Hacerse el fuerte, hacerse el débil
Quizá los europeos, en vez de asombrarnos de nuestra flaqueza, deberíamos tener conciencia de lo que regalamos a EE UU en cada acción cotidiana


Hay algo de petulancia en las críticas a la cesión de la UE ante los aranceles punitivos de Donald Trump. Es cierto que aceptar que el presidente tenga la última palabra incluso tras las negociaciones de los expertos nos obliga a asumir el capricho de sus bandazos. Pero es como ceder frente a quien te va a arrollar con una apisonadora en un paso de peatones; no es una humillación, es pura supervivencia. Y desengañémonos, Trump carece de ningún mérito más allá conducir el coche más potente del planeta. Que la reunión tuviera lugar en un club de golf propiedad del mandatario en Escocia confirma que la línea entre su negocio particular y los intereses de su país es invisible. El caso más denigrante ha sido el pacto por el que los ejecutivos de Paramount decidieron indemnizarle con 16 millones de dólares a cambio de que desbloqueara una venta de la compañía que precisaba el parabién de la presidencia. Conviene, pues, recordar que los más perjudicados por ahora son los estadounidenses que ven descarrilar su democracia día a día. Por todo ello, es evidente que si los europeos queríamos ahorrarnos una guerra comercial sucia y dolorosa, no teníamos otra que tragarnos el orgullo y aceptar esa losa arancelaria y el denigrante compromiso de la compra de hidrocarburos.
En el más grosero de los oportunismos, han sido los aliados ideológicos de Trump en Europa, capitaneados por Viktor Orbán, los que más duramente han criticado a Von der Leyen. El norteamericano les vende su apoyo político y mediático a estos líderes y ellos, sin rubor, esperan importar a Europa esa doctrina del ultraproteccionismo nacionalista. El presidente Trump ha dejado claro que los aranceles no nacen de un estudiado balance económico, tan solo basado en recaudar más para costear la bajada de impuestos a los más ricos, sino que responden también a una agenda suya personal. Al día de hoy, dos de los países más perjudicados resultan ser Suiza, es fácil imaginarse por qué, y Brasil, que avanza en el juicio al ultra Bolsonaro por el intento de golpe de Estado calcado del que padeció el Capitolio estadounidense en aquella jornada del día de Reyes de 2021 y que no tuvo la menor consecuencia penal para su impulsor político.
Quizá los europeos, en vez de asombrarnos de la debilidad que nos obliga a bajar la cabeza en este teatro absurdo que vivimos, deberíamos reforzar la fe en las reformas que el informe Letta-Draghi dejó por escrito. Y aún más pertinente sería que los ciudadanos, en vez de acusar a la Comisión de blanda por esquivar una batalla económica imprevisible, tuviéramos un mínimo de conciencia de lo que regalamos a Estados Unidos en cada acción cotidiana. Nuestra entrega personal de consumidores a los servicios tecnológicos y el entretenimiento de aquel país nos inhabilita para cualquier crítica a la cúpula europea. Aún brilla el ejemplo de los compradores de Tesla, que han torcido el brazo alzado de Elon Musk y le han devuelto a la madriguera, con tan solo el puntual zarpazo de dejar de comprar sus coches. Como ciudadanos, tendríamos que aprender a ser mejores soldados para merecer mejores capitanes. Nos toca aprender a compensar ese 15% que va a golpear a la exportación de nuestros productos con algún pequeño cambio de hábitos y una mejor exploración del consumo personal. Y no apostar por la agresividad vecinal, a menos que nuestro sueño futuro sea humillar algún día a Libia y Cabo Verde por hacernos los fuertes.
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