Juan Antonio Madrid, experto en trastornos de sueño: “Es un problema global, no se puede resolver con recetas individuales”
El especialista en cronobiología advierte de una tensión entre dos tendencias: la promoción de hábitos saludables y la “colonización” de las horas de descanso por la exigencia de productividad


Juan Antonio Madrid (El Cañar, Cartagena, 68 años) es uno de los mayores expertos del mundo en medicina del sueño. Catedrático de Fisiología y fundador del Laboratorio de Cronobiología y Sueño de la Universidad de Murcia, Madrid es uno de esos claros ejemplos de investigador capaz de hacer amar la ciencia al más profano gracias a su don para la divulgación. Su último libro, El sueño del sapiens (Plataforma Editorial), es una muestra de ello: un apasionante viaje por la historia, escrito con cercanía y lucidez, para conocer cómo ha evolucionado el sueño a lo largo de la humanidad. Y para explicar cómo nos hizo humanos ese sueño, hoy amenazado y colonizado por la exigencia de productividad de las sociedades modernas.
El viaje lo inicia Madrid desde la humildad, desde el reconocimiento de que, todavía hoy, los científicos como él no tienen una respuesta última a la pregunta “por qué dormimos”. “Últimamente, se han producido dos grandes avances en la búsqueda de mecanismos básicos que nos indican que dormimos como una necesidad que tienen las mitocondrias, las centrales de energía de nuestras células, de recuperarse. Yo creo que la explicación puede ir por ahí”, explica por conversación telefónica.
Pregunta. Sí que hay evidencia más concluyente sobre el impacto que tiene no dormir.
Respuesta. Sí, conocemos cuáles son las funciones que cumple el sueño, y muchas de ellas son absolutamente vitales. Dormir es la única forma que ha encontrado la naturaleza de reparar nuestro organismo. Nuestro cuerpo se va dañando cada día durante las horas de vigilia. Solo deteniendo esa máquina y su motor, que es el cerebro, podemos reconstruir y restaurar todos los sistemas que se han deteriorado. El impacto que tiene no dormir, entonces, es brutal. Primero aparecen síntomas sobre el sistema nervioso: pérdida de concentración, irritabilidad, fallos de memoria, alucinaciones…, pero a medio y largo plazo se dan consecuencias importantes a nivel metabólico, cerebral, del sistema inmunitario y del sistema cardiovascular, que pueden dar lugar al desarrollo de múltiples enfermedades.
P. ¿Qué tiene nuestro sueño, a diferencia del de otros animales, para hacernos humanos?
R. Nuestro sueño, con respecto a nuestros parientes más próximos, que son los grandes primates, tiene dos diferencias relevantes. La primera es que nosotros necesitamos dormir menos tiempo para repararnos: hemos concentrado más el sueño y tenemos un sueño más profundo. La segunda, y para mí la más importante, es que el porcentaje de sueño REM en humanos es mucho mayor que en el resto de los primates y en otros organismos. El sueño REM está en la base de la espiritualidad, de la creación de relatos, de las religiones, de la creatividad, de la innovación. Con ensoñaciones podemos ir más allá de la realidad, trascender la lógica y alcanzar visiones o soluciones a problemas que nunca se nos habrían ocurrido de una forma más racional.
P. Explica en el libro que todo indica que fue el Homo erectus el primer hominino en bajar de los árboles para dormir en el suelo. ¿Qué supuso ese paso para nuestro sueño y para la evolución humana?
R. El hecho de estar durmiendo en los árboles implica una gran inestabilidad. No puedes dormir tan profundamente porque el riesgo de caída es mayor. Por eso el sueño de los primates es un sueño menos profundo, más fragmentado. Cuando el Homo erectus bajó de los árboles y empezó a dormir en el suelo, en grupos de individuos arropados y protegidos por el fuego, en un entorno y en una superficie más estable, esto le permitió dormir más profundamente y aumentar el porcentaje de sueño REM.
P. Hoy en día todavía existen tribus que siguen viviendo en la actualidad en condiciones parecidas —salvando las distancias— a las de aquel Homo erectus.
R. Estos grupos nos están proporcionando pistas sobre cómo dormían nuestros ancestros antes de que dejáramos de ser nómadas. Lo que nos llama la atención de estas tribus es que no muestran una preocupación por el sueño, que la palabra insomnio no existe. Ellos se pueden despertar por la noche, como cualquier otra persona, pero eso no conlleva ninguna ansiedad, es algo que asumen como algo absolutamente normal. Objetivamente, se ha detectado que hasta un 2% de los individuos de estas tribus, sobre todo los más mayores, podrían cumplir los criterios de insomnio occidentales, pero para ellos eso no representa ningún problema.

P. En las sociedades occidentales es tal la preocupación por el sueño que ha surgido toda una industria que mueve millones de euros.
R. Vivimos en una sociedad en la que se tiende a buscar recetas milagro, a medicalizar por la vía rápida. No nos damos cuenta de que no se puede revertir únicamente con recetas individuales un problema que es global, de que los trastornos de sueño son un síntoma de cómo vivimos nuestro día.
P. En países como España se estima que casi el 45% de las personas presenta síntomas de insomnio y que alrededor del 14% sufre un trastorno de insomnio crónico. Hablaba del 2% en las tribus. ¿Qué ha pasado por el camino?
R. En la época del Homo erectus, nuestro sueño estaba controlado solo por dos señales. Una era el tiempo interno, el reloj biológico, que estaba sincronizado única y exclusivamente con un tiempo ambiental, la salida y la puesta de sol, los cambios ambientales en la luz y la temperatura. Con la revolución agrícola y el fin de la vida nómada, empezamos a disponer de comidas en diferentes momentos del día y empezamos a agrupar las comidas de los miembros de la familia o del grupo en horarios concretos. Apareció entonces una tercera señal: el tiempo metabólico. Más adelante, con la revolución industrial, empezamos a incorporar una cuarta señal, el tiempo social, que serían los horarios de entrada y salida del trabajo, los turnos… Todo empieza a regularse con los relojes. Y ese tiempo social sí que tiene un impacto importante sobre el sueño, porque no necesariamente va a coincidir con nuestro tiempo biológico.
P. Con la revolución industrial, además, llegó la electricidad.
R. Correcto. Dejamos de depender de la luz del fuego, que era cálida y poco estimulante, y empezamos a iluminar el día a nuestro antojo con un interruptor. Es decir, que de alguna manera el sol sale y se pone cuando nosotros queremos. En una tribu del norte de Argentina, que está en la transición entre la sociedad cazadora-recolectora nómada y el sedentarismo, se ha visto que la sola llegada de la luz eléctrica representa una pérdida de 40 minutos de sueño en verano y de una hora en invierno.
P. Desde entonces, ¿podemos decir que cada nuevo desarrollo tecnológico nos complica un poco más el sueño?
R. No todos. La radio, por ejemplo, bien utilizada, puede ser una tecnología que nos transporta a otro lugar, que nos quita de nuestras preocupaciones y que induce el sueño. Y la televisión en un principio respetaba los horarios de sueño, pero con la liberalización horaria se convirtió en un ladrón de descanso. El cambio fundamental, de todas formas, se produjo con la generalización de los ordenadores portátiles, las tabletas y los smartphone, y con el desarrollo de las redes sociales. Porque pasamos de ser receptores pasivos de información a convertirnos también en emisores, y eso genera una activación mental muy grande que repercute en el sueño, a la que hay que sumar el impacto de la luz azul de las pantallas.
P. Expone la idea de la colonización del sueño. Según usted, cada vez más, las horas de sueño son colonizadas para hacerlas de alguna forma productivas.
R. Estamos en un momento en que yo percibo dos tendencias. Por un lado, la sociedad, en general, tiende a incorporar hábitos de vida saludables. Lo estamos viendo con la alimentación, con la actividad física. Y con el sueño yo creo que va a pasar algo parecido dentro de poco ―si no está pasando ya―, que lo vamos a valorar como lo que es: uno de los tres grandes pilares de la salud.
P. Pero…
R. (Risas) Pero a la vez se está produciendo otra lucha en sentido contrario. Si lo pensamos, el tiempo de sueño es el único tiempo que nos queda en el que no somos productivos. Y en una sociedad que trata de conseguir el máximo rendimiento en cada momento, cuesta mucho entender que tengas que deshacerte de ocho horas cada día en las que no puedas estar siendo partícipe de la sociedad, de la economía de mercado. Esa tendencia a colonizar las horas de descanso para dedicarlas a trabajar, a comprar, a recibir información o a navegar por las redes sociales también parece tener mucha fuerza.
P. ¿Estamos más cerca de la utopía o de la distopía?
R. Reconozco que en este momento estamos en un punto de ruptura en la evolución del sueño. Me cuesta predecir cuál de estas dos tendencias resultará al final ganadora, porque los cambios son tan rápidos que es muy difícil imaginar lo que va a ocurrir. Lo único que sé con seguridad es que dormir es absolutamente necesario y que esa necesidad que tenemos de dormir no podrá ser eliminada por ninguna tecnología.
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