El asesinato de un adolescente a manos de dos compañeros de colegio conmociona a los niños del sur de Bogotá
David Esteban Nocua, de 14 años, fue apuñalado por su exnovia y otro amigo. Los tres crecieron en una zona en la que los jóvenes enfrentan el abandono del Estado

Judith Suárez, una maestra de la localidad bogotana de Ciudad Bolívar, percibió el sábado 17 de mayo cómo los niños y adolescentes estaban exaltados. Mientras desayunaban en la Corporación Cuyeca, la organización social que dirige, hablaban de un asesinato que los tenía conmocionados. Los noticieros habían reportado hace unos días que las autoridades habían encontrado el cuerpo de David Esteban Nocua, un adolescente de 14 años de la vecina localidad de Usme. Lo habían hallado en el río Tunjuelito, repleto de cuchillazos. Para los niños, en contraste con la relativa apatía en el resto de la capital colombiana, el crimen parecía muy cercano. Un compañero estaba desaparecido y temían que terminara muerto, como Nocua y tantos otros niños y adolescentes del empobrecido sur de Bogotá.
“¿Se lo llevaron las bandas?”, empezaron a preguntar. Suárez y la psicóloga del centro intentaron calmarlos. “Démosle tiempo a la policía para que investigue. Respiremos, tomemos aire”, insistían. De momento, solo se sabía que el niño había desaparecido tras salir con dos compañeros de colegio en la tarde del jueves 8. Suárez y sus colegas decidieron enfocarse en eso. “Tenemos que cuidarnos mucho, digámosle siempre a la mamá y al papá dónde estamos y con quién nos vamos”, agregaban. Los niños coincidían en que es peligroso caminar solos, pero recordaban que es difícil encontrar adultos que los acompañen. Sus padres trabajan todo el día, muchos de ellos en el norte de Bogotá, a dos horas en transporte público.
Unos días después, se confirmaron más detalles del asesinato. Los responsables, que ya confesaron, fueron los dos compañeros de colegio con los que Nocua se había reunido a pasar la tarde. Tienen 14 y 15 años. La mujer había sido su novia unos años antes.
El crimen
La relación entre David Esteban y su exnovia estuvo en el centro de las investigaciones. Lizeth Juliana Monroy, la madre de la víctima, cuenta que era un vínculo difícil desde hace dos años. “Esteban la conoció en séptimo grado. Tuvieron una relación muy corta y luego unos problemas por unos chismes que ella dice que él contó. Ella le pegó dos puños en la cara”, rememora. Los padres de Nocua le pidieron al colegio que los separara de curso y los directivos accedieron. Tras un año apartados, el vínculo se reanudó. “Esteban me comentó que ella se le acercó y le pidió que la perdonara. Él había quedado muy afectado, muy triste, porque se había enamorado mucho de ella. Fue su primer amor y se entusiasmó de volver a hablar con ella”, relata la madre.
Poco después, ella intentó suicidarse en el colegio y, según cuenta Monroy, él lo evitó. La niña fue enviada a un centro especializado en salud mental y estuvieron meses apartados. Se reencontraron el 8 de mayo, cuando ella le dijo que había salido y que podían verse en la plaza frente a la biblioteca de La Marichuela. Nocua pidió permiso a su papá, con quien vivía, y prometió volver pronto. Se encontró con ella y otro compañero. Los tres conversaron un rato y caminaron unos 30 minutos hasta el lugar en el que él fue asesinado y tirado al río. Las cámaras de seguridad de la zona captaron cómo, hacia las siete de la noche, los tres entraron a una zona privada. Minutos después, solo salieron los dos que cometieron el crimen.
Monroy se enteró de que algo pasaba hacia las 8.30 de la noche, mientras trabajaba en su local de arepas. El papá de su hijo la llamó para decirle que el menor no volvía. “Empecé a preocuparme porque puede que a mí no me contestara las llamadas a veces, pero al papá sí”, comenta. Los dos, junto a familiares y amigos, buscaron al adolescente durante dos días. La exnovia les dio versiones contradictorias: que lo habían dejado en el Mirador de Miravalle, que se habían despedido en la Avenida Boyacá. Las búsquedas por esas zonas no dieron ningún resultado.
Angie Rodríguez, la hermana del mejor amigo de Nocua, fue determinante en encontrar el cuerpo. Cuenta por teléfono que sentía que tenía que hacer algo y que fue a encarar a la sospechosa a su casa. La adolescente le dijo que le contaría “la verdad” y le dio una tercera versión: aseguró que habían cruzado la Avenida Boyacá hasta las inmediaciones del basurero Doña Juana y que unos ladrones habían apuñalado a Esteban. Rodríguez no le creyó que hubieran sufrido un robo, pero avisó a los demás buscadores y todos se dirigieron para las inmediaciones del relleno sanitario. El cuerpo apareció y la adolescente, según los allegados a la víctima, fingió sorpresa. Rodríguez relata que parecía tranquila: “Intentaba sonreír, como si le diera risa (...). Me contó que se había mandado a hacer una perforación de la lengua el día anterior”.
La discriminación y el abandono
La exnovia tiene una historia repleta de dificultades. El penalista Francisco Bernate, representante de las víctimas, comenta por teléfono que su equipo averiguó que la madre biológica, que la abandonó, es una habitante de calle. La adolescente, según el abogado, estaba al cuidado de una madre sustituta, un particular que se hace cargo de menores de edad que están bajo la protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Sebastián Roa, un líder juvenil de Usme y excompañero del colegio, agrega por teléfono que ella había sufrido actos de discriminación por su orientación sexual.
Rodríguez, en tanto, relata que la adolescente le contó gran parte de su vida mientras caminaban desde su casa al Tunjuelito. Le dijo que había sufrido abusos en la niñez y que su madre biológica había tenido adicciones a las drogas. De acuerdo con Rodríguez, la adolescente expresó su rabia con Nocua en varias ocasiones. Hizo referencia a que él no había clarificado en el colegio unos comentarios que había hecho sobre su relación. También enfatizó que estaba enojada con él por haber impedido su intento de suicidio.
“Me siento muy triste porque siento que todos le fallamos a David. Quizá no le dimos la confianza para que nos contara de esta chica y no lo apartamos a tiempo”, comenta Rodríguez. La madre de la víctima, por su parte, señala que era difícil alejarlo de esta compañera que veían como problemática. “Siento que impedirle cosas a un adolescente es como decirle: ‘Vaya más rápido y hágalo’. Así que, al ver que me tenía confianza de contarme sobre ella, pensé que era mejor respetar eso y que me dijera si se veían o hablaban”. Asegura que su hijo apoyó a su exnovia en los últimos meses: encontraron mensajes en los que le decía que la iba a esperar a que saliera del centro de salud mental, que la amaba mucho y que la iba a cuidar.
Monroy y su novio, Camilo Torres, cuentan que Nocua amaba asistir dos veces a la semana a una escuela de fútbol y quería lanzar su propio emprendimiento de ropa deportiva. Pasaba gran parte de su tiempo libre con videojuegos como Call of Duty y quería ser streamer para transmitir sus partidas. “A pesar de que era un adolescente, era muy tierno. No le daba pena [vergüenza] demostrarme amor delante de los amigos. Me abrazaba, me daba un beso, me decía que me amaba”, comenta su madre. “A veces decía que se sentía solo, pero estaba rodeado de amigos”, agrega Torres.
La justicia
Los dos chicos que asesinaron a Nocua están detenidos desde finales de mayo. El joven relató el crimen y pidió disculpas a la familia, aunque intentó matizar su responsabilidad al alegar que su amiga lo amenazó para que colaborara con el homicidio. El abogado Bernate señala que ambos han aceptado cargos y que enfrentarán penas de entre cinco y seis años de reclusión en un centro de detención de menores.
La familia de Nocua considera que el castigo es laxo. La madre dice que ahora su misión es que la ley endurezca las penas contra los menores de edad que cometen estos delitos. “A los 21 años estará saliendo una persona que solo tiene odio en su corazón. Siento que soy burlada, me da rabia”, afirma. El penalista coincide: “¿Qué persona le estamos entregando a la sociedad cuando esta chica recupere la libertad?”. Asegura que los victimarios sabían “lo que estaban haciendo”. “Es un hecho que muestra preparación, sevicia”, enfatiza. “Es cierto que ella tenía asuntos muy graves de salud mental, no tratados, pero la salida no es matar a alguien”.
Suárez, en Ciudad Bolívar, llega a una conclusión diferente. Considera que hay que tener en cuenta el contexto de los victimarios y que es “un tema de violencia estructural” que no se resolverá endureciendo las penas. “Las preguntas deben ser: ¿Cómo hacemos para que los papás puedan tener trabajos que les permitan llegar temprano y arrunchar [abrazar] a sus hijos? ¿Cómo hacemos para que a las mamás les den permiso [en el trabajo] para ir a recoger las notas a los colegios? ¿Cómo hacemos para que las mamás encuentren otros caminos que no sean los golpes? ¿Cómo hacemos para que haya colegios bonitos en los que los profesores dejen de ser maltratadores y se conviertan en protectores?”.
La maestra, que hace 24 años lidera Cuyeca, relata que los niños y adolescentes le cuentan a diario cómo sus familias o los docentes los maltratan. Muchos quedan fuera del sistema educativo cuando las escuelas se cansan de ellos e incentivan a los padres a pedir traslados. Varios “ruedan por varias familias sustitutas” cada pocos meses. Algunos son medicados a muy corta edad. Para Suárez, todo esto deriva en más violencia: “No me imagino todo lo que pudo que haber pasado esta niña para que tuviera tanto odio (...). Ningún niño o niña quiere hacer daño, eso no viene por los genes. Están inmersos en este mundo y país que les descarga odio, y ellos no encuentran otro camino para defenderse”.
Los niños y adolescentes de Cuyeca se conmocionaron cuando se enteraron que la exnovia de Nocua estaba implicada en el asesinato. “¿Qué tal si me pasara lo mismo con mi novia?”, empezaron a decir. Los adultos les respondieron que “no todas las novias o novios son iguales”. Suárez, sin embargo, comenta que es habitual escuchar sobre romances precoces que reproducen las dinámicas de violencia o posesividad que se ven en las telenovelas. “Las chicas me dicen: ‘Es que estoy sola, con él sí puedo hablar, él me escucha’. Y eso es una alerta”, relata. Estos vínculos, enfatiza, suelen derivar en rupturas violentas. “Cuando pelean, cuentan intimidades a los demás chicos”, señala. “A veces dicen, por ejemplo, si el otro besa bonito o no. Les digo que respeten a sus novias, que no tienen por qué estar contándole eso a nadie más, que son cosas que se manejan de forma privada”.
El líder juvenil Sebastián Roa, por su parte, coincide en que en el sur de Bogotá hay todo tipo de dificultades que afectan la salud mental de los niños y adolescentes. “En las casas a veces no se pueden pagar las deudas, falta la comida. Todo eso influye”, subraya. Advierte que es difícil manejar la situación en colegios de 3.000 estudiantes que solo tienen cuatro o cinco psicólogos. Afirma que las comunidades de la zona se sintieron conmocionadas por el asesinato, pero que es difícil que algo cambie en el corto plazo. “Los padres dicen: ‘Voy a tener mucho más cuidado de mi hijo, de las personas con las que andan’. Pero no es posible. Tienen que estar pendientes de lo económico y les queda poco tiempo para sus hijos”.
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