Bárbara Muelas: guardiana, mama y traductora de la lengua namtrik
La primera indígena en ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, en sus 154 años de historia, a sus 80 años escribe el primer diccionario bilingüe español/namtrik, la lengua de su pueblo, el misak

“PirƟ” (que en español se pronunciaría más o menos ‘pirec’) es la respuesta de mama Bárbara Muelas cuando se le pregunta cómo se dice tierra en namtrik, una de las 65 lenguas que hablan los 115 pueblos indígenas que hay en Colombia. La exclama mientras mira por la ventana de su casa, en el centro de Silvia, la población en la que queda el resguardo de Guambía, habitado por los misak, en el suroccidente del país.
Enclavado en las montañas del departamento del Cauca y bañado por las aguas del río Piendamó, este territorio es una de las siete regiones donde viven los más de 21.000 integrantes de este pueblo: “La tierra es nuestra madre, la que nos da todo, la vida. La tierra es para trabajarla, para alimentarla. Sin tierra no hay indígenas”, dice Muelas.
Ella es la primera mujer indígena en ser parte de la Academia Colombiana de la Lengua, en los 154 años que tiene la más antigua de las organizaciones estudiosas del idioma fundadas en América. Además, lleva varios años construyendo un diccionario bilingüe, en jornadas de más de ocho horas diarias: “Más o menos en un año ya tendré terminada la primera parte”, dice la profesora de 80 años, que espera tener vida suficiente para concluir el compromiso que asumió con su gente.
Con su inclusión y la de la poeta afro Mary Grueso, del Pacífico, como miembros correspondientes de la Academia, esta marca un rumbo de apertura y reconocimiento a poblaciones históricamente excluidas de la toma de decisiones.
Maestra, graduada de bachiller del internado del Perpetuo Socorro, colegio de su pueblo en el que se educaban jovencitas de Cali y Popayán, cuanta que tuvo que hacer varios intentos para ser recibida y debió ocultar su apellido, no usar su vestido tradicional y camuflarse como si no fuera indígena: “El día que me proclamaron bachiller me dieron mi propio apellido. Fue una victoria”.
Nació en la hacienda Øskøwampik (tierra color de oro), que luego sería bautizada Gran Chimán, donde sus padres, Juan Bautista y Benilda, eran terrajeros. Allí creció con sus siete hermanos, labrando la tierra, jugando entre las acequias y viendo las injusticias que padecían los suyos solo por ser indígenas. Eran tiempos en los que para insultar se usaba el calificativo “¡mucha india!”. Hasta llegaron a escupirla, recuerda.

La necesidad ha marcado su vida. Por necesidad, para ayudar a los suyos y viendo los atropellos de los que fue víctima su hermana Jacinta por defender la tierra y el compromiso de su hermano Lorenzo (uno de los responsables de la Constitución del 91 y luego senador), supo que la educación era el camino. “La necesidad obliga. Había necesidad de aprender, de hacer algo por la defensa de la gente; por eso había que saber otra lengua, aprender a escribir. Fui maestra por necesidad, pues los niños no entendían, porque hablaban solo la lengua materna y en la escuela no aprendían rápido”.
Por necesidad de mejorar la transmisión de conocimientos, cursó licenciatura en Educación Primaria en la Universidad San Buenaventura de Cali, y varios años enseñó en secundaria. El desolador panorama de los muchachos que ya no aprendían namtrik y, de los que lo hablaban pero no tenían cómo escribirlo, la empujó a volver a estudiar: “Sentí la necesidad de escribir la lengua y enseñarles a los jóvenes la técnica. No podíamos escribir como hablábamos. Fui a la Universidad del Valle e hice una maestría en Lingüística y Español. Me convertí en el puente, en la traductora”.
Para la Constitución de 1991, por recomendación de sabios lingüistas que trabajaban en el articulado, el presidente César Gaviria la llamó para que, junto a otros indígenas de distintos pueblos, tradujera el apartado étnico de la carta magna. “Antes de la Constituyente un indígena no valía, éramos considerados menores de edad, éramos salvajes, podían hacer con nosotros lo que les diera la gana, abusar, explotarnos en el trabajo. Ahora por lo menos tenemos el reconocimiento por Constitución de que somos indígenas, de que este es un país diverso”.
Tuvo que buscar palabras para conceptos que en su lengua no existían, como minería, Estado, departamento o municipio, pues manejaban el territorio de otra manera. “Para nosotros la lengua está en la naturaleza, allí está todo, los nombres, los adjetivos”, explica.
Recorriendo sus montañas y recordando las enseñanzas de sus ancestros, se interesó por clasificar plantas y especies de la región. Ese fue otro de los gérmenes del diccionario en el que ocupa sus días. Madre y padre de sus dos hijos, pues su esposo falleció cuando ellos no tenían ni nueve años, los levantó en las tradiciones de los suyos y con el sueldo de maestra. Uno de ellos es médico veterinario, graduado de la Universidad de Antioquia. El otro, Gregorio Yalanda, es licenciado en música de la Universidad del Cauca y tiene una maestría en revitalización de la lengua; él es su mano derecha en su trabajo académico.
Mama, con acento en la primera “a”, es un título que le otorgaron por el liderazgo que ha asumido como forma de vida. Fue vicegobernadora del Cabildo y un poema de su autoría es el himno del su pueblo, también conocido como guambiano, que se canta en colegios, ceremonias e instalaciones gubernamentales: “Me inspiré en el dolor y la amargura que tenía en ese momento, en las recuperaciones de las tierras”.
Para ella, lengua es sinónimo de dignidad. Por eso, una de sus tareas actuales es concientizar a su gente de que deben enseñarles a los pequeños el namtrik en sus casas: “La mayoría se están yendo a los pueblos y ciudades a trabajar y estudiar. Se emparentan por allá con otros grupos indígenas, tienen contacto con otras lenguas y no están enseñando a los niños. Eso es muy preocupante para nosotros”.
Cuando se le mencionan los atropellos históricos a los pueblos indígenas dice que no olvida: “Eso queda en la memoria y no se borrará, pero estamos tratando de hacer muchas cosas. En este momento, haciendo el diccionario, trabajando, uno se olvida”.
El día que la llamaron de la Academia para anunciarle el nombramiento, tardó en responder. Pensó que se trataba de una broma, ya que no esperaba un reconocimiento nacional: “Con esto se abre una ventana para todos los grupos indígenas. Ya tenemos la posibilidad de escribir sin ningún problema y podemos hablar en todas partes con el reconocimiento que nos merecemos”.
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