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tribuna
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¿Hacia dónde va Francia?

El país está políticamente en un callejón sin salida y Macron puede sucumbir de nuevo a la tentación de disolver el parlamento, como hace un año

CAUTRES 23 07 2025

¿Hacia dónde va Francia, un año después de la enigmática disolución de la Asamblea Nacional? El país parece bloqueado políticamente, en un callejón sin salida. A muchos franceses les da la impresión de que el jefe del Estado, Emmanuel Macron, al tiempo que intenta desempeñar un papel importante en la escena internacional, ya no controla la situación política interna. Aquella disolución de junio de 2024 se ha convertido en un fracaso político: si el objetivo era tender una trampa a la extrema derecha del Reagrupamiento Nacional (RN) después de su aplastante victoria en las elecciones europeas, el resultado es que el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella es hoy más popular que nunca. Ambos encabezan la lista de los políticos preferidos por los franceses; si las elecciones se celebraran el próximo domingo, tendrían por encima del 30% del voto en la primera vuelta; y sus ideas cuentan con un respaldo cada vez mayor.

Como era de esperar, los franceses tienen una opinión muy crítica sobre la brutal decisión que ha sumido al país en una enorme incertidumbre política y ha acentuado el pesimismo de la población. Todas las encuestas de opinión desde la decisión de disolver la Asamblea muestran que la popularidad de Macron (independientemente del criterio que se utilice para medirla) se mueve hoy entre una gran insatisfacción y la resistencia del único grupo de votantes que sigue apoyándolo, el de los simpatizantes centristas o macronistas. Entre todos los demás electores, incluidos los de centroizquierda (Partido Socialista) y centroderecha (Los Republicanos), la opinión sobre el mandatario es muy negativa.

Según el último barómetro de IPSOS, de junio, la popularidad de Macron sigue cayendo (con solo un 21% de opiniones favorables, cinco puntos menos que en mayo) y se aproxima a su nivel más bajo, el que tuvo durante el movimiento de los chalecos amarillos. Este retroceso es especialmente marcado entre los votantes de los grupos de oposición, pero también entre su base electoral. Aunque Macron sigue teniendo un apoyo mayoritario en este sector (los simpatizantes centristas), está en clara disminución: el 68% de los simpatizantes de la coalición de Renacimiento-Movimiento Demócrata y Horizontes tienen una opinión favorable sobre su actuación, es decir, que ha perdido ocho puntos en un mes. En conjunto, el 75% de los franceses tiene hoy una opinión desfavorable. Sean cuales sean las encuestas y el instituto de opinión que las haga, la popularidad del presidente oscila entre el 20% y el 25%.

Si bien esta impopularidad de Macron es un dato estructural, la situación política creada por la disolución contribuye enormemente a la percepción que tiene hoy la opinión pública. Según una encuesta del IFOP hecha a principios de junio de 2025, el 81% de los franceses considera que la disolución del Parlamento ha hecho perder tiempo a Francia y el 74% considera que ha bloqueado la acción del Gobierno. Esta sensación va acompañada de un fuerte sentimiento de incomprensión por parte del 43% de los encuestados, de indiferencia para el 25% y de indignación para el 21%, mientras que solo el 9% se declara satisfecho y apenas el 2% orgulloso de la decisión. Aunque siguen sin comprenderse bien los motivos de la medida y muchos consideran que fue una reacción sin pensar del jefe del Estado, un “pecado de orgullo”, según algunos, se entienden todavía menos las consecuencias de la disolución, que suscitan frustración, descontento e incluso ira en algunos sectores, en particular el del RN.

Es cierto que la situación política interna de Francia es inédita y plantea una serie de interrogantes desde el punto de vista del buen funcionamiento democrático del país. En vista del resultado de la disolución y las elecciones anticipadas, Macron propuso como primer ministro a Michel Barnier, pero la Asamblea lo tumbó mediante una moción de censura, de modo que designó a François Bayrou, su antiguo aliado centrista. Tanto Barnier como Bayrou tienen una prestigiosa trayectoria de servicio, pero no parece que estos dos nombramientos fueran un reflejo fiel de la voluntad de la ciudadanía. En retrospectiva, se puede decir que las elecciones legislativas de 2024 tuvieron tres vencedores: el Reagrupamiento Nacional (RN), que ganó en número de votos en las dos vueltas; el Nuevo Frente Popular de la izquierda, que obtuvo una mayoría relativa de escaños en la segunda vuelta, y el Frente Republicano, formado por todos los partidos (salvo Los Republicanos) para cerrar el paso al RN. Sin embargo, ninguno de estos tres vencedores gobierna hoy en Francia.

Esta es una situación política compleja, sin precedentes y tremendamente frágil, justo cuando Francia tiene que afrontar el terrible problema del déficit público y el cumplimiento de los compromisos con la UE en este asunto tan espinoso. El Tribunal de Cuentas (la institución que evalúa la gestión de las cuentas públicas) no deja de enviar señales y mensajes alarmantes sobre los déficits públicos, en particular los sociales y los de las administraciones locales. El presidente del órgano presupuestario ha llegado a decir que los déficits franceses serán “incontrolables” si no se llevan a cabo de inmediato reformas y medidas enérgicas. El plan de recortes anunciado por el primer ministro la semana pasada cuenta con una aprobación engañosa en la opinión pública: si bien una mayoría de franceses admite que es necesario actuar con energía para sanear las finanzas públicas, el plan presentado por Bayrou es ampliamente percibido como socialmente injusto (en particular, la supresión de días festivos o los recortes en el modelo social, especialmente en materia de salud). Predomina ampliamente en la ciudadanía el sentimiento de que “siempre son los mismos los que pagan” y a quienes se les exige hacer esfuerzos.

En términos de popularidad, el centrista es hasta la fecha el primer ministro más impopular de toda la V República (con una popularidad ligeramente por debajo del 20%). Si bien ha conseguido asegurarse el voto del Partido Socialista (PS) para aprobar el presupuesto nacional para 2025 (a cambio de varias concesiones en la reforma de las pensiones y la organización de un “cónclave” en el que debatan los sindicatos y la patronal), ahora está entre la espada y la pared: por un lado, la reunión sobre las pensiones no ha dado el fruto deseado (la patronal y el Gobierno se niegan a volver a debatir la edad legal de jubilación —tras la polémica reforma que la elevó de los 62 a los 64 años—); por otro, el PS no está dispuesto a hacer ningún regalo más a Bayrou para el presupuesto de 2026, que se prevé muy difícil. Por el momento, todo indica que el Gobierno de Bayrou será sometido a otra moción de censura antes del otoño o a comienzos del otoño, cuando toda la izquierda y el RN voten juntos una moción de censura sobre el proyecto de presupuesto de 2026. La actitud de los socialistas será determinante: ¿votarán la moción junto con el resto de la izquierda?

Nadie sabe qué consecuencias tendrá esa posible censura al Gobierno de Bayrou, que se da por sentada. Emmanuel Macron podría nombrar a alguien cercano como Sébastien Lecornu, actual ministro de Defensa (antiguo miembro de Los Republicanos, pero que se unió al presidente en 2017). Sin embargo, un cambio de primer ministro no resolverá automáticamente el principal problema del Ejecutivo, que es la falta de una mayoría parlamentaria para aprobar los presupuestos del año que viene. ¿Es posible que el jefe del Estado tenga la tentación de utilizar de nuevo su derecho de disolución de la Asamblea Nacional, que puede volver a ejercer desde el pasado día 8, un año después de la disolución de 2024? Una apuesta todavía más arriesgada que hace un año y, desde luego, con la misma correlación de fuerzas electorales. Una nueva derrota lo colocaría en una situación muy peligrosa y reviviría con fuerza el debate de su dimisión.

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