Queridos vagos: España ya no os quiere
Solo podemos recordaros con nostalgia y desearos suerte en un país que no entiende algo tan natural como que alguien prefiera dormir en el suelo de un aeropuerto antes que trabajar como un esclavo


Fernando conoció por la tele la historia de Salvador, uno de los ciudadanos que dormían en Barajas, y le ofreció trabajo en su hotel de Asturias. Salvador fue para allá, pero al tercer día se despidió: aquel curro era demasiado para su cuerpo. Fernando lo comprendió, le deseó suerte y siguieron sus caminos, quedando tan amigos. Pero como la historia de Salvador había sido televisada, fue juzgada por el más intransigente y cruel de los tribunales, y una masa enfurecida lo sentenció por vago. Así va España, se clamaba, y los criptobros y los cayetanos despeinados que dan clases de ADE mientras ganan masa muscular en el gimnasio se vieron confirmados en su fe de que la pobreza es un castigo que se ganan los perezosos, así como una plaga de una Europa decadente, amanerada, subvencionada, socialista, woke y corrupta.
Queridos vagos: con lo que os hemos querido, con lo que nos habéis inspirado, con la alegría que habéis esparcido por los centros de las ciudades. España ya no os quiere, y los que somos lo bastante viejos para recordaros y echaros de menos ya no pintamos nada. Si salimos en vuestra defensa, uno de esos youtubers tatuados con sobredosis de proteína nos romperá las gafas de un par de hostias o nos tirará a la cabeza su escaño de eurodiputado ultramontano. Ya solo podemos recordaros con nostalgia y desearos suerte en un país que no entiende algo tan natural como que alguien prefiera dormir en el suelo de un aeropuerto antes que trabajar como un esclavo por una miseria que no le da ni para una choza.
Yo estudié rodeado de tiburones que aspiraban a dominar el universo ―alguna lo ha logrado o está a punto: ha empezado por una comunidad autónoma, bien por ella—, pero en mi pandilla de pringadetes la única vocación más o menos clara era recorrer el mundo sin un duro, como Orwell en París, viviendo a salto de mata y ya veremos qué pasará mañana. Que yo haya acabado convertido en un padre de familia con hipoteca solo responde a una sucesión de malentendidos que algún día desentrañaré y por los que pediré perdón, pero esto no estaba en mis planes. He caído del lado equivocado, aunque simpatizo con todos los Salvadores que se escabullen de la policía de la moral y buscan en vano la sombra en plazas diseñadas para no tenerla, como esa Puerta del Sol militarista donde se vende la gota de agua mineral a cinco euros. Prefiero mil veces la indigencia a la esclavitud, y que casi nadie comprenda algo tan elemental me descorazona muchísimo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
