Cómo la UE acabó en un callejón sin salida en la guerra comercial con Estados Unidos
La falta de respuesta a los aranceles unilaterales que impuso Washington llevó a los europeos a una negociación en la que solo cedió una parte


Apenas había comenzado la guerra comercial a principios de abril, cuando la UE entró en el callejón sin salida en que se convirtió la negociación arancelaria con Estados Unidos. Incluso está grabado por la televisión CNBC. Es 9 de abril. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está en el Despacho Oval anunciando que reduce los falsamente llamados “aranceles recíprocos” al 10% a aquellos países que no han respondido aún con represalias a su inicio de hostilidades y gravámenes masivos. Durante 53 minutos habla y firma órdenes ejecutivas. Cuando llega el turno de la UE, un periodista le pregunta por qué ha rebajado también el castigo a Bruselas, pese a que esta prepara contramedidas.
“Mal momento para ellos”, responde Trump, que no conocía la decisión europea y mira al secretario de Comercio, Howard Lutnick. “No los han puesto. Han amenazado. Creemos que no los impondrán”, lo calma Lutnick.
Hablan de lo que ha sucedido unas horas antes en Bruselas. Los Estados miembros han aprobado una primera respuesta por 20.800 millones de euros al incremento de aranceles a las importaciones al acero y el aluminio que había decretado anteriormente Washington. Entraba en vigor unos días después. Lo habitual: se da luz verde a una medida, dejando tiempo para adaptarse para la entrada en vigor. Pero en ese intervalo de tiempo y acosado por los mercados de capitales, Trump hace un gesto para abrir la puerta a la negociación. No solo eso. Hubo gestiones discretas entre las dos capitales y la UE frenó su respuesta, la suspendió como gesto de buena voluntad para dar una oportunidad a la salida negociada que siempre priorizó.
“Ese fue posiblemente el momento clave”, apunta una fuente al tanto de las conversaciones que no recuerda el día concreto de abril, pero sí lo que pasó en esas horas. Coincide con otras fuentes consultadas para este artículo.
Ahora es fácil decirlo. ¿Por qué suspender una respuesta directa a los gravámenes impuestos al acero y al aluminio? No era la réplica a los aranceles masivos de días antes, sino a la medida proteccionista de principios de marzo. En Europa se presentó como una mano tendida; en Estados Unidos se leyó como un síntoma de debilidad.
Washington tenía argumentos para verlo así. Mientras la UE preparaba una nueva lista de aranceles adicionales, Trump había amenazado con imponer un 200% al vino si los europeos castigaban al bourbon. Francia se asustó. El socio que en teoría iba a tener la posición más dura con Washington ―luego así ha sido―, lanzó una señal de debilidad muy pronto. “¿Se han cometido algunos errores? Sí, probablemente, porque el bourbon de Kentucky se ha incluido como si fuera una amenaza comercial", declaró entonces el primer ministro francés, François Bayrou.
Todavía hay quien recuerda esta semana en Bruselas lo sucedido esos días y cómo la Comisión tomó pronto nota de ese gesto de quien debía ser su principal apoyo si se iba a la guerra. Hay otra visión: “La Comisión podía haber liderado el proceso. Pero optó por garantizarse el apoyo unánime”, apuntan fuentes europeas que no están en Bruselas, que tampoco quieren hacer sangre porque, dicen, “es fácil hablar ahora”.
Las negociaciones avanzaron con dificultades, entre amenazas estadounidenses e, incluso, desplantes, como cuando el comisario de Comercio europeo, Maros Sefcovic, viajó a Washington para reunirse con responsables de la Administración de Trump y tuvo que verse con Lutnick por videoconferencia. El europeo se vio en persona con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, y con el representante de Comercio, Jamieson Greer. Pero el encuentro con el secretario de Comercio, que estaba unos días de vacaciones, no fue presencial, apuntan varias fuentes.
No fue hasta bien entrado mayo cuando empezaron a fluir las negociaciones. Trump lanzó una de sus recurrentes amenazas y a los pocos días habló con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Ahí comenzaron los avances. Para entonces, los europeos ya se daban de bruces con sus propias expectativas. “Fueron cambiando conforme pasaban las semanas”, apunta una de las fuentes, cuando se le recuerda que en mayo en Bruselas eran muchas las voces que creían que la UE podía aspirar a un acuerdo mejor que logrado por Reino Unido (10%). “No creo que ese sea el nivel de ambición con el que Europa estaría contenta”, apuntaba entonces el ministro de Comercio polaco, Michal Baranowski,
Europa todavía estaba asumiendo la realidad cuando Trump alargó el plazo de negociación del 9 de julio al 1 de agosto. Otra decisión unilateral que Bruselas dejaba sin respuesta, como tampoco se respondió a la subida de los aranceles al acero y aluminio del 25% decretado en marzo al 50% de mayo. Alemania e Italia atemperaban los deseos de respuesta de Francia. Así se llegó a mitad de julio, el acuerdo se rozaba con la yema de los dedos y de nuevo Trump irrumpió como un elefante en una cacharrería en forma de carta amenazando con subir las tasas al 30% si no había acuerdo. “[Un arancel] efectivamente prohibitivo para el comercio mutuo”, lamentó Sefcovic.
El pesimismo volvió a correr por Bruselas. El 15% era inasumible si no se incluía a los coches, apunta una fuente conocedora de los contactos. El canciller alemán, Friedrich Merz, se había resistido a ir a la escalada por las presiones de los fabricantes de automóviles. Pero si el arancel general no rebajaba el que pagaban los automóviles alemanes (el 27,5% desde abril), entonces sí había casus belli. Washington aceptó. Y, además, el acuerdo del 15% con Japón daba una señal muy clara, apunta una alta fuente europea: “Uno de los grandes entra en un pacto desigual”.
La Comisión contacta con las capitales. Constató que no había apoyo para estirar más la negociación y asumir la guerra comercial si fracasaba, porque los propios gobiernos nacionales, o al menos varios de los grandes, Berlín y Roma, no estaban por utilizar todo el arsenal del que dispone la UE. Un arsenal que, en realidad, ni siquiera se ha usado en este enfrentamiento, en el que solo ha disparado un contendiente.
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