en 3.334 hectáreas. La cifra bajó mínimamente después de que algunos agricultores encontraran comprador para su producto o que sus viñas sufrieran daños (granizo o enfermedades en la planta) indemnizables por encima del 30%. La partida asignada es de 12,2 millones de euros.

Una alternativa propuesta por agricultores y sindicatos es el arranque de viñas. David Escudero, que forma parte de la Asociación Agraria de Jóvenes Agricultores (Asaja), explica que, con esta opción, los viticultores reducirían sus cultivos a cambio de una contraprestación económica, lo que permitiría bajar el volumen de producción. También elevaría el precio al que venden la uva a las bodegas donde se convertirán en vino. Luis Latorre, que pertenece a la Unión de Pequeños Agricultores (UPA), comparte esa opinión y considera que el arranque supondría una solución duradera, mientras que la cosecha en verde es “solo un parche”. Pero esta salida no es sencilla. El arranque supone una pérdida de valor en la tierra, pues para que una parcela pueda ser empleada para el cultivo de uva en La Rioja, primero tiene que obtener el permiso de la Denominación.
El director general del Consejo Regulador se muestra prudente ante el arranque y apunta que debería hacerse “de forma quirúrgica”, y que ninguna medida por sí sola es suficiente: “No puede hacerse de forma indiscriminada y debe realizarse pensando en aquel que va a seguir en el negocio. Que no sea una prima de salida, sino que busque el equilibrio dentro de una combinación de medidas”.
Otros expertos achacan parte del problema que afronta el sector vitivinícola a la sobreproducción y a la falta de innovación en la última década, que contrasta con la modernización acometida en países como Francia. Su apuesta pasa por fomentar tanto el valor de la materia prima como del producto final.

Para los agricultores en La Rioja, las viñas son su legado. Por eso, no quieren que desaparezcan con un arranque sin compensación económica. Dos meses antes de la Fiesta de la Vendimia, tuvieron que desechar millones de kilos de uva en la cosecha en verde. Los racimos se quedaron por el camino y David Escudero desea que no ocurra lo mismo con los viticultores.
―“Me gustaría dedicarme a esto siempre, viene de mi padre y de mi abuelo. Si las circunstancias siguen así, tendremos que irnos”.
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