El ‘piloto’ Merz toma altura en busca de la fórmula de los conservadores alemanes frente a la extrema derecha
Hiperactividad internacional, promesas rotas y primeros sondeos favorables: el nuevo canciller cumple dos meses al frente de la coalición con los socialdemócratas


El democristiano Friedrich Merz, piloto aéreo aficionado, quería despegar rápido y alcanzar la altura de vuelo después de su accidentada investidura como canciller federal el 6 de mayo pasado. Ese era el plan.
Primero, una inmersión en la turbulenta política internacional para resituar a Alemania, medio ausente durante años de querellas internas de la coalición tripartita y la debilidad de su antecesor, el socialdemócrata Olaf Scholz.
Segundo, una vez erigido en el Aussenkanzler —el canciller de Exteriores, como le llaman por su dedicación a Europa, la OTAN y los conflictos globales—, el regreso al tedioso día a día de la coalición entre el bloque que él lidera, la CDU/CSU y los socialdemócratas del SPD.
Tercera pata del plan: en un país con la economía estancada y amenazado por los aranceles estadounidenses, dar con la fórmula para desactivar, desde posiciones conservadoras, a la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD), que ya es la primera fuerza de oposición.
Este era el plan, y Merz cree que la primera parte le ha salido bien. Alemania vuelve a estar en el centro del tablero europeo y el canciller medita cómo impulsar la UE, a imagen de lo que el presidente francés, Emmanuel Macron, intentó sin éxito durante buena parte de su mandato. Otro motivo de satisfacción en Berlín: la interlocución con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, parece funcionar.
Los sondeos sonríen a Merz, al que siempre se ha mirado con desconfianza en su país y que el día de su investidura, hace dos meses, sufrió un conato de rebelión en sus propias filas y precisó de dos rondas de votaciones para ser elegido. No hay resultados tangibles aún —y es lógico: ni ha cumplido 100 días—, pero, por primera vez, más de la mitad de los alemanes están “satisfechos” con él, un 57%, según el Barómetro Político de la cadena pública ZDF.
“Lo que más que ha sorprendido es lo rápido que, con su aparición en la escena mundial, Merz ha logrado cambiar el ambiente en Alemania”, resume Mariam Lau, autora de Merz. Auf der Suche nach der verlorenen Mitte (Merz. En busca del centro perdido). “Alemania siempre ha sido un país ampliamente europeísta y muchos se han alegrado de ver a un canciller federal poniéndose a ello con pasión”.
La segunda parte del plan: la vuelta a Berlín y sus engorrosos consensos, después de las cumbres de la UE, la OTAN, el G-7, o en el Despacho Oval. Merz ha pasado de discutir con Trump, Macron o el primer ministro británico, Keir Starmer, sobre la guerra y la paz a negociar con sus socios del SPD la reducción de los impuestos a la electricidad. Y afrontar la acusación de faltar a su palabra: había dicho que la rebaja sería general; ahora resulta que será limitada.
Promesas rotas
Las promesas rotas se acumulan. En campaña juraba y perjuraba que mantendría el límite constitucional a la deuda, símbolo de la austeridad. Nada: incluso antes de asumir el cargo, autorizó con el apoyo de la mayoría del Parlamento saliente inversiones masivas en defensa, infraestructuras y medio ambiente. Prometió entregar misiles Taurus a Ucrania: tampoco. Y el anunciado giro en la política migratoria que se le exige desde la derecha: a la hora de ponerlo en práctica, ha resultado más complicado que las proclamas de mano dura.
La promesa rota que posiblemente defina el mandato de Merz sea la reforma del límite a la deuda. Para él fue clave ver, el 28 de febrero, la escena de la humillación, en el Despacho Oval, del presidente ucranio, Volodímir Zelenski. El canciller entendió que Trump podía abandonar Europa y romper la OTAN en cualquier momento y que Alemania debía gastar “lo que hiciera falta” para prepararse ante la amenaza de Rusia. Lo cuenta Robin Alexander en otro libro recién publicado, Letzte Chance. Der neue Kanzler und der Kampf um die Demokratie (Última oportunidad. El nuevo canciller y la lucha por la democracia), donde observa que “apenas una semana después de las elecciones legislativas, el vencedor hacía lo contrario de aquello para que se le eligió”. “Cuando la situación cambia”, apunta, “la política debe cambiar”.
La tercera pata del plan es la más ambiciosa y compleja: derrotar a la extrema derecha. “Lo haré todo”, prometió, “para recobrar la confianza de la gente en el centro político y que no consideren necesario votar para un partido como AfD”. El problema es que el “centro político” —en el actual hemiciclo, incluye a Los Verdes, el SPD, la CDU/CSU— no deja de encogerse. Como escribe Alexander, periodista en el diario conservador Die Welt, “por primera vez desde la II Guerra Mundial, los partidos del centro ya no tienen una mayoría de dos tercios”.
En una Europa con mayorías de centroderecha o derechas, y una derecha nacionalista y radical que conquista posiciones, el éxito o fracaso de la coalición de Merz será indicativo de la capacidad de los moderados para contrarrestar a los radicales. Alemania, y las respuestas que dé en política económica o migratoria, dará el tono.
Lo plantea Lau, corresponsal política en el semanario Die Zeit, en su libro: “La idea según la cual la democracia liberal no sobrevivirá sin un centroderecha fuerte es hoy ampliamente aceptada”.
La autora argumenta, en un correo electrónico, que, al marcar distancias con Trump o el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, mientras exhibía su amistad con el francés Macron y al británico Starmer, se visualizó “lo que significa conservador en oposición a autoritario”. Las promesas rotas, sin embargo, cuestionan este credo: “Cuando la gente no puede fiarse de la palabra de uno, esto es lo contrario de conservador”.
Merz se reivindica como conservador tras renegar durante años de esta etiqueta. Un conservador duro, a veces, pero que cree que esta es, precisamente, la posición que permite establecer una divisoria estricta ante la extrema derecha de AfD. El conservadurismo, dijo a principios de año, “es una actitud vital: no estar siempre en busca de algo nuevo, de la revuelta y la revolución, sino también a veces valorar lo que se tiene”. Así se distinguiría a la derecha de siempre de la que quiere romperlo todo, pero el término conservador es amplio y difuso. Tanto, que permite al canciller citar a referentes intelectuales tan dispares como el sociólogo Andreas Reckwitz, y el historiador Andreas Rödder. Reckwitz cree que el conservadurismo, hoy, también consiste en conservar los logros del progresismo en un mundo en desorden. Rödder, miembro de la CDU, cuestiona el actual cordón sanitario contra AfD.
Merz es animal político singular: un pragmático que suele actuar impulsivamente. Esto representa una virtud en la política alemana, habitualmente envarada. Pero puede meterle en problemas.
Lo comprobó hace unos días, al proclamar que “el Bundestag no es una carpa de circo” y desatar la polémica. Merz defendía que en el Día del Orgullo no ondease en el edificio la bandera arcoíris, aunque sí, en cambio, en el Día contra la homofobia, el 17 de mayo. En un terreno distinto, y después de romper con la línea habitual de Alemania al criticar la guerra de Israel en Gaza, celebró que, al bombardear instalaciones nucleares en Irán, Israel le hubiese hecho el “trabajo sucio” a los países occidentales.
Otro tono y otro estilo. El tan prometido cambio de Merz también era eso.
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