¡Y tú menos!
La mejor forma de hacer frente al vendaval de descalificaciones no es responder en los mismos términos sino reconocer los errores y luego demostrar gestión y proyecto

Yo comprendo que si el líder de la oposición menciona en el Congreso a la mujer del presidente, al hermano del presidente, al suegro del presidente, a los colaboradores más cercanos del presidente e incluso al mismísimo presidente para presentarlos como personas deshonestas y corruptas, al final el presidente se desmelene y se ponga al mismo nivel, sacando los papeles de Bárcenas, la Gürtel, la Kitchen, la Púnica, el fraude fiscal de la pareja de Díaz Ayuso, la guerra sucia de Villarejo y todo lo que encuentre a su alcance en ese momento. Da igual que el discurso inicial, bien trabajado, fuera en una dirección muy distinta, con su tono institucional, su justa dosis de contrición y las propuestas para reducir los niveles de corrupción. Todo eso se olvida rápidamente en cuanto se viene la catarata de insinuaciones, maledicencias y acusaciones. Entonces sale la fiera. Hay que tener unos nervios de acero para aguantar las bajezas de Alberto Núñez Feijóo.
Supongo que habrá quien no esté de acuerdo con lo que voy a decir a continuación, pero me parece que la tesis de que los escándalos de la etapa de Mariano Rajoy son más numerosos, de mayor alcance y de mayor gravedad que lo que hemos conocido hasta el momento en la etapa de Pedro Sánchez, tiene muchos elementos a su favor. No es solo por cantidad, sino también por calidad: contratos públicos a cambio de financiación irregular para el partido, cobro masivo de sobresueldos en negro, pago de las obras de la sede del partido en negro, espionaje, coacción fiscal y destrucción de la reputación de los rivales políticos… en fin, no es fácil superarlo. De ahí que, efectivamente, el Partido Popular no sea el más indicado para dar certificados de limpieza política. Déjenme añadir que esta constatación no supone en absoluto minusvalorar los escándalos que afectan al PSOE. El caso es que, habiendo una asimetría tan evidente y llamativa, parece inevitable para Sánchez y los suyos defenderse de las críticas que reciben recordando la corrupción del PP. ¿Cómo no aprovecharse de la retahíla de escándalos que arrastra el PP? Es el celebérrimo “¡y tú más!”. El reciente escándalo de Cristóbal Montoro, ministro con Aznar y Rajoy, es como maná caído del cielo para Sánchez y los suyos.
Sin embargo, hay varias razones para dudar de que el “¡y tú más!” sea la mejor opción posible. La primera y más evidente de estas razones es que los argumentos ad hominem son buenos cuando no se trata de buscar la verdad, sino de desacreditar al rival, que al parecer es lo que se pretende en la refriega parlamentaria. El problema es que esos argumentos tienen un recorrido muy limitado, pues dejan de funcionar en cuanto la acusación procede de partidos limpios de polvo y paja (con perdón). No solo eso, muchos ciudadanos tienen todo el derecho a sentirse decepcionados con el PSOE con independencia de lo que piensen sobre la corrupción del PP. A esos ciudadanos no se los recupera subiendo la intensidad en la trifulca del Congreso.
El “¡y tú más!” es muy antiguo, en nuestra democracia tuvo su primer momento de gloria cuando Alfonso Guerra salió a dar “explicaciones” en el Congreso en 1990 por el despacho en la Junta de Andalucía del que disfrutó su hermano para hacer negocios. Las “explicaciones” consistieron, usando la expresión de la época, en poner el ventilador en marcha y lanzar acusaciones contra todos los rivales. Desde entonces, la táctica se ha utilizado en infinidad de ocasiones y su eficacia ha sido más bien limitada. Lo más que consigue quien se defiende con una buena acusación es que la ciudadanía termine pensando que acusador y acusado son de la misma condición (de forma grosera, que “PP y PSOE la misma mierda son”). Me recuerda a un influyente diputado del PP que, cuando se lanzaron acusaciones de corrupción contra Podemos, dijo algo así como “ya se ha visto, estos no son más puros, son iguales que nosotros”. Les estaba dando la bienvenida al club de los apestados.
La ciudadanía no lleva bien que los escándalos se resuelvan con el “¡y tú más!”. Algo debe tener que ver el uso recurrente del “¡y tú más!” con que la confianza de los españoles en los partidos políticos se encuentre por debajo del 10%. Este efecto corrosivo del intercambio permanente de descalificaciones se traduce no solo en niveles bajos de confianza institucional, sino también en la erosión del principio de reconocimiento mutuo entre los actores políticos, contribuyendo de esta manera a afianzar la polarización y la intransigencia. Esto, por sí mismo, ya sería suficiente para poner en cuestión el “¡y tú más!”, incluso en ausencia de Vox y el riesgo de que este acabe capitalizando el hartazgo con los partidos tradicionales.
La alternativa al “¡y tú más!” es el “¡y tú menos!”. Con esto quiero decir que la mejor manera de hacer frente al vendaval de descalificaciones consiste en reconocer en primera instancia los errores y luego mostrar que, a pesar de los fallos cometidos en la selección de colaboradores que traicionaron el proyecto, dicho proyecto sigue siendo más sólido y más atractivo que el del rival. Frente a las descalificaciones, gestión y proyecto. Por grande que sea la provocación, es crucial responder con los logros conseguidos y los por conseguir. Sé que esto queda bonito en una tribuna de opinión y que es difícil llevarlo a la práctica, pero no queda más remedio que intentarlo. Es la única forma de evitar la degradación de la vida política y, a la vez, el mejor medio para mantener el vínculo de confianza con un electorado que se siente confuso y traicionado por la secuencia de secretarios de organización envueltos en asuntos turbios. Este Gobierno tiene algunas cosas de las que presumir: gestión económica, mejora del sistema de pensiones, políticas sociales, reforma del mercado de trabajo, etcétera. En este terreno, el PP se encuentra en una posición de clara inferioridad, sin proyecto alguno. Más que por un proyecto, el PP se mueve por una ambición: acabar con el “sanchismo”.
Si no queda más remedio que descender al cuerpo a cuerpo, pues también mejor el “¡y tú menos!”. En lugar de intentar convencer a la ciudadanía de que el líder de la oposición arrastra más corrupción que el presidente en ejercicio, mostrar que tiene menos recursos para dirigir el país: porque no habla idiomas, porque ni siquiera ha forzado la dimisión de Carlos Mazón, porque es incapaz de ofrecer propuestas, porque mantiene una ambigüedad peligrosa con Vox, etcétera.
Durante la etapa de gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, el presidente recibió críticas durísimas. Es cierto que no se dijo de él que fuera un corrupto, pero se le acusó de cosas muy graves y se le quiso presentar como un político insolvente. Él, sin embargo, nunca se rebajó a entrar en el juego de descalificaciones, refugiándose en sus políticas e iniciativas. Creo que es un ejemplo que puede servir de inspiración. Ya sé que el debate sobre corrupción suele ser más agrio, pero aun así conviene resistir y no caer en la tentación de responder en los mismos términos. A corto plazo puede ser una táctica que produzca cierta desorientación en el electorado más ideologizado, pero a medio plazo puede funcionar en el conjunto del electorado.
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