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Los 10 lugares favoritos de... Álvaro Barrientos: “Mi primer trabajo fue como repartidor de pizza”

El chef-youtuber repasa su colorida infancia de barrio y la adolescencia en un internado. También habla de su colección de balanzas y fiambreras para un futuro restaurante y su amor por los históricos mercados

Álvaro Barrientos y el Estadio Nacional de Chile.
Antonia Laborde

Parque Juan XXIII. De niño vivía en Ñuñoa, muy cerca del parque, al que iba mucho con mis hermanos. Tiene esculturas de cemento con formas de animales que entonces me parecían gigantes, muchos árboles increíbles, un corredor largo de baldosas donde andábamos en patines. Lo más increíble es que el patio trasero de las casas dan al parque y mucha gente termina haciendo la sobremesa sentados ahí. (Juan Moya Morales 4117)

La Fuente Chilena. Soy cocinero y sándwiches como los chilenos no se comen en ningún lugar del mundo. Cuando escasean un poquitito las lucas [dinero] y la familia quiere ir a un restaurante, va a comer su sándwich. La Fuente Chilena, donde incluyo a todas las sandwicherías tradicionales, es de esos lugares súper especiales porque tiene todo eso que hoy nos hace tanta falta: unión, gritar, desempaquetarnos un poquitito, el público objetivo es global. Voy solo a la rápida, con amigos, con mis papás, con mis hijos, y estamos las tres generaciones conversando y comiendo lo mismo que comía cuando chico. (Av. Apoquindo 4900)

Parque Juan XIII en la comuna de ñuñoa, Santiago, Chile, el 12 de mayo del 2025.

Trattoria Calypso. Una perlita en la cordillera de Santiago, en el Cajón del Maipo. Yo iba de chiquitito a andar en bicicleta allá con mi papá y mi hermano y así descubrimos la trattoria, de una familia italiana, donde la gente duerme siesta después de almorzar. Los platos son abundantes, el vino y el limoncello deliciosos, el pan que hacen es mágico. Cuando nací, mis papás ya estaban separados. Mi papá nos veía algunos fines de semana y generalmente nos llevaba a comer. Tenía un pasar económico que se lo permitía, distinto al de mi mamá, que era con quien yo vivía, y con mi abuela y bisabuela. Mi bisabuela estaba todo el día cocinando y yo estaba todo el santo día con ella. Preparaba cocina chilena con una maestría increíble. En mi casa siempre había olor a comida, la olla a presión sonaba todo el tiempo. Mi abuela era de guisos prolongados. Yo tengo esos aromas en mi nariz y los busco y cocino felizmente lográndolos. (El Manzano 9831)

Estadio Nacional. De chico también viví en la Villa Olímpica, al lado del Estadio Nacional. Íbamos a la pista de atletismo -mi papá fue campeón nacional de atletismo-, a ver carreras de ciclismo, de patinaje, a ver jugar fútbol a la Universidad de Chile, a la selección chilena. Hay un montón de cosas que hacen que yo ame mi vida de niño, como los volantines, la calle, los árboles con frutos. Ir a la casa de la vecina a pedirle limones, que me prestaran el teléfono. Mi mamá se iba muy temprano y volvía muy tarde, pero nunca me sentí solo porque cualquier cosa me iba donde una vecina. A los 13 años me fui a un internado. Estuve cinco años ahí lejos de mi familia; mi hermano ya se había ido de la casa. Yo estaba todo el día en la calle, entonces me metieron como un modo de resguardo y encontré eso. Los primeros años fueron de llantos escondidos, después te curas un poco de eso y te haces tus amigos. Pero creo que ni un niño de séptimo básico tiene que estar lejos de su casa. A mi hijo de esa edad todavía le siento el olor a niño chiquitito. Pero mi vida tiene esos colores y gracias a esos momentos valoro mucho todo lo que vivo hoy. (Av. Grecia 2001).

Barro Italia. Hay una movida gastronómica en constante movimiento. Te quieres comer una pizza, y está, un sándwich, y está, hay muy buenas heladerías. Además está el Fogón de Momo, para mi, el mejor lugar de carnes de Santiago. Hay un montón de emprendedores con sus negocios chiquititos que van variando. Me encanta el sector de los anticuarios y claro, comenzó como un lugar de anticuarios y donde se arreglaban motos. Yo tuve algo que parecía una moto, una Honda J1R, el vehículo de mi primer trabajo. Cuando salí del colegio y cumplí 18 años, me compré esa moto con ayuda de mi papá por 200.000 pesos (unos 200 dólares). Se los pagué con los tres primeros meses de trabajo como repartidor de la Pizza Hut.

Una mujer en la Vega Central, en Santiago, Chile, en agosto de 2024.

La Vega. Es una extensión de las ferias, de ahí se nutren muchos almacenes y verdulerías. Cuando estoy carente de inspiración como cocinero, voy y me nutro de todos los productos de temporada y salgo repleto de ideas y cosas. Cuando comencé a trabajar, siempre me abastecía ahí y sigue siendo un lugar increíble al que amo y espero las autoridades le den el valor que corresponde, porque de lo contrario se va a perder. Es un lugar donde la gente de escasos recursos va y todavía puede comprar. Hay gente buena, que ha tenido esos negocios por generaciones y, si no lo cuidamos del descontrol, de la falta de orden y de la delincuencia, se va a perder. (Dávila Baeza 700).

Mercado Central. Mi papá, emprendedor toda su vida, tenía una empresa de tratamiento de agua, y nos llevaba a todos estos lados tradicionales, por eso mi amor por estos lugares. Con él íbamos una vez a la semana, comíamos piures, almejas, mariscal crudo y hoy día la mitad del mercado está cerrado y la gente con negocios de antaño no pueden creer lo que está pasando. Viven en una desazón tremenda porque sienten que a nadie le importa y que nadie hace nada por cuidarlo. (San Pablo 967).

La Popular. Tadeo, el dueño, vino de Argentina y comenzó vendiendo panes que hacía en su casa. Se los llevaba en un carrito de supermercado y los vendía en el Parque Bustamante. Me encanta lo que pasa en estos negocios, que a las 9 de la mañana ya están bullantes, funcionan más con la hora a la que me muevo a mis 50 años. Atesoro estos lugares que están en los barrios, que se preocupan del entorno, que no te apuran. Y La Popular ha sido inspiración para muchos que han hecho lo mismo, con precios para todos. Tadeo sigue sencillo, con las mismas ganas, y los mismos sueños. Me gusta ver a esa gente profesional, sobre todo cuando es inmigrante. (José Manuel Infante 1232).

El Arrayán. Es donde vivo, un lugar que cada día se ve algo distinto, está lleno de colores, árboles. Cuando era chico, en la ciudad había mariposas, chicharras, saltamontes y ahí todavía están. Me gusta esa riqueza de espacio bien comprendida: la riqueza no es la casa gigante, es el árbol gigante, es el lugar donde puedes ir con tu familia, pagar una entrada accesible y hacer un asado a los pies de un río, como en el Santuario de la Naturaleza. Vivir en El Arrayán fue un sueño que tuve siempre y felizmente tengo una señora a la que le gusta más que a mí.

Persa Biobío. Soy un coleccionista. Voy a dar una vuelta al persa y me devuelvo con la camioneta llena. Tengo una colección de muchas cosas antiguas: candelabros; números de casas; molinillos; balanzas; laminadoras de fiambres manuales. Si algún día vuelvo a hacer un restaurante [fundó la Fuente Chilena], probablemente las exhiba ahí. Va a ser de cocina chilena, 15 mesas máximo, para conversar con la gente y darle las recetas. Todavía no, porque estoy criando. Me queda harto con el más chico, de 10, y quiero disfrutarlo. Se va a nuestra cama todos los días y como yo nunca estuve en la cama con mis papás juntos, es algo que me mantiene en un estado de permanente emoción. Si ahora hago un restaurante, no voy estar en esas horas que para mí son oro puro, pero lo voy a hacer en un ratito más.

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Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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