“Crecimos sin referentes”: las reflexiones desde la adultez de una mujer lesbiana y un hombre bisexual
Dos personas de la población LGBTIQ+ cuentan cómo es vivir la adultez en sociedades marcadas por la discriminación


En las multitudinarias y coloridas marchas del orgullo que con los años han crecido tanto por Latinoamérica, es cada vez más frecuente ver una amplia variedad de géneros, expresiones y generaciones. Se ven madres con sus hijos, hijas e hijes, abuelas con sus parejas, grupos de adultos o de jóvenes reclamando su existencia. Entre tanto color pasa desapercibido que ese panorama no siempre fue así. Es un logro de muchos años de luchas sociales, de batallas legales, de activismo político, de transformaciones culturales.
Dos personas que los han vivido en carne propia, explican esos cambios. Una mujer lesbiana y un hombre bisexual que coinciden en que no hay que bajar la guardia ante los discursos retrógrados que vienen tomando fuerza, en particular en cabeza de gobiernos como el de Javier Milei en Argentina o el de Donald Trump en Estados Unidos.
Sara, de 54 años: “Se le ahorraría mucho sufrimiento a las nuevas generaciones si pudiesen descubrir su sexualidad tranquilamente”
La armonía del amor fue el motor que impulsó a Sara Mestre a salir del clóset. Conocer a quien hoy es su esposa la llenó de fuerza para enunciarse públicamente como lesbiana. Lo hizo llegando a los 40 años, hace alrededor de dos décadas. Pero su primera relación afectiva con una mujer había sido mucho antes, cuando a los 19 años abandonó su natal Valledupar para estudiar en Bogotá. Le parecía ajena la etiqueta de “relación” para denominar el turbulento vínculo que duró 12 años. Sabía que era una joven con la que de tanto en tanto se besaba, pero en la Colombia de los ochenta, cuando apenas estaba dejando de ser delito la homosexualidad, era un lujo pensar en que esa atracción era algo más estructural. Sara decidió consultar a un psiquiatra, que le diagnosticó codependencia por problemas de infancia no resueltos. La realidad era que Sara era lesbiana.

“Yo creo que por eso me fui, necesitaba encontrarme”. Voló lejos. En Francia, por primera vez en casi 30 años, encontró referentes: mujeres que públicamente anunciaban que gustaban de otras mujeres. Fue una gran revelación. Regresó a Colombia con una carrera más sólida que le permitía independencia económica, se volvió a enamorar y poco a poco empezó a decirle a su círculo más cercano que le gustaban las mujeres. Tenía 32 años. Cuenta que para entonces, cuando se estaba asomando el nuevo siglo, apenas había un par de bares “gay friendly en Bogotá”. Eran los únicos lugares donde las diversidades sexuales se sentían seguras, donde eran libres.
Tuvieron que pasar varios años más para que la orientación sexual de Sara tuviera un lugar explícito en la conversación familiar. Fue cuando conoció a quien hoy es su esposa; el amor la despojó del miedo y trazó un plan para contarle a sus padres sobre su pareja. Pese a su edad y a su recorrido de vida, no fue sencillo. “Hubo un proceso lindo con mi madre, y ahora se siente muy orgullosa de mí, soy su hija ejemplar. Eso después de muchos años en los que yo sentí que ella me desaprobaba”, explica Mestre, quien relaciona ese rechazo a que, además de su orientación sexual, nunca encajó en la feminidad hegemónica del Caribe.
Ya cerca de entrar a la tercera edad, reconoce que esos prejuicios le produjeron sufrimientos innecesarios en su juventud y gran parte de su vida adulta, cuando sus relaciones afectivas estuvieron marcadas por el tabú. “Fue doloroso porque tenía que fingirle a todo el mundo. Lo viví como una tortura, pues solo podía ser feliz de puertas para dentro”, sostiene. Sara quisiera que las mujeres jóvenes pudieran dar el salto a la libertad mucho antes. “Si te sientes acompañada es más fácil salir del closet”, agrega.
Daniel, 41 años: “La bisexualidad me abrió la posibilidad de expresar afectos y ternura por otro hombre”
Daniel Saldaña encontró en el teatro y en la escritura la forma de sentirse libre y habitar su identidad. En esos espacios tuvo sus primeras exploraciones eróticas, mientras crecía en una conservadora Cuernavaca, en el Estado Morelos, México. “Para los niños siempre fue muy evidente que yo no pertenecía del todo a esa obligatoriedad de la heterosexualidad”, dice. Vivió su despertar sexual en una sociedad donde el concepto de bisexualidad apenas estaba emergiendo de las sombras. “No crecí con ningún tipo de modelo bisexual cercano o visible. En los años de mi despertar sexual no se me ocurría que existía esa posibilidad. Era ser gay o ser heterosexual”, añade.
Al igual que Sara, el descubrimiento claro vino lejos su tierra, durante sus estudios profesionales de literatura en Madrid, España. El escenario era otro, pero no cambiaba la discriminación en una comunidad donde la bifobia ha sido una constante. “Mil veces amigos gays me dijeron que la bisexualidad no existía, o que era una transición”. Entre la falta de certezas, la discriminación de los que se creen próximos, y sus propias dudas, la experiencia bisexual era una de las más difíciles en el colectivo LGBTIQ+. “Debe existir una mayor flexibilización sobre las ideas que tenemos en torno de la diversidad sexual. Entender que hay personas que viven su sexualidad de otra forma dentro de esta comunidad y es necesario que se entienda que hay matices”, dice.

Pudo enunciarse desde allí, mucho después y con reflexiones más maduras y con los referentes que fue identificando en la literatura, pero también con la necesidad de sentar una posición ante la discriminación. “La etiqueta [de bisexual] en sí misma no me interesa tanto como el grupo de personas a las que me abre. Sin embargo, creo que hay una especificidad de la experiencia bisexual que requiere el uso de la palabra. La necesito para hablar de una experiencia específica, aunque no sea homogénea”, explica.
Daniel subraya que la bisexualidad abrió la puerta para construirse una masculinidad disidente, aún más inusual en la sociedad mexicana de los años 2000. Para él, esa ha sido una de las reflexiones más importantes. “En algún momento entendí que, más allá de la parte puramente sexual, tenía la posibilidad de expresar y de vivir ternura hacia otros hombres, cuando suele enseñarse que lo que debe primar entre nosotros es la competencia. Algo de esa orientación me reconcilió con el mundo”, afirma.
Actualmente está casado con una mujer que se identifica como bisexual, lo que ha conseguido que su amor esté atravesado por una manera similar de acercarse y vivir el gran abismo que es la sexualidad y la identidad. Al igual que Sara, espera que otros hombres bisexuales se ubiquen desde lugares nuevos, quizá unos que pueden plantarle oposición a los mandatos machistas sobre lo que implica ser hombre. “A lo mejor hay personas más jóvenes que les hace bien saber que hay personas que nos enunciamos bisexuales y llegamos a los 40 años con una carrera, con una vida. Cuando uno se va haciendo mayor las críticas importan menos, ya no hay tanta presión para ‘performar’ cierta masculinidad”, enfatiza.
Tanto Sara como Daniel han acumulado una buena racha de marchas del orgullo, aunque coinciden en que con los años se vuelve más difícil seguirle el ritmo a esos eventos que, tanto en Bogotá como en Ciudad de México, son multitudinarios. En 2024, al menos 260.000 personas asistieron en la capital de México, mientras que en Bogotá la cifra superó las 50.000 personas. A Daniel y Sara, en ciudades diferentes y sin conocerse, les une la templanza. Esa que les hizo mantenerse firmes a quienes eran, a lo que sentían y a quienes amaban.
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En Colombia, la oenegé Colombia Diversa ha contabilizado en lo corrido de este año los asesinatos de 46 personas con orientaciones sexuales e identidades de género diversas; en México, se registraron 80 crímenes de odio en 2024, de acuerdo con el medio especializado letra ese.
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