Sanar una nación
No podemos aspirar a construir un país justo si convertimos la diferencia en un campo de batalla
El atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay nos duele profundamente. Este hecho ha desplegado una conmoción interior no declarada oficialmente; tanto por lo que representa políticamente, como por lo que revela de nuestra sociedad colombiana. Una sociedad donde la vida se pone en riesgo por pensar distinto. Una sociedad que aún no se reconcilia con la idea de que disentir no puede seguir siendo una condena a muerte.
Disentir es una actividad fundamental en cualquier democracia sana. No podemos aspirar a construir un país justo si convertimos la diferencia en un campo de batalla. Pensar distinto no nos vuelve enemigos: nos enriquece. Nos obliga a escuchar, a cuestionar, a crecer, a dialogar. Si no somos capaces de sostener la palabra sin recurrir a la violencia, ¿qué tipo de país estamos legando a las futuras generaciones?
Mientras tanto, la violencia sigue arrebatándonos voces valiosas. Líderes y lideresas sociales que han sido asesinados en diversas regiones golpeadas por el conflicto. Mujeres y hombres que defendían los derechos de sus comunidades, que soñaban con justicia y paz.
Y entonces nos preguntamos: si todos nuestros líderes políticos, sociales y comunitarios están amenazados, ¿cuántos policías necesitamos para protegerlos? ¿Cuántas armas? ¿Cuánto control? ¿Es ese el único camino que queremos seguir, un país donde nadie está a salvo y donde la seguridad es igual a protección militar? La seguridad que a largo plazo necesitamos solo puede venir de sanar como nación.
Sanar como nación es también sanar nuestro pacto colectivo. Esto nos exhorta a que aspiremos a restaurar la dignidad. Aunque la palabra dignidad, de tanto abuso, parece perder su sentido, cuando de fondo refiere al valor de cada ser humano por el hecho de serlo. Esto también requiere recomponer nuestras relaciones y garantizar la justicia social en tantas décadas prometidas. Es apostar por un país donde la diferencia no se castigue con miedo, donde el Estado cuide y no abandone y donde la educación sea la herramienta para transformar el dolor en esperanza.
Hoy, más que nunca, necesitamos reconciliarnos desde una conversación ética, respetuosa y comprometida con nuestro rumbo como nación. Sanar es aprender a vivir juntos.
Toda mi solidaridad con la familia del senador Miguel Uribe Turbay. En este fin de semana que celebramos a los padres, un feliz día para él y para todos los padres de Colombia.
Extiendo también mi solidaridad con todas las familias colombianas que han sido víctimas de la violencia en Colombia. Para aquellas familias que este fin de semana hacen remembranza de la ausencia de un padre desaparecido violentamente, como es el caso de mi padre, honramos su memoria insistiendo en la búsqueda y prevaleciendo en la espera.
Confío en que sanaremos de este duelo nacional aunque parezca perenne.
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