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20 años del matrimonio igualitario en España, pero también de la radical oposición política y eclesiástica que agitó las calles

La aprobación del mayor avance en igualdad para el colectivo LGTBIQ+ estuvo precedida de una campaña de rechazo entonces insólita. ¿Ha quedado atrás?

EPS 2544 CENTRAL ORGULLO MATRIMONIO HOMOSEXUAL GAY
Tom C. Avendaño

“Me casé el 30 de marzo de 2012 con mi novia, María José. Sabía que iba a ser una boda pequeña, de hermanos, primos y amigos en un juzgado de Ciudad Real. Y sabía que mis padres no iban a venir”.

Esta es, ante todo, la historia de Catalina Roldán (Ciudad Real, 47 años), que decidió casarse con su novia, María José Fernández, porque temían no poder hacerlo luego, porque el PP había vuelto al poder, y entonces el partido tenía todo un historial. “Nos dijimos: ‘Las cosas se están poniendo feas”. Roldán conocía bien el poder de la homofobia incentivada por la política. A sus propios padres, personas conservadoras (“peperos, sí, pero no de Vox”) que apenas conocían a gente homosexual, les había costado aceptar la vida que llevaba su hija. Hoy lo hacen. A su hija, a su esposa y a la nieta que ese matrimonio les ha dado.

“Hasta mis padres te dirían ahora que los medios y los políticos exageraban”.

Rouco Varela, en la manifestación de junio de 2005 contra la ley del matrimonio igualitario en Madrid.

En enero de 2005, el Consejo General del Poder Judicial emitió un informe alertando de las apocalípticas consecuencias que acarreaba el nuevo proyecto de ley del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, por el cual la definición legal de matrimonio incluiría a parejas homosexuales. “Es un cambio radical, como lo sería llamar matrimonio a la unión de más de dos personas o la unión entre un hombre y un animal”, se leía.

¿Hemos dejado atrás aquel rechazo? Prácticamente todos los militantes del Partido Popular consultados para este reportaje, varios de los cuales votaron en contra de aquella Ley 13/2005, del 1 de julio, esgrimen aún hoy el viejo argumento de entonces: el PP nunca estuvo en contra de reconocer los derechos básicos de las parejas del mismo sexo; el problema es que quieran llamarlo matrimonio.

En primavera de 2005, el Senado recibió a una comisión de expertos, armada por el PP, que iba a explicar los peligros del matrimonio igualitario. Ahí se oyó a Aquilino Polaino, catedrático de Psicopatología, quien declaró que a los homosexuales “se los puede ayudar con terapia reparativa”. La OMS había sacado la homosexualidad de su lista de enfermedades hacía entonces 15 años. “Eso no quiere decir que no haya trastornos”, abundó Polaino. El portavoz del PP en el Senado, Agustín Conde, le felicitó: “Usted nos ha descrito perfectamente la psicopatología de la homosexualidad”.

¿Fue un error el rechazo tajante del PP? “Fue un error cómo se contó: había un bien superior, que las personas pudieran tener una unión civil”, explica al teléfono Borja Semper, portavoz actual del partido. “[Sin la cuestión del matrimonio] el tema se hubiera zanjado sin ningún tipo de consecuencias políticas”.

El 18 de junio de 2005, una veintena de obispos salió a la calle junto a dirigentes del PP para protestar contra el avance en las Cámaras de la ley. “El matrimonio como unión de hombre y mujer se desvanece en el Código Civil para dar cabida a todo. Esto afecta a la sociedad de una manera gravísima”, había argumentado días antes el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, el teólogo jesuita Juan Antonio Martínez Camino, en La mañana de la Cope.

¿Fue saludable el peso de la religión en la oposición política a esta ley? “Este era un tema muy obsesivo para la Iglesia. De hecho, yo creo que en parte el PP estuvo arrastrado por ella”, rememora hoy Zapatero. “El papa Francisco, la vez que me reuní con él a solas, en 2018, me comentó precisamente que le sorprendía el vínculo tan fuerte que había entre el PP y la Iglesia católica en España”.

En abril de 2005, José Manuel Cendán, entonces alcalde de Ares (A Coruña), anunció que se negaría a oficiar aquellas nuevas bodas. “Es una ley contra natura”, dijo a la Cadena SER. “Que sea cada uno lo que le dé la gana, pero yo creo que lo que es la pareja es entre un hombre y una mujer, un macho y una hembra: lo tenemos que respetar porque es que si no adónde llevamos el mundo”.

¿Aprendió algo el activismo LGTBIQ+ de aquellos días? “Cuando las minorías ya no dependen de la misericordia de los demás, sino que sus derechos están ganados a nivel jurídico, ahí es cuando se despiertan los recelos”, analiza Carlos Barea, autor de varios libros de historia LGTBIQ+, entre ellos Rebeldes del deseo (Plaza & Janés). “Estas leyes, que no quitan derechos a nadie sino que se los amplían a algunos, suelen suponer un conflicto entre la gente acostumbrada a que todo pase por su aprobación”.

Montxo Rodríguez, alcalde de Sada, también en A Coruña, fue preguntado si iba a haber bodas homosexuales en su jurisdicción. “Yo creo que aquí pues no va a haber cosas raras. Hay que digerir todo esto, hay que tomar bastante bicarbonato para digerirlo”, dijo.

¿Es más tolerante hoy la política española? “Esas fuerzas siguen acechando, en ningún momento han dejado de estar ahí”, sostiene Eduardo Rubiño, concejal y portavoz adjunto de Más Madrid y uno de los rostros más conocidos (y, por tanto, atacados) de la causa LGTBIQ+ en las instituciones. “Lo estamos viendo en las personas trans, que están en la diana de forma salvaje, llegando a unas vulneraciones de sus derechos y hacia una violencia discursiva cotidiana sin límites”, dice.

Manifestación en Madrid en el día del Orgullo Gay, varios días después de la aprobación de la ley de matrimonios entre homosexuales. En la foto, varios políticos tras una pancarta. De izquierda a derecha: Leire Pajín, PSOE; Trinidad Jiménez, PSOE; Pedro Zerolo, PSOE; Carmen Calvo, ministra de Cultura del PSOE; Gaspar Llamazares, IU y José Blanco, PSOE.

El del matrimonio igualitario español, el avance que acabó con la desigualdad jurídica entre personas heterosexuales y homosexuales, es un relato con dos caras. Una es de sobra conocida. La protagonizan José Luis Rodríguez Zapatero, que había alcanzado el poder en marzo de 2004, y Pedro Zerolo, concejal madrileño y legendario activista. Hasta entonces, el PSOE había acariciado una ley que reconociese los derechos básicos de las uniones civiles entre homosexuales: herencia, pensión, acceso a la sanidad. Matrimonios “de segunda”, sí, pero con derechos. Zapatero y Zerolo decidieron algo más ambicioso: ampliar la definición de matrimonio en todas las leyes del Código Civil para que incluyese a estas parejas. No crear una institución nueva, sino modificar la más clásica y sacrosanta de todas.

Pero si a un país lo definen sus leyes, también lo hace su rechazo a ellas. Esa es la otra cara de este relato, la que empezó a cobrar forma el 1 de octubre de 2004, cuando el Consejo de Ministros aprobó el anteproyecto, y alcanzó su apoteosis hacia finales de junio de 2005, cuando el Congreso la aprobó con los obispos en las calles. En aquellos nueve meses, una derecha recién llegada a la oposición se enzarzó en una campaña de crispación entonces sin precedentes. Se atacó la idea de igualdad desde lo político, judicial, espiritual y moral, en una llamada al pánico en una sociedad más que preparada para aceptar la igualdad de homosexuales, una guerra de la cual el PP nunca se ha desmarcado oficialmente y en la que los homosexuales fueron llamados aberraciones y comparados con animales, practicantes de incesto y manzanas. “Fue un ensayo de cómo fabricar y mantener una tensión inexistente”, opina Miquel A. Fernández García, número dos de Zerolo (muerto en 2015) y autor de Pedro Zerolo. Vida y legado de un pionero por los derechos civiles (Enclave).

El argumento de entonces es el de hoy: el problema era la palabra matrimonio. La idea de las parejas de hecho había rondado ya varios gobiernos, incluso el de Aznar en 1997 (en un anteproyecto que nunca llegó a ser votado). Pero esa objeción semántica no es inocente: “Esa palabra nos hacía iguales ante la ley no solo por obligaciones, como habíamos sido hasta ahora, sino por derechos”, subraya Barea. El argumento logró agrupar a toda la derecha, de la más crítica a la más rancia. “Aquello fue un totum revolutum de ultracatólicos, gente que vio capital político en la oposición, gente contraria a que los equiparasen con homosexuales, gente contraria a todo avance social, jueces desnortados…”, añade Fernández García.

Ni siquiera todo el PP estaba unido. “Yo dije en su día que esas uniones se debían legalizar porque, si no, se nos iba a tachar de homófobos. Se me echaron todos en contra por decir eso”, rememora Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid. ¿Hoy qué opina? La cantinela del partido: “Sigo pensando que esa unión es defendible pero matrimonio, ma-tri-mo-nio, no es”.

Manifestación en la Puerta del Sol convocada por el Foro de la Familia contra la ley de matrimonios homosexuales el día que la ley se aprobó en el Congreso.

A quien sí movilizó este rechazo fue a la Iglesia, y esta arrastró al PP a subir el tono de las protestas. “Sorprende mucho porque en estos años hemos visto una progresiva secularización de nuestras sociedades. Lo demuestra cualquier encuesta a propósito de, por ejemplo, la evolución de la asistencia a misa o de los matrimonios religiosos versus los civiles [bajaron de 148.947 en 1996 a 33.500 en 2024, según datos de la Conferencia Episcopal Española y el Instituto Nacional de Estadística]: la secularización ha sido muy rápida durante las últimas tres décadas”, explica el politólogo Pablo Simón. “Ya había empezado de manera sostenida en los setenta y en este último periodo ha sido muy claro. Ahora, que el PP pudiera tener una posición sobre temas de derechos o legislativos que viniera fijada por la Iglesia nos parece totalmente marciano. Si miras cualquier dato de asistencia en iglesias, bautismos [325.271 en 2007 y 152.426 en 2023], etcétera, la caída ha sido muy relevante”.

El Foro de la Familia, que aglutina a unas 5.000 asociaciones, casi todas católicas, convocó una manifestación contra la ley el 18 de junio de 2005. La encabezarían miembros del PP como el secretario general, Ángel Acebes, o el portavoz popular en el Congreso, Eduardo Zaplana. Y a su lado, el cardenal y arzobispo Antonio María Rouco Varela. Acudió junto a una veintena de obispos. No era insólito ver obispos en una manifestación política. Había ocurrido durante las concentraciones de repulsa al asesinato de Miguel Ángel Blanco Garrido en 1997 y al 11-M en 2004. Pero esta vez, la Iglesia se movilizaba contra la ley. La gravedad de la situación, decían, lo justificaba. “Estamos en una situación única en la historia de la humanidad. La Iglesia católica, en sus 2.000 años de historia, nunca se encontró con nada parecido”, alertó Juan Antonio Martínez Camino el 16 de junio en la Cope.

La protesta bloqueó el camino entre la madrileña Puerta del Sol y Cibeles. Según el Gobierno, fueron 160.000 personas; según la organización, medio millón. El mayor éxito hasta la fecha de la oposición al matrimonio igualitario. “Nunca vi a Pedro [Zerolo] tan abatido”, rememora Fernández García. Recuerda la cantidad de niños que la derecha llevó a las calles aquel día. “Pedro me dijo: ‘Qué mensaje se les está mandando a estos niños. Estos niños serán los que nos insulten en el futuro”.

Doce días después, la ley salió adelante con 187 votos: los del PSOE, ERC, Izquierda Verde, PNV, BNG, CC, CHA y los diputados de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) Carles Campuzano y Mercè Pigem. Celia Villalobos, del PP, también votó a favor. Se abstuvieron los otros cuatro diputados de CDC, y votaron en contra el PP y los diputados de Unió Democràtica de Catalunya (147 votos en total).

El 2 de julio, Madrid celebró el entonces llamado Orgullo Gay. Participaron 1,5 millones de personas.

Primera boda entre homosexuales que se celebra en España, ocho días después de la aprobación de la ley que permite estas uniones. En la foto, Emilio Menéndez (i) y Carlos Baturín, reciben una lluvia de arroz de los asistentes, tras la ceremonia oficiada por el portavoz de IU en el Ayuntamiento de Tres Cantos, José Luis Martínez Cestau.

Tras la aprobación de la ley, el PP presentó un recurso de inconstitucionalidad. Un repaso a cualquier hemeroteca muestra que fue en esta época cuando se exhibieron las posturas que más han perseguido al PP en este asunto. La mayoría de los populares acató la ley (Alberto Ruiz-Gallardón casó a dos militantes del PP, Javier Gómez y Manuel Ródenas, el 29 de julio de 2006). Pero ciertos cargos, sobre todo de gobiernos municipales, anunciaron sin remilgos que se negaban a casar parejas homosexuales.

El alcalde de Pontons (Barcelona), Lluís Fernando Caldentey, fue de los primeros: “Yo entiendo que los gais han de tener los mismos derechos, pero para mí un gay es una persona tarada que nace con una deformación física o psíquica”. Estuvo en el poder hasta 2018. En una entrevista a Efe, abundaría: “Los homosexuales son deficientes para procrear y educar”.

En 2006 se casaron 4.313 parejas homosexuales.

Durante un mitin del PP en 2007, la exdiputada autonómica del Parlamento de Cataluña Montserrat Nebrera se lamentó: “El matrimonio homosexual es como la unión entre dos hermanas, un perro y una señora o una señora y un delfín”.

Ese año se casaron 3.193 parejas.

En 2008, José María Aznar acudió a un curso de verano de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid llamado Ser cristiano en una sociedad secularizada: “El matrimonio es entendido como unión entre hombre y mujer. Otras realidades son respetables pero no deben ser equiparadas”.

3.194 parejas casadas más.

En 2011, el PP ganó las elecciones con Mariano Rajoy al frente. En su debate electoral con Alfredo Pérez Rubalcaba, el 7 de noviembre de 2011, había insistido en rechazar el término matrimonio. El 16 de noviembre, en una entrevista en TVE, insistió: “Cuando el presidente del Gobierno decidió sacar la ley, yo hablé con él y le dije: ‘Si hacemos una cosa, aunque no se llame matrimonio, la va a aceptar el conjunto de la sociedad española. Si lo llamas matrimonio, pues, al final, hay mucha gente que va a sentirse herida, ¿no?’. Los efectos jurídicos de mi regulación eran los mismos que esta. El único problema es que esto se llama matrimonio”.

Hubo 3.540 bodas homosexuales aquel año.

En mayo de 2012, un concejal de Molina de Segura (Murcia) compartió en Twitter el titular: “Obama: ‘Creo que las parejas del mismo sexo deberían poder casarse”, y añadió: “… y un hombre con una cabra y una mujer con un perro”. En 2013, Ana Botella, entonces alcaldesa de Madrid, dijo su inolvidable frase: “Si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas, y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas porque son componentes distintos”.

En noviembre de 2012, el Tribunal Constitucional avaló la ley.

El entonces ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, participó en 2013 en un coloquio en la Embajada de España en el Vaticano. “Existen varios argumentos racionales que dicen que ese matrimonio no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos que el matrimonio natural. La pervivencia de la especie, por ejemplo, no estaría garantizada”, dijo.

El año en que decía eso se sumaban 3.071 matrimonios más.

Todavía en 2014, un concejal del PP, Óscar Ramírez, se negó a casar a una pareja lésbica pese a que era su obligación como concejal. No dimitió.

Desde 2016, la cifra de matrimonios anuales superó los 4.500 y no ha bajado desde entonces. En 2019 hubo 5.141 bodas. En 2022 hubo 6.236. En 2023, 6.672.

El vicesecretario sectrorial del PP, Javier Maroto, y su marido José Manuel Rodríguez, esta noche en el restaurante en el que han celebrado el banquete tras su matrimonio, en Vitoria.

Entre las 3.738 bodas homosexuales de 2015, hubo una. El recién nombrado vicesecretario sectorial del PP, Javier Maroto, se casó el 18 de septiembre con José Manuel Rodríguez. Rajoy acudió al enlace, al igual que no pocos miembros de la cúpula del PP: estaban distribuidos en mesas con nombres de cantantes de Eurovisión. Rajoy estuvo en la mesa Céline Dion.

Aquello despertó un resentimiento manifiesto entre los votantes de izquierdas: miembros del PP disfrutando de un derecho que sus propias siglas les negaban. En el PP, no obstante, subrayan el valor simbólico del enlace. “El hecho de que fuéramos a esa boda dice más que cualquier palabra”, defiende ahora Semper. El PP nunca se ha desmarcado de la campaña de 2005. Esta boda, alegan, sirve como entierro del hacha de aquella guerra. Maroto ha declinado la propuesta de EL PAÍS de hablar para este reportaje.

“A Maroto le encontré una vez, hace años ya, en un restaurante. Estaba comiendo con otros del PP, no recuerdo exactamente quiénes, y me hizo un comentario positivo sobre lo que había sido la ley del matrimonio igualitario”, cuenta Zapatero. “Luego me ha criticado muchas cosas. Hay que procurar la felicidad, incluso para aquellos que te han denostado”.

Otra boda, aquella en marzo de 2012, la de Catalina Roldán y María José Fernández. No fueron los padres, efectivamente, porque no lo entendían. “Son gente abierta y culta, han viajado mucho. Mi padre es médico”, advierte Roldán. “Pero viven en una capital de provincia pequeña, se rodean de un círculo pequeño, se informaban con la tele de entonces. Ver a los curas gritando que esto es un horror, que esto se acaba... Gota a gota, eso cala”.

No era falta de amor. “Mi madre le pidió a mi hermano unas fotos de cuando éramos pequeñas con un mensaje cariñoso. Fue su forma de decir: ‘No puedo con esto pero tira para adelante”. El día de la boda, Roldán llevó un vestido verde de Zara. Ahí comenzó el comienzo de la aceptación de su familia. Nada normaliza más que el día a día.

Un parto, hace ocho años, el de su hija. Tampoco aquello los encajaron bien los padres hasta que vieron al bebé. “El día que nació, mi padre la tuvo en su regazo tres horas mientras ella dormía”.

Un día en la playa con la familia. Una chica dijo de pasada: “Las chicas no se pueden casar”. Una sobrina, de la edad de su hija, contestó: “Claro que se pueden casar. Solo que ellas van de verde”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Periodista de EL PAÍS SEMANAL. Fue subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura.
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