Las mujeres primero
Creo en un cambio de sistema en el que nosotras tengamos voz para señalar el curso del mundo


Las mujeres y los niños. Aunque no fuera incluida en el código marítimo, esta ley no escrita que priorizaba a las mujeres y los niños en momentos de dramática supervivencia se popularizó como utopía caballeresca en el siglo XIX definiendo a quienes debían ser los elegidos en la hora crucial de un salvamento. Se supone que fue en 1912 a raíz del hundimiento del Titanic cuando se materializó lo que hasta el momento era algo así como el ideal del valor masculino. Pero la realidad dista mucho de la idea quijotesca de la valentía y a tan galante lema se contrapuso aquel otro que augura que las ratas son las primeras en abandonar el barco. Eso dejando a un lado que fueron las mujeres blancas de clase alta las únicas beneficiadas a la hora de la verdad. Nadie sabe nunca cómo se comportará cuando la propia existencia esté en juego.
Sirvan como ejemplo esos vecinos que durante la dana, sin hacer alarde de valentía, arriesgaron su vida por sus animalitos, o esas mujeres que surcan el mar en patera llevando en brazos a un bebé al que tratan de salvar de la miseria. La anarquista Emma Goldman puso en entredicho el tramposo romanticismo de la mítica frase: en primer lugar, equiparar a las mujeres a la infancia es convertirlas, una vez más, en menores que carecen de capacidad decisoria, incluso cuando han sido puestas en peligro sin su consentimiento; en segundo lugar, Goldman se preguntaba si las mujeres daban por finalizada su lucha con el sufragio universal, asumiendo en cambio el papel de señoras del Titanic en la vida diaria.
Este lema no escrito del mar ha adoptado su versión más sórdida en las guerras del presente. Ignoradas como solemos estar en las decisiones que desembocan en una guerra, invasión de territorio o aniquilación de un pueblo desarmado, las mujeres y los niños, también la población más vulnerable, nos constituimos como el primer objetivo bélico, una vez que quedó atrás, y parece que para siempre, ese pasado en el que era la soldadesca la que caía en primera línea del frente, mientras que las mujeres recomponían en la retaguardia una sociedad de huérfanos. Hoy, parece que damos por hecho que la muerte de los niños es un daño colateral, como también la de aquellas que los protegen con su cuerpo.
Siendo esto así, me pregunto si no dan muestras de suficiente entereza las mujeres africanas cuando se arriesgan a atravesar el mar con sus bebés; las latinas al dejar atrás a sus niños para trabajar como mulas antes de podérselos traer; si es que no dan pruebas de valentía esas jóvenes afganas al estudiar clandestinamente; las iraníes que enseñan el rostro a los soldados o esas madres gazatíes que consuelan del llanto inconsolable a sus criaturas mutiladas, ¿es que no prueban las mujeres con su comportamiento aguerrido en unas situaciones dramáticas que de ninguna manera se buscaron, que ellas deberían ser las primeras en señalar el curso del mundo? No las primeras en ser rescatadas por hombres galantes (menudo privilegio tramposo) sino en decidir si estamos de acuerdo con este galope enloquecido hacia un rearme que, en su delirio, nos va a proteger de vecinos rearmados, por la simple razón de que una vez que todos estemos pertrechados hasta los dientes podremos respirar en paz.
No vengo con la fábula de las mujeres buenas, pero sí creo en un cambio de sistema en el que nosotras tengamos voz para frenar esta locura en la que las mujeres, niños y ancianos engrosamos mayoritariamente la lista de víctimas. ¿No es lógico que tengamos más capacidad para definir el futuro cuando nos toca hacer frente a las consecuencias? ¿Hay hombres buenos? Los hay, pero esos hombres buenos deberían ser los primeros interesados en que sus congéneres, líderes del reaccionarismo que sufrimos, sean excluidos de la forja de nuestro destino. Y que por una vez permitan que las mujeres, en el sentido literal de la expresión, seamos las primeras.
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