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Columna
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Nepolíticos

Si creemos que lo relevante para tener éxito en la vida son los contactos y no el esfuerzo personal, ¿qué vamos a recomendar a nuestras hijas e hijos?

José Luis Baltar, presidente de la Diputación de Ourense y del PP de la provincia, felicita a su hijo José Manuel tras la elección de este último para sucederle, en 2010.
Víctor Lapuente

Cada verano tiene su pasatiempo (crucigramas, siete diferencias, sudokus, Wordle) y el de este año es encontrar errores en los currículums de los políticos. La ubicuidad de los méritos falsos deja en evidencia la inutilidad de los verdaderos. Por cada persona que medra mintiendo hay otra capacitada que no progresa. Y lo grave no son tanto las falsedades que incluyen unos pocos como las verdades que esconden tantos: que su ascenso no se debe a su competencia sino a sus contactos. El enchufismo se extiende a cónyuges, suegros y hasta cuñados, elevando el amiguismo clientelar a la categoría de nepotismo puro y duro.

El mensaje que se envía a la sociedad es venenoso. Como subrayan los expertos, la percepción de nepotismo corroe la fábrica social. Si creemos que lo relevante para tener éxito en la vida son los contactos y no el esfuerzo personal, ¿qué vamos a recomendar a nuestras hijas e hijos? ¿Estudiar mucho o acercarse mucho a determinadas personas?

El nepotismo no es un problema español, aunque, como en otras cosas, nuestro espejo valleinclanesco lo dote de unos rasgos particularmente deformados. Un aluvión de estudios nos habla del creciente peso de las relaciones personales en todo el mundo, con sus consiguientes costes sociales: los nepo babies en Hollywood, las dinastías familiares en las universidades italianas, los lazos familiares en la Indonesia post-Suharto (un régimen que perdió el apoyo popular precisamente por su clientelismo estructural). Hasta en las grandes corporaciones estadounidenses, el 84% de los ejecutivos reconocen la existencia de trato de favor en sus organizaciones.

El nepotismo crea una norma cultural que destruye la productividad y socava la creatividad. Las personas con talento se sienten desmotivadas y alienadas y, en el conjunto de la sociedad, cunde una sensación de frustración. Terreno para oportunistas.

El ascenso del nepotismo tiene raíces biológicas profundas. No solo en nuestra especie, sino también hay favoritismo genético en las abejas, termitas o monos. Pero, como argumenta Francis Fukuyama, las civilizaciones crecen si son capaces de resistir las pulsiones nepotistas. Si tienen mecanismos para asegurar la meritocracia, ya sean las duras oposiciones para los mandarines del Imperio Chino o las competitivas promociones de esclavos robados de tierras lejanas, y de eunucos, en el Otomano. Pero en todas las civilizaciones llega un momento en el que unas élites tumban el sistema de mérito para poner a los suyos. Y ese es siempre el principio de la decadencia.

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