Anatomía de un incendio mortal: Madrid usa un satélite para analizar el fuego que devoró la vida de Mircea y 1.969 hectáreas este verano
Vientos de más de 70 kilómetros por hora provocaron que el incendio de Tres Cantos avanzara seis kilómetros en 40 minutos y llegara a un perímetro de 88. Ahora el ejecutivo de Ayuso invierte casi medio millón en medidas correctoras
Desde el espacio se ven las llamas rojas del fuego vivo, y la huella gris de las cenizas del fuego muerto. Allí, flotando con la tierra a sus pies, el satélite Sentinel-2, de la Agencia Espacial Europea, toma imágenes de un trágico incendio: el que este agosto acaba con la vida de Mircea Spiridon, de 50 años, en Tres Cantos (Madrid) y devora 1.969 hectáreas de cuatro municipios de la Comunidad para convertirse en el fuego “más grave de la historia reciente” de la región, según documentación oficial consultada por EL PAÍS. La catástrofe obliga ahora a la Comunidad de Madrid a un análisis exhaustivo —van cinco incendios en tres años en la misma zona— y a invertir casi medio millón de euros en medidas de reparación y preparación para el futuro. Porque aquel día de rayos, viento y fuego deja “en estado catastrófico” una masa forestal incluida en tres espacios naturales protegidos de la región, y en la que crían especies de fauna silvestre protegidas. Una tragedia que ahora este diario reconstruye con testimonios de primera mano y documentación gubernamental.
11 de agosto. Sobre las 19.45, Elena ve el humo desde su casa, y recibe la llamada de su marido Mircea. “Iba de camino a casa, pero no dudó en girar el volante y volver”, cuenta ella. “Me llamó y me dijo que había fuego. Me dijo: ‘Voy para allá, se está quemando todo”, recuerda. Su destino es una finca llena de caballos. Su motivación, salvar a los 22 animales. No saben que será la última vez que hablen. Nadie puede prever el infierno que se va a desatar.
Casi al mismo tiempo, el bombero forestal Gonza Mariñas se encuentra en la base de la Brigada Helitransportada de Bustarviejo cuando ve que hay previsión de tormentas secas (núcleos de tormenta sin lluvia que traen rayos y con fuertes rachas de viento). “Hay que vigilar mucho los rayos”, dice. Desde el aeródromo observan una tormenta que avanza de oeste a este. De pronto, Mariñas detecta algo inusual en el horizonte: “Esa columna que no es de agua”, advierte.
Veinte minutos después suena la alarma de activación. El helicóptero despega del valle y, ya en vuelo, la tripulación distingue con claridad “una columna de humo muy importante”. Desde la altura se aprecia que el terreno sobre el que sobrevuelan es principalmente pasto, sin arbolado; sin embargo, la columna de humo no está sobre esa primera mancha de pasto: está bastante por delante, en el área hacia la que se dirigen para tomar tierra. Mariñas explica que la causa es el viento asociado a la tormenta: se registran rachas de hasta “70 km/h” que empujan la masa del fuego y adelantan la columna respecto al frente que ellos ven desde arriba.


Ese empuje del viento convierte al fuego en un sprinter que corre a toda velocidad, hambriento, rugiente, voraz e incontrolable: según Mariñas, el incendio se desplaza a velocidades de aproximadamente “7 km/h”, una cifra altísima para un fuego de pasto. Como primer medio aéreo en la zona, la brigada desciende y se coloca a trabajar en el flanco izquierdo.
Pese a su esfuerzo, hacia delante siguen viendo un flanco ardiendo y “sin control”. Mariñas observa además que prácticamente todos los otros medios se han concentrado en el flanco derecho, la zona con más riesgo para la población y las infraestructuras.
Roberto Dastis, capataz de Incendios Forestales, se incorpora al operativo aproximadamente una hora después del inicio del fuego. Describe “un día complejo”. Uno de los problemas es puramente operativo: vallados y perímetros privados dificultan el recorrido y el acceso de los vehículos y equipos de bomberos, lo que frena su ataque contra los flancos del incendio, que así corre “sin control” alimentado, además, por esos mismos vallados.

Se activan más efectivos. También los tres buldocers disponibles para abrir perímetros y contener el avance de las llamas. Pero el viento aviva el fuego, que coge velocidad en las divisorias y salta de una a otra, haciendo prácticamente imposible la contención en varios puntos. El flanco derecho, fotografía este bombero forestal, es el “más salvaje”: el fuego corre tanto que es imposible enfriar el terreno y controlar todos los puntos calientes que genera.
Su relato coincide con el oficial. “[El incendio] Se expandió con rapidez y pronto alcanzó gran virulencia”, resume un documento de la administración regional. “El fuego comenzó sobre las 19.45 horas impulsado por condiciones meteorológicas extremas (...) lo que aceleró su avance en cuestión de minutos por más de seis kilómetros en apenas 40 minutos”, sigue. Y reconoce: “Este ha sido el incendio más grave ocurrido en la comarca en los últimos 30 años, y posiblemente el más grave en la historia reciente de la Comunidad de Madrid, por las pérdidas humanas y materiales ocurridas (fallecimiento de una persona, varias viviendas quemadas, animales muertos), también por la dimensión y superficie total afectada, por la virulencia que alcanzó, y por la alta afección a superficie arbolada y a superficie de espacios naturales protegidos”.
Para cuando los bomberos logran apagar el infierno, la superficie arbolada afectada asciende a 1.182 hectáreas, según el recuento oficial. De ellas, 629,98 son de encinares; 511,41 de dehesas; 25,13 de bosques ribereños; 5,07 de fresnedas; o 4,87 de pino piñonero. Sin embargo, el fuego no azota a todas las zonas por igual.

En el monte de Viñuelas, integrado en tres espacios naturales protegidos de la región, la superficie quemada con severidad alta asciende a 116 hectáreas, la quemada con severidad moderada se queda en 97, y la quemada con severidad baja se reduce a 50, según las imágenes tomadas por el satélite Sentinel-2, que utiliza el índice de vegetación NBR (Ratio de quemadura, en sus siglas en inglés), cuyo cálculo se realiza a partir de bandas de infrarrojo próximo y de infrarrojo medio.
Pero esas cifras asépticas, alerta un informe de la Comunidad, esconden un peligro real: “Las zonas de severidad alta coinciden con las zonas en las que la cubierta vegetal ha sido carbonizada dejando el suelo sin protección. (...) Esas zonas quedan en riesgo de erosión grave, con peligro de arrastre de las cenizas a los cauces, y en consecuencia un alto riesgo de desertificación a corto plazo”.
Por todo ello, considera la Comunidad, intervenir ahora en la zona, que representa un 44% del total afectado, es “imprescindible” para “evitar daños irremediables por la desprotección del suelo y la fragilidad de la vegetación incendiada”.
Huella física y psicológica
¿Y qué va a hacer la administración? Cortar la vegetación calcinada “para favorecer que se produzca un rebrote vigoroso de las encinas de cepa o de raíz”. Reutilizar la madera quemada para crear barreras fijadas con estacas en laderas de pendiente superior al 20%, cauces y vaguadas, para luchar contra la erosión del suelo. Se protegerán las charcas de la zona contra la contaminación con cenizas. Para reptiles y anfibios se construirán una decena de refugios. Y se mantendrán, en toda la superficie de corta, entre dos y tres árboles por hectárea “de gran tamaño” para que sirvan de percha para las aves.
“Es necesario actuar de forma inminente ante la situación, en un periodo de tiempo muy breve, ya que cualquier retraso puede hacer que las medidas sean finalmente no sean suficientes, y se produzcan las temidas pérdidas de suelo y procesos erosivos que impidan la recuperación del ecosistema”, se justifica.
Dos meses después, la huella del fuego de Tres Cantos es física, pero también emocional. “El campo está negro”, dice con voz tensa Elena Spiridon, la viuda de Mircea, que lamenta la poca ayuda de las administraciones, agradece el crowdfunding de 30.000 euros que le permitió repatriar el cuerpo de su marido a Rumanía, y reconoce que le resulta casi imposible volver a la finca en el que este murió. “Pasar por allí y ver todo este panorama me resulta muy complicado”.
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