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Elecciones en Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La otra espada de Bolívar

Los candidatos deberán armarse con estrategia publicitarias inteligentes, no para competir en desinformación, sino para proteger su nombre, construir una narrativa fuerte y reaccionar rápido a los ataques virales

Gustavo Bolívar en su apartamento en Bogotá, el 18 de octubre de 2023.

Gustavo Bolívar, de cola de caballo en su cabello, precandidato del Pacto Histórico a la Presidencia, desenvainó su espada para poner en público los riesgos del mal uso de las redes sociales cuando se emplean para atacar a los contendores de la política a cambio de beneficios económicos o de cualquier índole, como si fueran expresiones voluntarias en lugar de advertir que es publicidad política pagada. Se trata, sin duda, de poner el dedo en una de las llagas que afectan el normal desarrollo del debate.

La congestión de aspirantes no solo es un enfrentamiento entre petristas y antipetristas, sino una demoledora carnicería en el interior de unos y otros. Los ataques a Bolívar sobrevienen de sectores de la izquierda que antes lo querían y ahora lo rechazan. Y si esto le pasa a un candidato amigo del Gobierno, como será con los 75 restantes. Las llagas están en las redes sociales.

Hay quienes confían en que la regulación, la alfabetización digital o la ética de las personas en las plataformas pondrán freno al poder de las falsedades en redes sociales. Yo no comparto ese optimismo. Las redes no están diseñadas para la verdad, dice la inteligencia artificial, sino para la viralidad y mientras una mentira eficaz sea más rentable que una verdad aburrida, las reglas seguirán siendo ignoradas.

En 2025, 5,24 mil millones de personas usan redes sociales y la cifra crece 200 millones por año. En Colombia, TikTok tiene más de 32 millones de usuarios; Facebook, más de 43 millones, e Instagram, más de 20 millones. Con más del 80% de la población conectada a alguna red, ya no estamos ante un fenómeno cultural: es el escenario político por excelencia.

En Brasil, la campaña de Jair Bolsonaro en 2018 fue un laboratorio perfecto del uso del WhatsApp como canal masivo de la desinformación. Millones de mensajes circularon por cadenas privadas sin posibilidad de confirmación y verificación. El Tribunal electoral intentó regular el contenido del uso del las plataformas y los interesados encontraron la forma de hacerle el quite a la norma y de la mejor manera.

En Estados Unidos, Cambridge Analytica reveló que millones de datos personales fueron diseñados con microprogamas dirigidos a influir en votantes indecisos en la elección de Trump en 2016. Desde entonces se han introducido normas sobre privacidad, anuncios políticos y verificación de cuentas y, en 2020, nuevas campañas de mentiras circularon por TikTok y Telegram, fuera del radar de los reguladores. En 2024 la situación empeoró, los errores y la inteligencia artificial generativa lograron una mayor manipulación. Ninguna regulación ha logrado controlar el fenómeno. Mientras tanto, las democracias pasan aceite. Los jóvenes no tragan entero.

La única respuesta manejable a la pregunta de que se debe hacer ante preocupante situación de la democracia en crisis es aceptar el reto como es. Los candidatos deberán armarse con estrategia publicitarias inteligentes, no para competir en desinformación, sino para proteger su nombre, construir una narrativa fuerte y reaccionar rápido a los ataques virales. No se trata de resignarse al caos, sino de entender que el escenario es otro. La verdad no se impone sola. Hay que promoverla y defenderla.

Si el Gobierno recurre a prácticas oscuras —como pagar influenciadores encubiertos—, entonces no hay autoridad moral posible para exigir transparencia. Lo único que queda es prepararse para un combate en las sombras, donde lo ético no siempre gana y donde el silencio, a veces, vale más que un argumento brillante.

La espada de Bolívar ataca sin duda los riesgos de un enemigo que tiene herida a la democracia.

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