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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre fanáticos

A la izquierda petrista no la mueven las libertades civiles ni los derechos individuales: la mueve el resentimiento, que es una fuerza de mucha tradición política y de mucha y muy ruidosa presencia en nuestro momento actual

Manifestantes se reúnen en la 'Casa de Nariño' para apoyar las reformas del gobierno colombiano, en 2023.
Juan Gabriel Vásquez

El nombramiento de Alfredo Saade no puede chocar a nadie, pero debería preocupar a todos. La izquierda más petrista cerrará los ojos, como ha hecho cada vez que el presidente se pasa por la faja los principios más elementales de todas las izquierdas democráticas del mundo entero. A la izquierda petrista no la mueven las libertades civiles ni los derechos individuales, ni la idea de una sociedad genuinamente laica, ni tampoco (por más que se llenen la boca con esa palabra) la idea de una sociedad más igualitaria: la mueve el resentimiento, que es una fuerza de mucha tradición política y de mucha y muy ruidosa presencia en nuestro momento actual. Y en nombre del resentimiento se perdona todo.

Claro, el resentimiento es poderoso y terriblemente eficaz, y tiene la maravillosa característica de prescindir de ideologías: ayer llevó al poder a Chávez y dos veces ha llevado al poder a Trump, por no hablar de su capacidad para elegir a payasos como Javier Milei. Lo explicaba maravillosamente Mauricio García Villegas hace apenas unos días: “Una persona dice que es de derecha o de izquierda, que es monarquista o republicana, pero enunciar esa ideología no dice lo fundamental. Lo fundamental viene adentro, de las emociones que lo mueven a decir que es republicano o monarquista, de izquierda o de derecha”.

Así pasa entre nosotros. Petro lo ha sabido siempre, desde que era alcalde: el resentimiento lo mueve más que ninguna otra emoción, y eso se ve en cada uno de sus discursos, en cada uno de sus trinos, en cada una de sus visiones estrambóticas. Pero ahora ha dejado que lo domine por completo, o que domine su movimiento –y los últimos meses de su Gobierno– por encima de cualquier otra consideración o idea. Por eso puede rodearse de machistas violentos sin que a su base fanática le parezca incoherente. Y por eso puede cometer nombramientos como el de Alfredo Saade, que debería escandalizar a todo demócrata genuino.

La cosa viene de lejos. Hace tres años mal contados, en mayo de 2022, cuando los colombianos estábamos metidos de lleno en la campaña presidencial que ha dado lo que tenemos ahora, escribí en este periódico unas líneas que traigo ahora de nuevo. (Pido a mis lectores perdón por la descortesía de citarme a mí mismo, pero lo hago con un propósito definido.) “Yo no comparto el entusiasmo que genera Petro”, escribí por entonces. “Este país desastrado necesita grandes cambios, pero no me pidan que vea la solución en sus posiciones delirantes, que lo obligan a dar explicaciones durante tres días cada vez que abre la boca (sobre pensiones, trenes elevados, expropiación o perdón social: lo que sea). No me pidan que vea la solución en su mesianismo desaforado, que se refleja en la violencia retórica de tantos de sus seguidores y me recuerda demasiado al uribismo de hace quince años, cuya propia violencia retórica aguantábamos los que denunciábamos por entonces los excesos de Uribe”. Y para terminar la cita: “Tampoco me pidan que confíe en la relación demasiado estrecha que tiene Petro con líderes cristianos como Alfredo Saade, que prometen millones de votos sin que nadie parezca darse cuenta de que exigirán mucho a cambio”.

Todo ha empeorado en los tres años que han trascurrido desde ese artículo: ha empeorado el mesianismo, que ahora viene empacado además en un lenguaje incoherente en el mejor de los casos e incomprensible en el resto; ha empeorado la violencia retórica, que ha pasado de usar el adjetivo nazi para tirarle a todo lo que se mueva a llamar esclavistas a sus contradictores políticos, e incluso ha llegado a culpar a los senadores de la oposición de la muerte de sus seguidores. Y en cuanto a Saade: yo no sé si este nombramiento es el pago largamente esperado por los votos que el predicador o pastor prometió en su momento, pero le creo a Laura Ardila cuando dice en El Espectador que en Valledupar nadie entiende su nombramiento como jefe de gabinete: “¿Votos?”, escribe ella. “Alfredo Saade no tiene. En el Cesar es conocido como un político menor, que monta candidaturas para luego aliarse con algún caballo ganador que le devuelva el favor con un cargo”. No: lo que parece más probable es que este nombramiento busca poner en una posición de mucho poder a un hombre sin escrúpulos incómodos. Porque a Petro hace rato que lo incomodan los escrúpulos.

Por eso puede, liderando un movimiento que se dice progresista, nombrar a un fanático reaccionario que parece una mezcla entre Alejandro Ordóñez y el cardenal López Trujillo: Saade ha invertido una energía considerable en rechazar la legalización de la marihuana y en condenar el aborto en cualquier caso, lo cual va en contravía de dos ideas centrales del programa del Pacto Histórico. Pero es además un homófobo declarado que ha tuiteado contra el matrimonio igualitario –“el matrimonio entre homosexuales es pura paja”, escribió con elegancia– o que hace un par de años, cuando el gobierno le puso al escudo colombiano los colores del orgullo gay para unas celebraciones brevísimas, pidió que los cambios se deshicieran con una frase inolvidable. “No queremos homosexualizar al país”, dijo. Y luego: “El orden comienza por casa”. Qué reveladoras son esas dos palabras: el orden. Qué temperamento temible asoma detrás de ellas.

Todas estas incoherencias son parte ya conocida del temperamento de Petro. De otro orden son las declaraciones con las cuales el pastor o predicador ha dejado muy en claro sus credenciales democráticas: esto es lo que resulta no sólo lamentable dentro de una visión progresista, sino preocupante para cualquier noción democrática. En efecto, Petro ha nombrado en un lugar de confianza –y de mucho, mucho poder– a un hombre que ha pedido en público el cierre del Congreso, que ha llamado a los seguidores del petrismo a marchar contra los medios de comunicación críticos o escépticos, que ha llamado paracos a la Fundación para la Libertad de Prensa, que ha llegado a pedirle al presidente quitarles la licencia a los medios que no le gustan. “Lo mejor que le puede pasar a este país”, dijo o escribió, “es que los periodistas entiendan que si aman a Colombia deben respaldar al gobierno del cambio, el gobierno de Petro”. No ha entendido nada ni de lo que es el periodismo ni de lo que es el amor. En otro tuit dijo: “¿Quieren un bukele? Hay que darles un bukele”. En ambas frases me he permitido corregir la puntuación, ese invento maravilloso.

Así va Petro, como todo populista en horas bajas, rodeándose de gente a cuyo sentido de la democracia le falta un hervor, pero cuya obsecuencia o cuyo servilismo están fuera de duda. Saade ha pasado por todas las toldas ideológicas de Colombia, golpeando a las puertas del Centro Democrático con la misma soltura con que hoy despotrica contra Uribe y los que lo votan. Es un oportunista, mejor dicho; es también un fanático y un intolerante; y resulta muy elocuente –y muy inquietante también– que Petro lo quiera tan cerca, hablándole al oído, organizando sus días y sus actividades en estos tiempos electorales (pero ahora todos los tiempos son tiempos electorales), en vez de querer a algún demócrata genuino, a alguna de las figuras más racionales o más competentes que tiene su movimiento. Pierde su partido, pierde la izquierda y pierde esa entidad abstracta que llamamos democracia. Pero entre fanáticos se entienden.

Aterra pensar que la campaña apenas comienza. Sí, sí: van a ser meses largos.

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Sobre la firma

Juan Gabriel Vásquez
Nació en Bogotá, Colombia, en 1973. Es autor de siete novelas, dos libros de cuentos, tres libros de ensayos, una recopilación de escritos políticos y un poemario. Su obra ha recibido múltiples premios, se traduce a 30 lenguas y se publica en 50 países. Es miembro de la Academia colombiana de la Lengua.
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