Un mal acuerdo
La capitulación de Bruselas ante la imposición arancelaria de Donald Trump demuestra la debilidad geopolítica de la Unión Europea


Los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaron este domingo un acuerdo que evita una escalada comercial pero que deja un regusto muy amargo a este lado del Atlántico. A duras penas puede hablarse siquiera de “acuerdo” cuando la Unión acepta sin contrapartidas un arancel del 15% sobre el grueso de sus exportaciones a EE UU y se compromete además a comprar a aquel país energía por valor de 750.000 millones de dólares, a hacer inversiones no especificadas por otros 600.000 millones y a incrementar la adquisición de armamento estadounidense.
Todo sin ninguna concesión por parte de Trump, que de hecho mantiene un arancel del 50% sobre el aluminio y el acero y que, para negociarlo aparte, no ha incluido en el gravamen general del 15% un capítulo fundamental: los productos farmacéuticos. Solo un sector puede verse beneficiado por la negociación, el del automóvil, que pasaría de soportar la actual tasa del 25% al 15%, una rebaja que es fruto de las presiones sobre la presidenta de la Comisión del también conservador alemán Friedrich Merz y que añade sal a la herida del resto de los socios.
En un momento en el que la UE afronta la necesidad de financiar su autonomía estratégica, resulta difícil de entender el compromiso de inversión en EE UU. Especialmente porque, según el informe Draghi de septiembre de 2024, la Unión tiene un déficit de inversiones de 800.000 millones de euros al año. Incluso la escenificación de algo que debía parecerse a un encuentro al más alto nivel fue una derrota para Von der Leyen, que se desplazó el domingo hasta el club de golf que Trump posee en Escocia para la foto oficial.
El euro sufrió ayer su segunda mayor caída en lo que va de año. Para los inversores, acabar con la incertidumbre y con la amenaza de una guerra comercial prevalece sobre el recargo que sufrirán desde este viernes las exportaciones europeas. Pero de ninguna manera puede decirse que sea un buen acuerdo para Europa algo que, en palabras de la propia Von der Leyen, “es lo mejor que hemos podido conseguir”. El 15% es, obviamente, menos que el 30% con que había amenazado Trump a partir del 1 de agosto o que el 20% que anunció el mal llamado Día de la Liberación, en abril. Sin embargo, el resultado es que los productos que la UE vende a EE UU pasarán de soportar un recargo medio de menos del 5% según datos del Parlamento Europeo a situarse alrededor del 17%. Las primeras estimaciones apuntan que ese nivel puede restar dos o tres décimas al crecimiento del PIB europeo, un impacto no menor cuando la economía de los Veintisiete apenas crecerá un 1,1% este año y un 1,5% el próximo.
El “acuerdo” con Estados Unidos pone en evidencia la debilidad geopolítica europea, como ya había quedado de manifiesto en los conflictos de Ucrania y Oriente Próximo. Ahora la UE ha renunciado a hacer valer su fortaleza económica. Von der Leyen aceptó desde el principio el marco de Trump al limitar la negociación al comercio de mercancías (donde EE UU tiene un déficit con la UE de 235.600 millones de dólares en 2024) y no incluir en la ecuación el elevado superávit estadounidense en la balanza de servicios (unos 109.000 millones). Y todo con un supuesto socio que ha demostrado no ser en absoluto fiable.
Europa no puede resignarse a la irrelevancia ni aceptar el desprecio de Trump al multilateralismo. Debe, por tanto, trabajar por revertir en algún momento un acuerdo draconiano que apenas sirve como mal menor. No hacerlo supondría abdicar de parte sustancial del proyecto europeo y de su potencial —hoy lastrado por la fragmentación de intereses entre los Veintisiete— para ser un actor internacional fuerte. Una Unión comprometida con un orden global basado en reglas. También en las reglas del comercio.
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