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Fernando Ayala sobre Kast: “Da susto el lobo, pero tiene que regirse por las normas constitucionales”

El exembajador presenta ‘Zavasabel’, novela que aborda la geopolítica de los años 80. Al mismo tiempo, da una mirada a la contingencia chilena y asegura: “Es muy triste lo que está sucediendo hoy día con el Servicio Exterior chileno”

Exembajador en Vietnam, Portugal, Trinidad y Tobago e Italia (sin olvidar diversos cargos en Ecuador, Corea del Sur, Suecia, Estados Unidos, Paraguay y otros países); exdirector de ceremonial y protocolo en el primer Gobierno de Michelle Bachelet (2006-2010); exjefe de Gabinete del ministro secretario general de Gobierno bajo la Presidencia de Ricardo Lagos (2000-2006); y exsubsecretario de Defensa en la Administración de Gabriel Boric. Luis Fernando Ayala González (Antofagasta, 72 años) ha visto y vivido suficiente como para escribir un grueso volumen de memorias, diplomáticas o no. Lo que terminó haciendo, sin embargo, fue otra cosa.

Tras promocionarla en España, este diplomático, analista político y académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile presentará el 6 de noviembre en el Museo de la Memoria Zavasabel (Espuela de Plata, 2025): una novela histórica de 425 páginas y letra diminuta cuyo título es un acrónimo formado por las primeras letras de Zagreb, Varsovia, Santiago de Chile y Belgrado, las cuatro ciudades en que desarrolla su intriga.

La obra arranca en 1980 en Zagreb, Croacia (parte de Yugoslavia por entonces), donde el chileno hizo sus estudios de economía y enteró seis años de exilio tras el golpe militar. La ciudad es también la cuna de Mladen, periodista croata con raíces serbias y uno de los protagonistas-narradores. La otra es su colega Darya, francesa hija de iraníes. Ambos ofician de sagaces corresponsales allí donde los manden, interactúan con figuras políticas variopintas y formulan análisis sesudos de la realidad internacional, al tiempo que se convierten en pareja y protagonizan encendidas escenas de alcoba.

Alegato en favor de las libertades, partiendo por la de prensa, la novela es también un paseo geopolítico por lugares significativos de la Guerra fría, así como una denuncia de las infamias atribuibles a dictaduras de distinto signo, entre ellas la del militar polaco Wojciech Jaruzelski y la de su colega chileno Augusto Pinochet.

“Los personajes están muy comprometidos con la realidad política de los países donde están, sobre todo de esas dos dictaduras”, comenta el autor. “Les toca convivir con mucha gente y además diferenciar, porque Polonia era un régimen totalitario mientras el de Pinochet, aunque sanguinario, era de corte autoritario: existían radios y otros medios opositores, cosa impensable en Polonia. Sin embargo, en Polonia murieron alrededor de 100 personas, algunas de manera horrible -como el sacerdote Jerzy Popieluszko- y nosotros, que teníamos un régimen que se suponía era más libre, tenemos hasta hoy miles de desaparecidos”.

He ahí algunas contradicciones que percibe Ayala. No las únicas porque, por ejemplo, “cuando mis personajes hablan en Chile con muchachos jóvenes muy de izquierda, como que [estos últimos] no creen que Polonia sea un régimen tan duro”.

Para el golpe de 1973 Ayala integraba el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER, adscrito al Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR). Ya como expatriado, conoció el experimento de Jozif Broz Tito, el líder socialista que se le encabritó a Stalin y cuya muerte da inicio a la novela (“Cuando Tito no esté”, dice Mladen que le decía siempre su padre, “estos años serán recordados como los mejores de nuestras vidas”). A partir de ahí, fue adentrándose en los socialismos reales, tomando las distancias del caso y encontrándole asunto al eurocomunismo, tras todo lo cual sigue militando en el Partido por la Democracia (PPD), como lo hace desde los 90.

“Toda mi vida me he identificado con la izquierda”, dice, tras lo cual amplía esa identificación a la “centroizquierda”. Desde allí examina el pasado, como en Zavasabel, pero también la actualidad, partiendo por las presidenciales chilenas de noviembre y la eventual segunda vuelta entre Jeannette Jara y José Antonio Kast. En este escenario, que le parece el más probable, “da susto el lobo [Kast], pero el lobo tiene que regirse por las normas constitucionales. Puede reducir la participación ciudadana, algunos derechos, eso está dentro de lo posible. Pero de que vayamos a vivir con miedo de que nos lleven presos en medio de la noche, eso no puede ocurrir, salvo que se rompiera el Estado de derecho”.

De vuelta a Mladen, que no en mucho pero en algo se parece al autor, se afirma en la novela que su tarea periodística no es el despacho apurado ni la reacción inmediata, “sino efectuar análisis más profundos, buscar causas, interpretar las motivaciones, los intereses de los protagonistas, y hacer una síntesis”. ¿Qué tanto se conectan en ese punto, el autor y su personaje? Lo que pasa, explica el primero, “es que ese ha sido mi trabajo como diplomático. Antes de ser embajador, me pedían que escribiera los informes políticos: ‘Tú haces el informe’, me decía el embajador cuando estaba en Corea del Sur. Y cuando ya fui embajador, con mucha mayor razón. Por eso, más o menos, pongo a mi personaje en ese rol”.

Poder y Servicio Exterior

Un diplomático chileno que conoce a Ayala desde hace buen tiempo destaca sus méritos, así como sus dotes para hacer que estos no pasen inadvertidos: “Tiene llegada” y “publica en medios importantes”, cuenta, e inserta en esta lógica el hecho de que la contratapa de su debut novelístico incluya una entusiasta reseña de Josep Borrell, exvicepresidente de la Comisión Europea.

Porque el poder ha sido en su caso algo estudiado y también vivido, aunque hoy menos que antes. “Estuve en la Comisión Internacional del PPD”, cuenta, “pero renuncié hace unos meses. No estoy para seguir en política: prefiero leer, escribir, hacer mis clases”.

Dice, asimismo, que cuando lo llamó Bachelet al Palacio de La Moneda él “era un personaje menor”, lo que a su vez lo ayudó a considerar de otro modo “cómo se mueve el poder”. Antes había estado en el mismo lugar a las órdenes del ministro vocero Heraldo Muñoz, donde vio “cómo se mueven las cosas con los periodistas, los medios, las intrigas”. Este recorrido por los entresijos del Poder Ejecutivo ayudó a formar la mirada de quien acaba de iniciarse en la novela.

Otro tanto ha hecho su desempeño en el cuerpo diplomático y consular del Estado chileno, al que ve algo vapuleado, aunque no sea solo una cosa de hoy. Dice que “es muy triste, en algunos casos, lo que está sucediendo hoy día con el Servicio Exterior chileno”, al que considera “poco respetado por la autoridad política”.

Agrega que el Servicio Exterior “es muy dependiente de los vaivenes políticos, porque el cargo de embajador […] es de exclusiva confianza del presidente, y si uno está mal con la gente cercana al presidente, difícilmente te van a nombrar embajador, a diferencia de los países europeos, donde un funcionario puede ser nombrado embajador y después vuelve a su grado en el ministerio". A su juicio, en Chile “se nombran embajadores políticos en un número muy alto, algunos sin muchos méritos”. Y el problema es que “pagar favores políticos en embajadas no es conveniente para ningún Gobierno porque la imagen del país se daña. Por desgracia, todos los gobiernos han tocado esa tecla”.

En ese espíritu, comenta también la reciente suspensión de los recursos destinados a la educación de los hijos de funcionarios diplomáticos, que estos últimos consideran un derecho adquirido y que el ministerio de Relaciones Exteriores dejó fuera de la partida presupuestaria de 2026: “Imagínate que estás en Indonesia y el colegio internacional vale dos mil o tres mil dólares mensuales y tienes dos o tres hijos. Conozco compañeros que tienen cuatro o cinco hijos. ¿Cómo lo van a hacer? […] Esto es terriblemente perjudicial y es una falta de respeto que no se tendría con otras instituciones".

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