La guerra del tomate: Trump rompe un viejo tratado para golpear a México con más aranceles
Marcelo Ebrard acusa a Estados Unidos de haber descartado propuestas de acuerdo por “razones políticas”

La guerra del proteccionismo llega cada día renovada a México desde Estados Unidos con distintos nombres: acero, migrantes, fentanilo o tomate. Esta vez les ha tocado a los productores del preciado fruto rojo. El presidente Donald Trump recurre a una vieja polémica de competencia desleal entre los agricultores de un lado y otro de la frontera para plantar otro arancel del 17,09% a las exportaciones mexicanas de tomate, que no son pocas, 2.800 millones de dólares al año. No se trata ahora de castigar a México por no combatir el narcotráfico, como viene diciendo, ni por permitir la entrada de migrantes por la frontera en conflicto. Ahora es un pleito de 1996, cuando los agricultores estadounidenses se quejaron de que no podían competir con el precio de los tomates mexicanos que entraban en su territorio, pero aquello se fue salvando por décadas con acuerdos, el último en 2019. Los tiempos de las relaciones comerciales normalizadas han concluido.
Trump busca proteger los sectores productivos de su país y ha elegido los aranceles para ello, con todo el mundo, no solo con México, repite la presidenta Claudia Sheinbaum. Cierto. La diferencia es que con México mantenía relaciones de intercambio de mercancías consagradas en un tratado comercial diseñado para hacer de América del Norte una región competitiva que pueda enfrentar a otras economías que vienen pisando con fuerza, la china en primer lugar. Ese tratado entre Estados Unidos, Canadá y México pierde fuelle cada día, al menos como marco negociador. México se mete en el mismo saco que el resto de países afectados por la política de Trump.
A la vista de esta lluvia constante de amenazas cumplidas, la estrategia de cabeza fría que comenzó dando resultados a Sheinbaum, todo lo posible tratándose del poderoso presidente, se revela ahora insuficiente para frenar los embates comerciales, que hoy recaen sobre Sinaloa, gran productor de todo, también de tomate, que a la guerra abierta entre carteles, que roba la tranquilidad de la población y una mínima calidad de vida, viene a sumarse este nubarrón sobre sus campos.
Los expertos internacionalistas vienen alertando de cierto anquilosamiento en las negociaciones que impide avanzar sin recibir una sorpresa cada día. Opinan que México deberían dar una vuelta de tuerca a las relaciones bilaterales, reenfocar la estrategia y tratar de llevar las conversaciones al marco del tratado comercial. Para ello, opinan algunos de los consultados por este periódico, se hace necesario modificar los cuadros diplomáticos, empezando por el embajador y siguiendo por los consulados, de modo que se establezcan encuentros en distintos niveles de gobernanza que incluyan a gobernadores, congresos locales y sectores productivos que vean la mejor forma de conciliar los intereses a un lado y otro de la frontera.
La estrategia, sin embargo, sigue siendo reactiva, es decir, Estados Unidos se manifiesta y México recibe el golpe: a veces consigue frenar su fuerza, pero no mucho más. Es una decisión “injusta”, ha dicho el secretario de Economía, Marcelo Ebrard, quien en un comunicado afirma que fueron notificados este mismo lunes y que en las negociaciones entre productores de Estados Unidos y mexicanos “se han formulado diferentes propuestas para tratar de llegar a un buen acuerdo”, pero han sido descartadas “por razones políticas”.

Como en otras ocasiones, el secretario ha salido a la defensa negando las antiguas acusaciones de competencia desleal entre productores y afirmando que el terreno ganado por el tomate mexicano se debe “a la calidad del producto y no a práctica desleal alguna”. También siguiendo el modelo habitual de respuesta, Economía recuerda que serán los consumidores estadounidenses los más afectados por una eventual subida de precios, puesto que dos de cada tres tomates que consumen son producidos en el exterior. Y el exterior es México.
Los productores mexicanos advierten a Estados Unidos de que no está en condiciones de reemplazar la producción de tomate que demanda su población en ningún otro país en el corto o mediano plazo. La Secretaría de Economía dice estar buscando un posible nuevo acuerdo o “nuevos mercados internacionales” para exportar, así como explorar el procesado del tomate para ganar valor añadido, en lugar de dedicar la mayor parte a la venta en fresco. “México sabrá encontrar la solución y la razón prevalecerá”, afirman.
La respuesta de los productores y del propio gobierno sigue la lógica de unión que impone el enemigo exterior, de fortaleza y resistencia. “Este es un sector resiliente que ha superado las batallas comerciales que a lo largo del tiempo han pretendido limitar su desarrollo, así que continuaremos esforzándonos por poner en la mesa de las familias norteamericanas tomates de la más alta calidad a pesar del obstáculo del arancel que, inevitablemente, repercutirá en los bolsillos de los consumidores”.
Los productores agradecen el compromiso y apoyo invaluables de la presidenta Sheinbaum y se disponen, pues, a aguantar el chaparrón, que quizá, quién sabe, termine en acuerdo. Así ha sido desde que empezó este asunto en 1996, que cada brote quejoso de los estadounidenses a cuenta del tomate acababa en armisticio. Pero las lógicas de siempre ya no son las mismas.
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