Zverev, el tenis de élite y sus estragos: vidas privilegiadas, cuerpos quemados, mentes fritas
La confesión de Zverev, desbordado anímicamente, subraya la erosión que causa un deporte que combina el frenetismo y los resultados con el lujo de su primera línea


No es Alexander Zverev un tipo dado a abrirse, sino más bien todo lo contrario. Siempre ha marcado distancia con la prensa, en general, y con la de su país en particular, y ha proyectado una imagen de dureza que se refuerza con una presencia física que alcanza prácticamente los dos metros. De ahí la repercusión de las palabras del alemán, quien tras caer en la primera ronda de Wimbledon, el martes ante Arthur Rinderknech, se abrió en canal ante los periodistas: “He pasado por muchas dificultades en la vida y estoy sufriendo mentalmente. Simplemente me falta alegría. Y no se trata necesariamente del tenis; más allá del deporte, también. No sé, en general, me siento solo en la vida. Muy, muy, muy solo. Y eso no es nada agradable”.
La confesión del número tres del mundo, de 28 años, ha agitado otra vez el avispero: tenis de élite y estragos mentales, físicos mediante, van de la mano. Proliferan los casos de jugadores y jugadoras que terminan saturados y quemados, ya sea por la rutina —repetición pura y dura, día sí y día también—, el calendario —de diciembre a noviembre, apenas sin tregua—, la erosión de las lesiones —recurrentes e inevitables—, la frustración por los resultados —perder semana tras semana—, la exposición mediática —en el caso de las figuras de primera línea o los genios precoces— y un sistema clasificatorio tiránico que obliga a competir sin descanso para no perder el sitio en el listado. El cóctel, muy exigente, acaba por doblegar las mentes de muchos profesionales.
Así lo explica a este periódico Jaume Munar, por primera vez presente en la tercera ronda de un grande tras batir a Fabian Marozsan por 6-2, 6-3 y 7-6(9). Tiene 28 años. Prueba, pues, de lo sacrificado de un deporte tan agradecido desde un punto de vista, como corrosivo desde el otro.
“Lógicamente, yo lo veo desde la perspectiva del jugador y se pasan momentos duros, jodidos; yo he pasado muchos a lo largo de mi carrera, lo que pasa es que no soy de comentarlos”, introduce el mallorquín, 55º del mundo. “Primero hay que entender la esencia de nuestro deporte, que es individual y con un ranking que va pisándote los talones constantemente; después está el calendario, que es duro, pero no por el hecho de jugar más o menos, sino porque tenemos que viajar y adaptarnos continuamente; a eso se suma que estamos muy poco tiempo en casa y, por lo tanto, hay muy poco disfrute familiar en comparación con personas de otros ámbitos”.

Y prosigue: “Todo eso que he mencionado hay que ponerlo en la balanza con la gratitud que te aporta el tenis, porque hay que ser realistas. De entrada, por nuestra situación económica y por el hecho de que, en la mayoría de los casos, hacemos lo que más nos gusta y podemos cumplir nuestros sueños; ganamos dinero, tenemos todos los lujos y, si vamos a lo puramente material, tenemos una vida superbonita. Pero todo eso hay que combinarlo con el hecho de que es un deporte que no te deja compaginar con otros aspectos que yo entiendo fundamentales, la conciliación con esa parte familiar no es fácil”.
A las palabras de Zverev, en los últimos tiempos le han precedido casos como el de Sara Sorribes. La valenciana, de 28 años, anunció de manera repentina, en abril, una pausa “definitiva o temporal” porque sufre desde hace tiempo. “He perdido la ilusión por entrenar, por mejorar e incluso por ir a los torneos. He decidido tomarme un tiempo para mí, para mi cabeza y para mi cuerpo”, explicó. Ahí también están casos llamativos como los de la japonesa Naomi Osaka, que hace cuatro años reveló problemas psicológicos derivados de las expectativas y la gestión del éxito, o el del ruso Andrey Rublev, que en una entrevista concedida al diario The Guardian en enero, afirmó: “Los pensamientos dentro de mi cabeza me estaban matando”. En 2023, la estadounidense Amanda Anisimova, entonces 21 años, frenó durante ocho meses para cuidar de su salud mental.
Huir de la derrota
En ese sentido, Carlos Alcaraz, citado este viernes (no antes de las 16.00, Movistar+) con el alemán Jan-Lennard Struff (125º), lo tiene claro: “Me he sentido de bajón muchas veces en una pista de tenis y en torneos, pero ahora estoy muy feliz por haber encontrado el camino correcto. Cada partido que juego es un regalo. Se trata de disfrutar jugando. Yo he encontrado lo que funciona para mí”.
En una charla con este periódico, el barcelonés Àlex Corretja definió en su día al tenis como una “trituradora psicológica” y un reputado entrenador que prefiere mantener el anonimato razona las desapariciones recurrentes y el comportamiento díscolo del australiano Nick Kyrgios, tan genial como explosivo. “Hace todas esas cosas porque no soporta perder. Es una forma de huir porque teme sobremanera la derrota”. Hace no mucho, el noruego Casper Ruud también admitió que estaba atravesando por un momento psicológicamente complicado. Y, precisamente en Londres, el australiano Álex de Miñaur señalaba a EL PAÍS: “Estoy aprendiendo, ya no muero por los resultados”.

Zverev posee 24 títulos y no ha estado lejos de alcanzar la cima del circuito. Sin embargo, su proyección inicial, cuando su perfil generaba unanimidad como siguiente fenómeno de la raqueta, ha quedado reducida a la de un gran jugador que hasta hoy no ha logrado hacerse con el número uno ni ganar un Grand Slam, condiciones sine qua non para pasar a la posteridad de este deporte. Durante la disputa de Wimbledon, su exposición ha generado impacto porque, pese a que recientemente ya había hecho insinuado su disconformidad con el presente —“la gente se sorprende cuando gano un partido, pero sigo siendo el tres del mundo”—, es un interlocutor más bien hermético.
“Si no disfrutas tanto de algo, siempre puedes hacer otra cosa. No estoy diciendo que deba dejar de jugar, porque estoy segura de que mucha gente quiere que continúe. Pero no lo sé. Creo que la gente debería hacer aquello que les haga felices, pase lo que pase”, afirma Osaka. “Le entiendo perfectamente, todos hemos sentido lo mismo. Pero no se trata de tenis: esto es solo el desencadenante”, señala Rublev, mientras el hermano del protagonista y exjugador, Mischa Zverev, se pronuncia: “Le vi después de perder, y todo parecía ir bien”. “La vida es muy, muy dura en muchos países. Pienso que la vida es mucho más dura para muchos niños de África que para un tenista en Wimbledon”.
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