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Los 10 lugares favoritos de... Francisco Mouat: “El Teatro La Comedia fue uno de los sitios donde empecé a crecer”

El periodista y escritor habla de su pasión futbolera en el Estadio Nacional , el reporteo duro en la revista Apsi y el amor a la literatura

Combo Francisco Mouat
Antonia Laborde

Estadio Nacional. Fue el primer estadio al que fui de niño y ha sido al que más se ha ido en la vida, entre otras cosas, porque desde hace una tonelada de años la Universidad de Chile juega allí de local. No puedo dejar de pensar que, además, carga con el peso histórico de haber sido campo de prisioneros y centro de tortura en la dictadura. Mi trabajo me ha llevado a indagar esa condición, por ejemplo, cuando trabajé el libro de conversaciones con el Gato Gamboa, quien estuvo allí como detenido y luego brutalmente torturado. El estadio tiene esa doble cara: ha sido un lugar donde he vivido destellos de felicidad enorme, como hincha del fútbol, y a donde cada vez que voy, miro la zona pequeñita del memorial.

Estadio Nacional Julio Martínez Prádanos, en Santiago, Chile.

Campus Oriente de la Universidad Católica. Mi primera experiencia universitaria, primero estudiando periodismo y una licenciatura en estética. Vivía relativamente cerca, en la frontera entre la Reina y Ñuñoa. Era un lugar diferente, una especie de convento-colegio que muta en una universidad con áreas verdes, canchas, una biblioteca. Hice las primeras amistades extra a las de la infancia y algunas perduran hasta hoy. Fue un momento muy dinámico, convulso, revuelto y bello de la vida de uno, despertando al ser ciudadano, a la agitación universitaria, a las revueltas. También ocurrieron los primeros amores. Fui compañero de la mamá de mi primera hija, Antonia. Nos casamos y después de unos años nos separamos.

Plaza Egaña. Cuando tenía ocho, nueve, diez años íbamos a las matinés del cine que tenían una cartelera pésima. Más grande, de universitario, jugamos baby fútbol ocho años en las canchas de atrás del gimnasio Manuel Plaza. Había un bar donde nos íbamos a tomar una bebida después de la pichanga, el Willy King’s. Y estaba el Pollo Caballo, un clásico que ya no está. No era una plaza esplendorosa que hoy ha sido violentada por la edificación del mall. No. Diría que incluso ahora quizás es más cuidada que antes, pero era muy transversal, muy barrial.

Teatro La Comedia. Fue uno de los lugares donde empecé a crecer. Las primeras obras que fui a ver por voluntad propia fueron las del Ictus, el 76’, 77’, 78’. Recuerdo Tres noches de un sábado y Pedro Juan y Diego, que ahora la repusieron y mi hijo me regaló una entrada para ir a verla juntos, igual como yo había ido al teatro con mi papá de adolescente. Para mí fue un descubrimiento esa sala porque fue uno de los espacios para empezar a resistir la uniformidad de esos años. Todavía era un muchacho, pero ya empezaba a tener cierta conciencia y mirada. Tiene harta carga, y una carga también bien luminosa, porque no solo había coraje, había amor al teatro. La quiero.

Revista Hoy. Ahí hice mi práctica profesional en 1983. Fue la primera experiencia periodística seria, de tres meses, y me dejaron colaborando. Después me fui, pero volví en 1989, donde conocí a mi esposa actual, madre de tres hijos más, aparte de la Antonia. Llevamos más de 30 años juntos. Pasaron cosas tan relevantes como haberla conocido, pero también fue un espacio de formación. Conocí lo que puede llegar a ser un equipo periodístico friccionado, complejo, tensionado, pero alucinante. Me hizo súper bien conocerlo de primera mano altiro, de entrada. En épocas además muy complejas, creo yo, para ejercer el periodismo.

Revista Apsi. Ese fue mi verdadero lugar de formación como periodista, lector, ciudadano, amigo. Era un lugar entrañable, pero el periodismo más rudo que me ha tocado hacer o conocer, fue ahí. Llegué cuando recién habían empezado las protestas a mediados de los ochenta y estaba empezando a existir esta prensa de oposición. Agradezco tanto haber estado ahí porque me formó en el mejor de los sentidos. Transcurrieron cinco años con un nivel de intensidad que no sé si otro trabajo en mi vida contenga esa carga. Trabajaba ahí cuando ocurrió lo de Rodrigo Rojas, un muchacho que quemaron junto con Carmen Gloria Quintana. Había venido de Estados Unidos a hacer una especie de práctica en nuestra revista. Eso ocurrió dos días después de que se jugara la final del mundial de México 86’, donde todos nos sentábamos en la sala de reuniones a ver fútbol. Tenía esa luces y sombras de la vida.

Fuente de Soda Bierstube. Era uno de nuestros espacios de pausa cuando estábamos en la Apsi. La regentaba un matrimonio alemán, donde ella dirigía detrás de la barra a las dos garzonas con delantal y cofia color granate. Esta señora mayor coordinaba todo, mientras el marido, un viejo parco, estaba a un lado de la barra tomando cerveza, comiendo, y de repente recibiendo a sus amigos. Él llevaba el registro de la liga alemana de fútbol en un tablero con los resultados de los partidos y la tabla de posiciones. Los lomitos eran extraordinarios, en un pan negro alemán de la casa, con una mostaza alemana genuina, picante, con harta pimienta y cerveza de barril negra y blanca, buenísima. Las dos garzonas eran mal genio, pero intentábamos hacerlas reír y, aunque nos costaba, a veces les sacábamos una sonrisa.

Radio ADN. Se fundó el 1 de marzo de 2008 y estuve ese día hasta hoy. Como bien dicen mis compañeros, soy un tenor fundador. Me acuerdo que disfruté infinitamente los cursos de radio de la universidad del profesor José Ortiz, que llevaba la radio de la Embajada de EE UU en Chile y hacíamos muchas cosas allá. Siempre tuve la fantasía que en algún momento de mi vida iba a ser un animal de radio y mira hoy día. Fui parte del equipo fundador de la radio Bío bío en Santiago, pero duré cuatro meses armando prensa, era demasiado pesado. Si algún día dejara la ADN solo podría trabajar en una radio de un pueblo chico. Me gusta la naturalidad que todavía se puede experimentar en un estudio de radio en vivo. Para mí la radio es espontánea, desprovista de streaming, de cámaras.

Librería Lolita. Es un lugar que formamos en 2014. Con mi esposa somos los dos los principales socios de la librería y ella es la gerenta. Lo primero que me ancla es que ahí hago los talleres de lectura. La segunda, que vivo en ese barrio desde que la abrimos. Es un espacio de encuentro, de conversación, de libros, de lectura. Cuando estábamos mirando un lugar y apareció este en República de Cuba era otro planeta: había un lavaseco a medio morir saltando, la librería era una fábrica de guantes industriales, había una tienda que vendía artesanías y arreglaba bicicleta. Ha cambiado mucho y ahora llegó la cafetería Breeki, que me encanta por su café, la energía que tienen y dialogamos en todos los sentidos. Yo no he podido vivir sin libros. Primero leyéndolos, después escribiéndolos, editándolos, y luego vendiéndolos. Lo que nunca se me va a ocurrir es una distribuidora. Vuelvo a las raíces: leer y escribir, los oficios más lindos del mundo.

Librería Lolita, en Santiago.

La mesa del fondo. Alguna vez he fantaseado con la idea de escribir un volumen que se titule La mesa del fondo, donde pueda escribir parte de las conversaciones que voy sosteniendo en el tiempo con las personas con las que suelo compartir una mesa, y que son básicamente mis amigos. Una mesa en la que envejecemos contando historias, anécdotas, combinando humor y filosofía de cuarta categoría; la filosofía doméstica para la cual afortunadamente no cuentan los estudios. Es un grupo donde vamos itinerando los encuentros en distintas casas. Es el lugar que escojo para rendir tributo al tiempo invertido en la conversación, un arte olvidado y al que recurro para combatir la ligereza de trazos de la vida moderna.

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Sobre la firma

Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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