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Tribuna
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El Reino Unido y Europa: no basta con ir tirando

Por mucho que Starmer haya reiniciado la relación con el continente, a largo plazo la única opción es volver a la UE

Ilustración de Mikel Jaso para la tribuna 'Reino Unido va tirando', de Timothy Garton Ash, 25 de julio de 2025.
Timothy Garton Ash

Como si fuera una enfermedad crónica, la incoherencia estratégica carcome todo lo que hace el Reino Unido en el mundo. La genuina proeza del primer ministro Keir Starmer de haber restablecido las relaciones con Europa continental —como lo demuestran las recientes visitas del presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Friedrich Merz—, no oculta, y en cierto modo incluso resalta, esta confusión de fondo.

En 1945, al acabar la guerra, Winston Churchill concebía el papel del Reino Unido en el mundo como la intersección de tres círculos: la Commonwealth y (todavía entonces) el Imperio británico; Europa, cuya recuperación y unificación tras la guerra respaldaba inequívocamente, y Estados Unidos. A medida que los países de la Commonwealth han forjado otros vínculos más sólidos, el primer círculo ha dejado de tener importancia estratégica. En los años setenta, el Reino Unido se integró en la forma política y económica más desarrollada del segundo círculo —la actual Unión Europea—, pero hoy ya no forma parte de él. Y, con la revolución nacionalista del presidente Donald Trump, el tercer círculo también está deshaciéndose a toda velocidad. Es decir, después de 80 años, los círculos estratégicos del Reino Unido han culminado su cuenta atrás: tres, dos, uno, cero.

En vez de estar en la intersección de tres círculos, el Reino Unido se encuentra atrapada entre tres elefantes. “Hay tres elefantes en la habitación y debemos tener cuidado de que no nos aplasten”, explicó un funcionario británico a Financial Times a propósito del intento de Starmer de abrirse camino entre las potencias económicas mundiales: Estados Unidos, la Unión Europea y China.

Igual que Tony Blair hace un cuarto de siglo, este Gobierno dice que el Reino Unido es un “puente” entre Europa y Estados Unidos. ¿Pero qué clase de puente puede ser hoy, si está fuera de la UE, al mismo tiempo que Trump pone en tela de juicio toda la relación transatlántica y exhibe especial antipatía hacia la UE?

No había más que una forma de llevar el Brexit a su conclusión lógica, que habría sido convertirse en una gran Suiza al otro lado del Canal, un Singapur del norte de Europa. Tratar de sacar provecho donde se pudiera, sin tener en cuenta lo que esos países estuvieran haciendo con sus vecinos o con sus propios ciudadanos; ser una nación con el sentido ético de un fondo de inversión. Es irónico que el país europeo que más se aproxima a este cínico multialineamiento sea la Hungría de Viktor Orbán, un Estado miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Pero ese camino nunca fue una opción seria, ni siquiera para la mayoría de los partidarios del Brexit, que tenían cinco o seis visiones diferentes (y en general vagas) de lo que debería ser el país una vez fuera de la UE. La mayoría de los británicos considera que eso sería totalmente incompatible con nuestra idea de lo que debe hacer y ser el Reino Unido en el mundo.

Desde que Putin invadió Ucrania, los instintos churchillianos del Reino Unido han revivido y han dado pie a una situación en la que trabajamos codo con codo con países como Francia, Alemania y Polonia en defensa de Ucrania y toda Europa. Merz y Starmer acaban de firmar un tratado germano-británico que establece un marco de cooperación reforzada en muchos ámbitos. En plena incertidumbre sobre hasta qué punto está dispuesto Trump a garantizar la disuasión nuclear en el flanco oriental de la OTAN, la visita de Estado de Macron al Reino Unido ha servido para anunciar, en un hecho sin precedentes, que las dos únicas potencias nucleares de Europa “van a coordinar” sus armas de disuasión nuclear y que “ninguna amenaza extrema contra Europa quedará sin una respuesta de ambos países”.

Esto nos lleva de nuevo a la cuestión estratégica. Si estamos dispuestos a arriesgar nuestra propia existencia nacional para defender Europa, ¿no sería lógico que tuviéramos voz y voto sobre cómo se desarrolla esa Europa? Y, si un gobierno ha decidido jugárselo todo ante los votantes con la promesa del crecimiento económico, como ha hecho Starmer, ¿no le convendría estrechar relaciones con su mayor mercado?

En la situación actual, el Reino Unido está totalmente comprometido con la defensa de Europa, pero no disfruta de ninguna de las ventajas económicas que implica pertenecer a la Unión Europea. Es más, incluso tiene que pagar un precio —por ejemplo, en concesiones en materia de pesca a Francia— por el privilegio de contribuir a la seguridad del continente. En su discurso ante los parlamentarios británicos, Macron afirmó que “la Unión Europea era más fuerte con ustedes y ustedes eran más fuertes con la Unión Europea”. Las dos cosas son verdad. Pero no cabe duda de que, de las dos partes, Reino Unido es el que más se ha debilitado. Para usar el término francés que se emplea en diplomacia, el Reino Unido es hoy el demandeur, el país que siempre pide algo a la otra parte. En realidad, sus triunfos diplomáticos, como el “reinicio” de las relaciones con la UE o el acuerdo comercial con Trump, consisten sobre todo en haber eliminado unos obstáculos que antes ni siquiera existían.

La única solución coherente desde un punto de vista estratégico a largo plazo sería que el Reino Unido se reincorporara a la Unión Europea, se tragara su orgullo —por doloroso que fuera— y aceptara unas nuevas condiciones de adhesión no tan favorables como las que tenía antes. Las medias tintas, como la unión aduanera entre el Reino Unido y la UE propuesta por los liberaldemócratas británicos, aportarían alguna pequeña ventaja económica, pero la plena pertenencia a la UE es lo único que daría al Reino Unido auténticos beneficios económicos y el peso político necesario para influir en el futuro de Europa y, por consiguiente, del mundo. En una selva llena de elefantes, lo mejor es serlo también o, por lo menos, montarse a lomos de uno.

Cualquier gobierno británico que verdaderamente quiera defender los intereses nacionales debe tener en cuenta esa lógica estratégica de futuro. Pero a la política británica le queda mucho para llegar ahí. Ni siquiera los liberaldemócratas defienden la reintegración en la UE; y la política actual la decide el mayor antieuropeo que tiene el país, Nigel Farage. Los ciudadanos de la UE son conscientes y, de todos modos, tampoco ellos están de humor para empezar a pensar en casarse otra vez. Las heridas del Brexit siguen abiertas y la actual disyuntiva entre seguridad y economía les perjudica menos a ellos que al Reino Unido. Además, la UE ya tiene bastante con lo suyo.

¿Qué queda entonces? Ir tirando como hasta ahora. Afortunadamente, ir tirando es casi una especialidad británica. Hace algunos años leí un artículo sobre Reino Unido en una revista alemana que hablaba de die Philosophie des Durchmuddelns. (Solo Alemania es capaz de convertir el “ir tirando” en una filosofía). A Starmer, extrañamente torpe en política interior, se le ha dado muy bien construir buenas relaciones con líderes como Macron, Merz y Ursula von der Leyen, además de Trump y Volodímir Zelenski. Se ha comportado como un auténtico líder en todo lo relacionado con Ucrania y, desde luego, ha cumplido su promesa de “hacer que el Reino Unido vuelva a ser serio”.

Su gabinete está lleno de personas que, como él, parecen bienintencionadas, competentes y decentes. Un poco aburridas, quizá, pero no hay más que fijarse en el gobierno de Trump para darse cuenta de que hay cosas peores. El Reino Unido tiene un montón de problemas, pero como todos los países europeos que conozco. La democracia británica ha superado la prueba de resistencia del Brexit mejor que la democracia estadounidense está superando la de Trump. En el ámbito social y cultural, es muy de elogiar que en el Reino Unido estén siempre presentes la tolerancia, la creatividad y el humor.

En definitiva, si alguien puede progresar a base de ir tirando, es el Reino Unido. Pero iría tirando mejor si tuviera una idea más clara de dónde quiere estar dentro de diez años. Como advierte el Talmud: si no sabes dónde quieres ir, cualquier camino te lleva allí.

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