Trump se autonombra el CEO de EE UU y eleva a casi cuatro billones la inversión empresarial lograda
El presidente aborda con las grandes corporaciones la misma estrategia de amenazas y chantajes que en la guerra arancelaria


El cargo de presidente de Estados Unidos conlleva ser el comandante en jefe (Commander-in-Chief) de las fuerzas militares, entre otras muchas atribuciones. Para Donald Trump, toda su vida un empresario agresivo y ambicioso antes que político, no es suficiente y empieza a adoptar las maneras y responsabilidades que en el mundo corporativo se asigna a los CEO (Chief Executive Officer), una figura que en España suele traducirse como consejero delegado de una manera no del todo correcta. Porque la clave del poder está en la palabra ejecutivo; hay presidentes ejecutivos, como Ana Botín (Santander) o Ignacio Sánchez Galán (Iberdrola) y hay consejeros delegados de pleno dominio como Óscar García Maceiras (Inditex) o Gonzalo Gortázar (Caixabank).
Lo importante es quién toma las decisiones, se llame como se llame. Donald Trump, sin haber concluido todavía la guerra comercial con los países y bloques geográficos, lleva semanas abriendo un nuevo flanco con las grandes corporaciones. Ha intervenido en decisiones históricas como que Coca-Cola cambie su receta secreta para que se elabore con azúcar de caña y ha amagado con crear un fondo soberano y, entonces sí, decidir en qué invierte Estados Unidos a lo largo de todo el mundo de manera directa. Este mismo jueves se rumoreó sobre la entrada del Estado en Intel.
Pero, por encima de todo, Trump presume de haber atraído casi 4 billones de dólares (dos veces el PIB de España) en dinero privado, más otros tantos en compromisos genéricos por parte de países como Japón o Arabia Saudí. Todo ello, en poco más de medio año. Por lo general el método Trump con las empresas calca al de los estados: señala a una industria concreta y, a los pocos días, las grandes firmas reaccionan con una nueva inversión en Kentucky o Carolina del Sur. Como en las promesas electorales, solo el tiempo dirá si cada una cumple con su anuncio.
El último gran movimiento de corte empresarial de Trump ha consistido en saltarse los acuerdos generales con los países y pactar directamente con las empresas el cobro de un porcentaje de sus ventas en esos lugares. En concreto, los gigantes Nvidia y ADM pagarían un 15% de sus ventas en China de su chip de inteligencia artificial estrella. El secretario de Estado del Tesoro, Scott Bessent, ha considerado que no es mala idea para extenderla a otros sectores.
Atracción de inversiones
A todo buen CEO se le mide por varios factores. Los mercados suelen mirar con lupa el pago a los accionistas, ya sea en forma de dividendos (retribuciones extra por cada título que se tenga de una empresa que suelen salir de los beneficios) o ese concepto tan etéreo de ‘generar valor’. Resumiendo mucho, esto significa que la empresa siga creciendo. Para Trump, Estados Unidos solo puede crecer con inversiones masivas en su suelo. Así llegan o se mantienen los empleos y suben los ingresos para consumir y gastar de nuevo. Primero de capitalismo salvaje.
Según recoge la propia Casa Blanca de manera casi exhaustiva y con enlaces que dirigen a las notas de prensa oficiales de cada caso, desde que empezó el año se han comprometido inversiones en suelo estadounidense por valor de 8 billones de dólares (trillones americanos). De ellos, más de la mitad corresponde a acuerdos directos con naciones: 1,4 billones de Emiratos Árabes Unidos, 1,2 de Qatar, 1 de Japón, 600.000 millones de Arabia Saudí, 500.000 de India y 450.000 de Corea del Sur. Aquí no se incluyen aún los 600.000 que debería destinar la Unión Europea si quiere fijar el arancel del 15% pactado con Washington.
El resto, hasta un centenar aproximado de anuncios, llega directamente de los consejos de administración de los gigantes empresariales. Apple es el mayor contribuidor hasta el momento. El propio Tim Cook fue a la Casa Blanca a principios de agosto a estrechar la mano de Trump para anunciar que su compañía desplegaría un plan de inversión de 600.000 millones de dólares en cuatro años para reforzar la estructura fabril en EE UU y sumar 20.000 nuevos empleos.
Hasta ese día, Nvidia había sido la más generosa, mucho antes de su predisposición a pactar las ventas chinas. La primera empresa de la historia en superar los 4 billones de dólares en capitalización bursátil anunció a mediados de abril que gastaría 500.000 millones en cuatro años en desarrollar chips y tecnología de IA en su país de origen.
También al entorno de la IA pertenece la tercera gran apuesta empresarial del segundo mandato de Trump: el proyecto Stargate, una operación también de 500.000 millones desvelada en enero con OpenAI, Softbank y Oracle como inversores para la construcción de una nueva infraestructura de IA para la misma OpenAI.
De la IA a los chips. Por encima de los 100.000 millones en inversión se sitúan tres promesas similares: Micron Technology construirá una nueva fábrica en Idaho y renovará la actual en Virginia por 200.000 millones; IBM destinará 150.000 millones en cinco años a modernizar sus instalaciones en EE UU y la taiwanesa TSMC reservará 100.000 millones para erigir una fábrica en Phoenix, Arizona.
El siguiente escalón coincide con otra industria a la que ha señalado Trump no pocas veces: la farmacéutica. Johnson & Johnson eleva en un 25% su inversión del anterior cuatrienio y se irá a los 50.000 millones hasta 2029; Roche gastará 50.000 millones en modernizar sus instalaciones en Indiana, Pennsylvania, Massachusetts y California y construirá una quinta en una localización sin aclarar aún; Astrazeneca invertirá otros 50.000 millones hasta 2030; la suiza Novartis usará 23.000 millones en modernizar sus diez localizaciones en EE UU y abrirá siete nuevas; y la francesa Sanofi pone encima de la mesa 20.000 millones para investigación y producción local.
En este entorno de inversión se sitúa el gigante del comercio mundial. Amazon pretende reservar 20.000 millones para ampliar su capacidad de almacenaje en Pensilvania, otros 10.000 para construir centros de datos en Carolina del Norte y 4.000 más para fortalecer su estructura en pequeñas ciudades por todo el país para crear hasta 100.000 empleos.
Si la tecnología, la IA y los laboratorios farmacéuticos son sectores de indudable productividad y visión de futuro, el preferido por el votante republicano (y seguramente por Trump) viaja más bien al pasado. La lista de la automoción incorpora a locales y extranjeros en una de las industrias más zarandeadas por la refriega arancelaria: Hyundai, con 21.000 millones y casi 6.000 millones para una nueva planta en Luisiana; John Deere, con 20.000 millones; Stellantis, con 5.000 millones que incluyen reabrir su planta en Illinois y un nuevo megahub en Detroit; General Motors, con 4.000 millones para el traslado de producción desde México a Michigan, Kansas y Tennessee; o Ford, que invertirá 5.000 millones para acondicionar sus plantas de Kentucky y Michigan de forma que sean capaces de fabricar nuevos modelos y baterías para coches eléctricos.
Los ejemplos siguen sumándose hasta superar los cien y cada semana la Casa Blanca añade nuevos hitos casi al mismo ritmo que Trump incorpora elementos intervencionistas sobre la gran empresa global. “Esto es verdaderamente extraño e inusual, y lo preocupante —más allá de los casos individuales de AMD y Nvidia— es la posibilidad de que se expanda”, señala Gary Hufbauer, investigador principal del Instituto Peterson de Economía Internacional, en declaraciones a Bloomberg. “Ahora todo es seguridad nacional, según la nueva definición, lo que significa que todo está sujeto a licencias de exportación, y luego te otorgan una licencia en función de tu contribución”, añade. Pagar más por seguir haciendo negocios. Por orden del nuevo consejero jefe ejecutivo.
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