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ISABEL DÍAZ AYUSO
Columna
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Del chalé de Galapagar al de Rascafría

La demagogia es una táctica popular, eficaz en muchos casos y tentadora para cualquier sigla, pero muy arriesgada

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, este lunes, en la presentación del proyecto Milla Canal.Foto: PABLO R.SECO (EFE) | Vídeo: EPV
Natalia Junquera

“La mejor dieta para un político es comerse sus propias palabras”, dijo una vez Mariano Rajoy, citando a Churchill, para explicar por qué había subido los impuestos en su primer Consejo de Ministros tras hacer campaña prometiendo bajarlos. La cadena de supermercados #Coviran ha escalado estos días a la lista de temas más comentados en X después de que la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, los mencionase como atenuante para dar explicaciones por el uso de un chalé propiedad de la comunidad: “Me llevé mi comida de casa, cené en un restaurante del pueblo y compré en el Coviran, con mis medios”. Visiblemente enfadada ante lo que considera un “ataque personal”, aseguró que la polémica obedecía a un intento por “tapar los prostíbulos” - en alusión a las insinuaciones lanzadas por Alberto Núñez Feijóo sobre el suegro de Pedro Sánchez-, lo que a su juicio era la prueba del nueve de que España funciona como “una dictadura comunista”.

Le recordó la comunidad tuitera a la presidenta madrileña -como ya había señalado este periódico al revelar el fin de semana de Ayuso en el chalé de Rascafría-, que ella había criticado en el pasado “los palacios pagados por todos los españoles” que disfrutaba Pedro Sánchez, refiriéndose a las viviendas propiedad del Estado que los presidentes del Gobierno - también los de su partido, José María Aznar y Mariano Rajoy- suelen utilizar en verano. Los usuarios de la red rescataron antiguos tuits de la dirigente popular pidiendo “perdón por no ser socialista” y no usar “un buen palacio a horas de Falcon”. Abonada a la hipérbole, la presidenta madrileña llegó a asegurar que “un viaje en Falcon vale lo que todo el gasto de la Comunidad de Madrid en un año”.

La Real Academia Española ofrece dos definiciones de la palabra “demagogia”. La primera dice: “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular” y recoge como sinónimo el término “populismo”. La segunda habla de “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder” y cita como vocablo equivalente “electoralismo”. Es, por tanto, una táctica popular, eficaz en muchos casos y tentadora para cualquier sigla, pero muy arriesgada porque a menudo, como recordaba Rajoy, le toca al demagogo comerse sus propias palabras. En 2015, siendo candidato a la presidencia del Gobierno, Pablo Iglesias invitó a la presentadora Ana Rosa Quintana a conocer su casa en el Puente de Vallecas. Durante la entrevista, la periodista apuntó que llegaría un momento en el que por seguridad ya no podría vivir en esa vivienda. “A mí me parece más peligroso”, contestó el entonces líder de Podemos, “el rollo de aislar a alguien, porque entonces no saben lo que pasa fuera. Este rollo de los políticos que viven en Somosaguas, que viven en chalés, que no saben lo que es coger el transporte público...”. Unos años antes, en 2012, Iglesias había criticado al ministro Lus de Guindos por invertir 600.000 euros en un “ático de lujo”, pero esa fue precisamente la cantidad por la que compró en 2018 un chalé en Galapagar para vivir con su pareja, Irene Montero, y sus hijos. En el partido que había construido buena parte de su capital electoral y político en el relato de “la gente” frente a “la casta”, la compra levantó ampollas e Iglesias y Montero llegaron a convocar una consulta a las bases para tratar de resolver la crisis. Desde entonces hasta la votación, en la que el 70% apoyó que ambos siguieran en sus cargos, en Podemos se equiparaba las críticas por el cambio de parecer sobre los chalés con “el acoso a los jueces que luchan contra la corrupción”.

La polémica de Galapagar no obedecía tanto a las dimensiones y precio de la vivienda como a la incoherencia. Si Iglesias no hubiera criticado a “los políticos que viven en chalés”, igual que si Ayuso no hubiera reprochado en el pasado a Sánchez el uso de “palacios”, no habría habido apenas lugar para la controversia. Pero la clase política tropieza a menudo en la misma piedra: la demagogia. La del que piensa que el pedigrí de la izquierda se mide en metros de pana o número de tomates en los calcetines. Y la de quien trata de “ganarse con halagos el favor popular” criticando lo que terminará haciendo en cuanto tenga oportunidad, por ejemplo, cuando la Comunidad de Madrid adquiera, por 4,3 millones de euros, un chalé con piscina en la sierra, con sus montes anexos, en las inmediaciones de un Parque Nacional.

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Sobre la firma

Natalia Junquera
Reportera de la sección de España desde 2006. Además de reportajes, realiza entrevistas y comenta las redes sociales en Anatomía de Twitter. Especialista en memoria histórica, ha escrito los libros 'Valientes' y 'Vidas Robadas', y la novela 'Recuérdame por qué te quiero'. También es coautora del libro 'Chapapote' sobre el hundimiento del Prestige.
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