El debate | ¿Es conveniente que la Iglesia haga declaraciones políticas?
La petición de una convocatoria de elecciones generales por parte del presidente de los obispos españoles pone sobre la mesa la cuestión de la intervención de la jerarquía católica dentro de un Estado aconfesional

Las recientes declaraciones del presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, proponiendo un adelanto electoral han suscitado el debate sobre la conveniencia de que la jerarquía católica intervenga en el debate político.
Para el catedrático Francisco Serrano Oceja el catolicismo tiene dimensión política y esta tiene que poder ser expresada en público. Por su parte el teólogo Juan José Tamayo señala que algunos obispos se alinean políticamente con los postulados de la derecha y la ultraderecha hablando en nombre de los todos católicos a los que, sin embargo, niegan voz para expresarse.
La voz pública de la fe
Nada nuevo bajo el sol. El 22 de noviembre de 1990 vio a la luz uno de los documentos más relevantes de la historia reciente de la Iglesia en España, La verdad os hará libres. Los socialistas gobernaban desde 1982. Los casos de corrupción estaban todos los días en los titulares de los medios. En las primeras líneas del documento aprobado por la Plenaria Episcopal, los obispos señalaban que “proponer las exigencias morales de la vida nueva en Cristo, exigencias postuladas por el Evangelio, es un elemento irrenunciable de la misión evangelizadora de los obispos, particularmente urgente en las actuales circunstancias de nuestra sociedad”.
“Aberrante por antidemocrático”, “descalificador de la clase política”, “anacrónico”, “inoportuno”, fueron algunas de las afirmaciones que se leyeron. La reacción de los diversos grupos políticos, principalmente el PSOE y la izquierda de entonces, implicaba una expresión de la voluntad los partidos políticos de monopolizar el discurso ético-social.
En el sustrato de la polémica que levantó ese documento y de las reacciones a las declaraciones del actual presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Luis Argüello, cuando ha pedido elecciones generales, está la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el poder. También de la pretensión de la política por la hegemonía del discurso ético.
Lo que ahora estamos viviendo tiene otros antecedentes. Recordemos el posicionamiento de los obispos el 23 de enero de 1973, sí, antes de que muriera Franco, con el documento Iglesia y Comunidad política. Como eco del Vaticano II se desengancharon del franquismo e hicieron una propuesta a la política española desde lo específico de su misión. Quienes entonces les montaron una campaña en toda regla por meterse en política fueron los prebostes de la dictadura franquista.
Monseñor Argüello es uno de los obispos españoles que más ha teorizado, dentro de su concepción de las relaciones entre propuesta cristiana y modernidad, sobre lo que significa el fin de la cristiandad, de las relaciones de la Iglesia con el poder. La Iglesia, que contribuyó decisivamente a la Transición política y al pacto social subyacente al constitucional, no tiene ninguna pretensión hegemónica. Demanda fair play en el ejercicio de su derecho a predicar un Evangelio que tiene inevitablemente unas consecuencias sociales, políticas. Y como actor institucional en la conversación pública, por su condición de institución que custodia y realiza una concepción de bien para las personas y para la sociedad, particularmente para las más necesitadas, pretende ser un interlocutor que ofrezca respuestas al ahora, no al ayer.
En las semanas previas a sus declaraciones sobre la pertinencia de que los españoles seamos convocados a unos nuevos comicios, Argüello habló de migraciones, se reunió con los grupos políticos del Congreso para defender una ILP para la regularización de 600.000 migrantes irregulares. Pidió reiteradas veces el fin de la guerra en Gaza señalando que “la tragedia humanitaria que se padece en Gaza ha de hacemos redoblar la presión moral, política y espiritual para gritar en favor de @PararLaGuerra y en favor de una paz justa”. Se refirió al problema social de la vivienda solicitando a los cristianos que tienen viviendas en el mercado inmobiliario no especulen. La denuncia de la “emergencia social” del acceso a la vivienda fue calificada por Argüello como una “forma de violencia estructural”. Sorprende que el presidente de la Conferencia Episcopal lleve semanas hablando de estos temas y nadie se haya rasgado las vestiduras por lo que decía. ¿Será porque coincidía con las propuestas de determinadas formaciones políticas de izquierdas? El hecho de que lo dicho por el arzobispo de Valladolid sobre las elecciones coincida con lo que pide la oposición, no invalida lo afirmado, ni tiene que ser silenciado por esta coincidencia. Lo mismo que tampoco lo debe ser cuando lo que afirma concuerda con lo que piensa el Gobierno actual.
La fe no es una ideología, ni una forma de legitimar un corpus político, pero tiene una relevancia práctica, por tanto política. No es una norma política de lo político, pero sí una propuesta moral de lo político. La Iglesia no es un partido político, ni su doctrina se identifica plenamente con lo que afirma ninguna formación política. Quien diga lo contrario, vive en el pasado. El Evangelio en la vida personal y social tiene una ineludible dimensión política en cuanto propuesta de concepción del bien. Y esto hay que decirlo.
Los obispos y la polarización
Para nadie es un secreto que la jerarquía católica española, instalada cómodamente en la dictadura franquista por los múltiples privilegios del régimen y por la consideración de la Iglesia católica como la religión del Estado, tardó en encontrar su lugar en la democracia. Desde que durante la Transición fue perdiendo su pretensión de cogobernante, colegisladora y coejecutora de la justicia, su estrategia ha sido el apoyo a la derecha política, cultural y moral y la crítica de las políticas de izquierda. Y lo ha hecho de múltiples formas: desde los púlpitos, así como a través de documentos oficiales y de la participación en manifestaciones contrarias a las políticas educativas no confesionales, al matrimonio igualitario, a la interrupción voluntaria del embarazo, a las leyes de memoria histórica, etc.
Pero el actual presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Luis Argüello, en su pretensión de cogobernante político, ha dado un paso más que hasta ahora no se había producido. En declaraciones a Abc, alegando la corrupción existente y el “bloqueo institucional”, ha pedido la convocatoria de elecciones generales, uniéndose así al acoso y derribo del Gobierno que viene practicando el PP y Vox desde el comienzo de la legislatura. En la misma entrevista minusvalora la petición pública de perdón del presidente del Gobierno calificándola de “gesto humanamente reconocible, pero políticamente irrelevante”.
Nos pasamos la vida quejándonos de que los políticos siguen el mantra de mantenella y no enmedalla y no piden perdón, y cuando alguno lo hace se minusvalora su gesto. Nada más noble, éticamente hablando, que pedir perdón. ¿Cómo un alto dirigente eclesiástico puede minusvalorar dicha petición cuando se trata de una virtud eminentemente cristiana? Incorporar el perdón en la vida política me parece una forma de regeneración ética.
La toma de postura partidista de Argüello ha sido asumida por el secretario general de la CEE, Francisco Javier García Magán, en una declaración que no fue aprobaba en la reciente Comisión Permanente y, por tanto, no contó con su respaldo, y menos aún con el del conjunto del episcopado español. El arzobispo de Tarragona, Joan Planellas, se ha desmarcado de las declaraciones de Argüello afirmando que solo representan a su autor y no a la CEE y que, citando el Concilio Vaticano II, “la Iglesia no debe entrar en política partidista”.
La irrupción del presidente y del secretario general de la CEE en la esfera política con la petición de adelanto de elecciones me parece una toma de postura partidista que no tiene justificación ni teológica ni política y demuestra una vez más de qué lado político está la jerarquía católica española y de manera especial su presidente, que pretende marcar la orientación política de la CEE, no compartida por un sector de sus miembros, como de las católicas y los católicos.
Argüello viene demostrando acercamiento, afinidad y sintonía con Vox a través de la participación en actividades de este partido. El año pasado clausuró un curso de verano en El Escorial sobre Hispanidad, (Geo)política, Cultura y Universidad, organizado por el Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas (ISSEP), vinculado al partido de extrema derecha, con una conferencia sobre Isabel la Católica. Recientemente ha participado junto a Santiago Abascal en la presentación del libro Cosas que he aprendido de gente interesante. Filosofía, política, religión, de Miguel Ángel Quintana Paz, filósofo ideólogo de Vox. En dicho acto habló de la necesidad de dar una batalla espiritual y pidió a los cristianos que se implicaran en la batalla cultural.
Sorprende que sea el presidente de la CEE quien pida “dar voz a los ciudadanos” y exija al presidente del Gobierno la convocatoria de elecciones cuando en el seno de la Iglesia católica no hay división de poderes, ni los “fieles” tienen ni voz ni voto en la elección de sus dirigentes y las mujeres son excluidas del liderazgo eclesial y del ministerio sacerdotal. Es la mejor demostración de la incoherencia eclesiástica.
Con su declaración a favor del adelanto de las elecciones y su acercamiento a Vox, Argüello se convierte en un importante actor de la actual polarización política, social y cultural, cuando su principal tarea en la vida pública debería ser llamar al diálogo en defensa del bien común entre posiciones políticas divergentes.
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