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El lento renacer del espigueo como solución al derroche alimentario

Una ley nacional invita a las autonomías a regular la recogida de los excedentes del campo tras la recolección para destinarlos a fines sociales

Carlota Martínez, voluntaria de Espigoladors, recoge en un cubo las peras que le pasa su compañera Carla Mesa, el pasado 15 de julio en Baix Llobregat (Barcelona).

Los registros escritos más antiguos del espigueo, que en algunas comarcas se conoce también como rebusco y que consiste en aprovechar lo que queda tras la recolección en los sembrados, están en el Levítico: “Cuando llegue el tiempo de la cosecha, no sieguen hasta el último rincón de sus campos ni recojan todas las espigas que allí queden. No rebusquen hasta el último racimo de sus viñas, ni recojan las uvas que se hayan caído. Déjenlas para los pobres y los extranjeros”.

En la comarca catalana de Baix Llobregat, en la provincia de Barcelona, la tradición ha arraigado profundamente gracias a la fundación Espigoladors, una organización que lleva 10 años tratando de extender esta actividad como solución al derroche alimentario. A ella pertenecen los 17 voluntarios de todas las edades que a mediados de julio llegan a una huerta en El Papiol (4.360 habitantes) a recoger peras de San Juan. Han acudido a instancias del dueño, que ha cultivado los frutos para polinizar, pero como las peras no pertenecen a la variedad que él comercializa, si nadie las retira, están condenadas a perderse.

Esta es justo la razón que llevó a tres amigos, la educadora social Mireia Barba, la politóloga Marina Pons y el actuario Jordi Bruna, a crear la fundación en 2014. Mientras en el campo el desperdicio es una realidad invisible, ellos veían cómo en las ciudades había personas que recogían de los basureros lo que nadie se comía. Pensaron que los desechos en los sembrados podían ayudar a reducir estas situaciones precarias y decidieron extender esta práctica ancestral a otros rincones de su comunidad. Desde hace unos años la colaboración con distintas organizaciones les ha llevado también a otros lugares de España.

Peras de San Juan recolectadas por Espigoladors en El Papiol (Barcelona).

La costumbre ha pasado de ser un acuerdo entre vecinos a que en los últimos años algunas comunidades hayan contemplado la posibilidad de regularla. En muchas regiones ven con recelo esta práctica, porque hay propietarios que se muestran reticentes a que haya desconocidos que entren en sus tierras a llevarse los frutos de su esfuerzo. Por eso, allí donde hay normas, se establece como requisito que el espigueo cuente con el permiso del dueño de la explotación.

Cataluña es la pionera en incluir una definición de la actividad en la ley catalana contra el desperdicio alimentario de 2020: “La recolección de los alimentos que han quedado en el campo después de la cosecha principal o de las cosechas sembradas no recogidas, previa autorización del titular de la explotación”.

En 2022, Castilla-La Mancha incorporó el rebusco en la estrategia regional contra el desperdicio de 2030, donde se promueven los acuerdos entre entidades sociales y los agricultores para fomentar la recogida de excedentes del campo.

En Extremadura, la norma que obliga a acreditar la trazabilidad de las uvas y las aceitunas, cuyo objetivo es seguir el rastro de un producto desde su origen hasta su destino por seguridad alimentaria, prohíbe de forma indirecta esta práctica en estos cultivos. En Valencia, Navarra y Andalucía, se han creado iniciativas puntuales que impulsan el espigueo con un fin social, pero no tienen un gran alcance. En el resto de España, cuando existe, la actividad se limita al trato verbal entre el productor y el recolector.

Es difícil medir cuánto se pierde en el campo, lo que permitiría evaluar la capacidad de recuperación del rebusco y sus posibilidades en la lucha contra el desperdicio. Una de las razones es que la producción agrícola que se descarta antes de ser recogida no se considera un “alimento”, por lo que la Unión Europea no la incluye entre las mediciones obligatorias.

Una década de trabajo en Cataluña ha permitido a Espigoladors estimar una cifra para esta comunidad, aunque son conscientes de que no es representativa: en 1.527 rebuscos han recuperado más de tres millones de kilos de fruta y verdura, el equivalente a 600.000 bolsas de supermercado llenas. Superan los nueve millones de raciones de alimentos servidos por entidades benéficas en ese tiempo.

Desde la izquierda, Pere Campiñez, técnico de Espigoladors; Mireia Barba, cofundadora y presidenta de la organización, y María Piñol, voluntaria desde 2019.

Pere Campiñez, técnico de Espigoladors en Tarragona y Terres de l’Ebre, se pasea entre las hileras de perales supervisando el trabajo de los voluntarios. Suda mucho, pero sonríe y mantiene el tono entusiasta para animar a los voluntarios. Su organización lanzó una Guía de Buenas Prácticas del Espigueo junto a la Generalitat Catalana que incluye algunas sugerencias, como que los voluntarios sean fácilmente identificables a la vista, que ellos cumplen poniéndose petos verdes para trabajar; que la asociación a cargo del rebusco asegure al productor y a los recolectores; que queden registradas en una planilla todas las personas que entran a espigar en un terreno o que haya constancia de las cantidades de alimento recuperado, entre otras.

El técnico detiene su caminata y grita en catalán: “¿Quién es el voluntario más antiguo?“. Una voz responde desde detrás de los árboles. Es María Piñol, una maestra jubilada de 70 años que participa en la fundación desde 2019. Le gusta salvar los alimentos para que alguien más los aproveche, a la vez que disfruta de encontrarse con gente y pasar tiempo en el campo: “Me maravilla que estemos a 15 kilómetros de Barcelona”.

Tras tres horas de trabajo, se detiene a recordar la jornada más impactante que ha tenido. “Fuimos a un campo de berenjenas. Fue increíble, estuvimos yendo tres o cuatro días, y cogimos no sé cuántas toneladas, muchos kilos”, recuerda. ”No acababan nunca”. Un supermercado le había prometido al agricultor comprarle toda la producción, “pero a la hora de la verdad no quisieron ni una”.

Uno de los estudios elaborados por Espigoladors detalla que la principal razón de las pérdidas es la mala apariencia de los alimentos. El tamaño, las manchas, el color o la forma determinan su salida al mercado. También ocurre que cuando hay sobreproducción, los precios bajan y cosechar no sale a cuenta.

Un trabajador de Espigoladors entrega a la Fundación Áurea las peras recolectadas.

Por el camino de las fincas asoma la furgoneta de la Fundación Áurea. Junto a la organización Nutrició Sense Fronteres distribuirán los 680 kilos de peras recolectados. Después de cargar las cajas, Campiñez llena una planilla donde deja constancia de cuánta cantidad se ha entregado y quién la ha recibido. Corta la hoja y se la entrega a Fausto Jimbo, uno de los conductores. “Todo lo que recogemos, lo donamos para no hacer competencia desleal”, dice Campiñez, quien recalca que la trazabilidad de los productos es muy importante.

La Confederación Española de Cooperativas Agroalimentarias no tiene una posición definitiva sobre el rebusco, pero es crítica con la práctica cuando es informal. Gabriel Trenzado, director general de la organización, asegura que la actividad es una “anécdota” porque apenas representa “una cifra ínfima”. Tanto la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA) como la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG) están a favor de impulsar la práctica y, por eso, durante el período de discusión de la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, aprobada el pasado abril, ambas reivindicaron la incorporación de una enmienda que regulara el rebusco.

Pero la norma española es menos ambiciosa que la catalana y solo incorpora la definición de la práctica para invitar a las comunidades autónomas a regularla con fines de ayuda social. A Mireia Barba, que además de fundadora, ahora es la presidenta de Espigoladors, le hubiera gustado que fuera más allá y que impulsara la obligación de regularla en todas las autonomías.

Pese a ello, la fundación prosigue con su misión: “Estamos preparando un modelo de nuestro programa para que sea fácilmente reproducible y escalable por otras organizaciones”, dice su presidenta. Con la ayuda del proyecto europeo Cultívate —que aglutina a instituciones académicas, municipales y sociales de Barcelona y otras ocho ciudades europeas con el objetivo de innovar en la sostenibilidad alimentaria— quieren llegar a nuevos territorios en los próximos tres años. Entre ellos, Madrid, Valencia, Valladolid y Navarra.

La jornada termina en Baix Llobregat. Antes de desenfundarse los petos verdes, el equipo posa para una foto. Las peras de San Juan recolectadas ya han partido en furgonetas hacia sus destinos: organizaciones sociales, comedores comunitarios, iglesias y la despensa de cientos de familias.

Algunos de los voluntarios de Espigoladors tras el rebusco de peras en El Papiol (Barcelona).

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