La rendición de Europa
Ni mercados, ni empresas, ni líderes nacionales suscriben el entusiasmo de Von der Leyen por un pacto comercial que destruye el multilateralismo


El acuerdo arancelario Donald Trump-Ursula von der Leyen supone una severa y rotunda rendición económica y política de Europa. Y, por tanto, un pésimo servicio de la élite comunitaria —la Comisión y el Consejo— a los ciudadanos europeos, a su economía, a sus empresas y a su posición en el mundo.
Cierto es que no se trata de una rendición incondicional, ni definitiva: algunos de sus términos aún podrían revertirse (pero también empeorarse) a la hora de peinar los flecos pendientes. Cierto que lo malo podría haber sido peor (pero también mejor). Cierto que Trump no será eterno, pero la historia reciente revela cuánto cuesta remover los obstáculos proteccionistas una vez edificados, y volver a la casilla de partida de un comercio liberal y reglado.
Así que más vale no contentarse con paliativos inciertos ni hacerse trampas al solitario, contra lo que nos invita Von der Leyen afirmando que “lo hemos conseguido” (el acuerdo) “y esto es bueno, muy bueno”. Nadie quiere sentarse a la mesa de su humillación personal e institucional junto al campo de golf escocés del magnate orate: tampoco los mercados, y ni siquiera los más partidarios del pacto, como el canciller alemán Friedrich Merz, que le prestó una asténica recepción.
Porque es un pacto malo, muy malo. En caso de confusión, hay que atenerse a los datos. Y estos nos dicen que el acuerdo empeora la situación de la Unión Europea (UE) y mejora la de Estados Unidos. Una comparación cierta, fría y honesta debe realizarse entre la situación arancelaria previa a la llegada de Trump y la de la entrada en vigor del acuerdo. No sobre hipótesis de qué podría haber sucedido. No sobre cómo podría haberse evitado de haber cristalizado no se sabe qué daños derivados de distintas amenazas, chantajes y triquiñuelas negociadoras de titiriteros.
El hecho estilizado es que la UE pasa del superávit en la balanza comercial de mercancías y servicios, al déficit; y que con EE UU sucede lo contrario.
Eso ocurre ya solo contabilizando el arancel (impuesto a la exportación) básico del 15%, que según la Comisión afectará a 780.000 millones de euros (de los 851.000 millones de productos exportados a EE UU en 2024): es, pues, un nuevo impuesto de 117.000 millones (el 15% de 780.000 millones), y es nuevo porque lo impone Trump; antes no existía. Restados del superávit europeo de 157.000 millones en mercancías obtenido en el año base de 2024, el saldo positivo para Europa quedaría en solo 40.000 millones, y eso sin minorar la suma con el arancel especial trumpista al acero y el aluminio, ni tampoco otros aún posibles.
Y como la balanza de servicios ya arrojaba ese año un saldo favorable a EE UU por 48.000 euros (que se mantendría igual al no gravar Europa los tecnológicos, financieros o jurídicos de la gran potencia), el saldo conjunto de ambas balanzas arrojará (de no haber cambios adicionales en los flujos mutuos) un superávit de 8.000 millones para Washington, contra el anterior superávit de 48.000 millones en favor de la UE.
Ese cambio de signo, de positivo a negativo para los europeos, es el trazo esencial del negocio culminado, con independencia de su considerable impacto en la erosión del PIB europeo, que algunos estiman moderado, de unos 0,4 puntos. Pero al que habrá que añadir el efecto equivalente de la depreciación del dólar, mientras se mantenga; y el de retraimiento general del comercio global.
Y ni siquiera esas cifras lo abarcan todo. La más amplia balanza de pagos, además de mercancías y servicios, computa las inversiones y transferencias: entre las primeras destacan los 300.000 millones de euros que los europeos destinan anualmente a inversiones financieras en EE UU, dado el raquítico mercado de capitales de la UE: les sonará, pues el estupendo informe Letta ha denunciado con énfasis esa limitación doméstica.
La Comisión pugna por enmascarar esta realidad. Aduce que el 15% del arancel básico viene a equivaler al 10% que ya sufrían los europeos durante la negociación, más un 4,8% anterior por efectos de la cláusula de “nación más favorecida” (la MFN de la Organización Mundial del Comercio, OMC). Malabares de tahúr: este 10% nunca fue aceptado (hasta ahora) y este acuerdo se perpetra al margen de la normativa de la OMC y contra toda idea y cláusula multilateral, quizás su peor consecuencia de fondo. El término de comparación más correcto es la cuantía del arancel medio vigente aplicado previamente por EE UU a las exportaciones europeas: el 1,43% en 2023 (The economic impact of Trump’s tariffs on Europe, Bruegel, 17/4/2025). O sea, que no solo no es lo mismo, sino que empeorará en ¡más de diez veces!
El trato dispensado por Trump a la UE y asumido por Von der Leyen evoca, salvadas las evidentes distancias, el aroma del llamado pacto colonial, o en francés, exclusif. A saber, el conjunto de relaciones entre metrópolis y colonias desde el siglo XVI y XVII, durante el Antiguo Régimen, basada en el poder del monopolio: la metrópolis obligaba a las colonias a venderle materias primas a precios bajos; las transformaba en productos manufacturados que engatillaba de vuelta —más caros—, a sus posesiones de ultramar, privándolas de los precios beneficiosos propios del libre comercio. Así el Reino Unido hundió la pujante actividad textil de la India y se erigió en campeón de la revolución industrial, irradiada desde Manchester.
El compromiso de compras de energía a EE UU por 650.000 millones de euros en tres años, y las inversiones por más de 500.000 millones en distintas áreas, armas aparte, son falacia peligrosa. No dependen de la Comisión, no hay texto del acuerdo que los ampare (una semana larga después), ni juez para evaluar su cumplimiento. Ni siquiera los agónicos paneles arbitrales de la OMC. Así, el capricho de Trump puede reabrir en cualquier momento todo el paquete. Y el liderazgo europeo opina, ay, que eso ¡otorga estabilidad al comercio y predictibilidad a la inversión empresarial del bloque!
La presidenta ha barboteado una explicación del desaguisado en modo langue de bois, el charloteo: “Queríamos reequilibrar la relación comercial y queríamos hacerlo de una manera que el comercio continuase entre nosotros: creo que hemos acertado de lleno el punto exacto que queríamos encontrar”. El punto exacto es convertir el signo positivo en negativo. Patético. Antes postulaba un trato “equilibrado” y “justo”: ahora el equilibrio cede paso al reequilibrio, en favor ajeno. “Es lo mejor que hemos podido conseguir”, qué implícita confesión de impotencia frente al lema previo según el que: “la UE no permanecerá inerte si sus empresas y trabajadores son penalizados injustamente”.
Más creatividad ha desplegado el comisario de Comercio, el eslovaco Maros Sefcovic. Afirma que el pacto “no solo está relacionado con el comercio” sino que tiene que ver con la seguridad de Ucrania”: o sea, con un compromiso de Washington con Europa para defenderla de Vladímir Putin. Pero si negoció en esos términos, ¿ostentaba la competencia para reemplazar a la Alta Representante, Kaja Kallas?, ¿en qué texto figura el detalle de esa conclusión?
Este dramático episodio, con el reaccionario proyecto presupuestario; los vetos alemanes a los eurobonos y a la unión bancaria; las dudas sobre la evolución del Pacto Verde; el ilegal enfoque contra la inmigración mediante campos de concentración en países pobres terceros; la reiterada pasividad ante los bombardeos de exterminio en Gaza y los asesinatos a quienes forman colas para conseguir alimentos, esbozan un panorama sombrío en Europa. Plagado de retrocesos. ¿Cabalgamos hacia un Thermidor?
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