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Un banco de alimentos a la carta para no desperdiciar

Los beneficiarios de la Fundación Alberto y Elena Cortina eligen su cesta de la compra entre los excedentes de diferentes cafeterías y supermercados de Madrid

Beneficiarios de la Fundación Alberto y Elena Cortina esperan su turno para canjear alimentos por puntos, el pasado 2 de julio en Madrid.

En el barrio de Tetuán (Madrid) existe un banco de alimentos distinto a los otros 54 que hay en España. Econosolidario se parece más a un supermercado porque allí las personas pueden elegir los productos que se llevan a casa. En los estantes hay leche en polvo, alubias cocidas, queso crema, comida para bebé e incluso para celiacos. También hay galletas que no se consumieron en las cafeterías del Aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas y paquetes de azúcar que sobraron en las de la estación de Atocha. La mayoría de los productos se compran con el dinero de la Fundación Alberto y Elena Cortina (Fayec) y el resto son donaciones gestionadas por empresas que se dedican a combatir el desperdicio alimentario.

A Cortina y a su primo Alberto Alcocer se les conoce popularmente como los Albertos por su parentesco familiar y trayectoria empresarial en España. Ambos formaron parte de la jet set de los noventa. En los últimos años, Cortina y su esposa han impulsado proyectos sociales como un modelo de supermercado que lleva funcionando más de una década. Entre los largos y angostos pasillos de Econosolidario, atestados de alimentos, alrededor de 7.000 beneficiarios hacen la compra cada mes a través de un sistema de puntos pionero.

Para llenar la llenar la cesta de la compra es necesario estar registrado en los servicios sociales y empadronado en la Comunidad de Madrid, como ocurre en el resto de organizaciones de la Federación Española de Bancos de Alimentos (Fesbal). De acuerdo con las necesidades de cada persona —ingresos o número de miembros del hogar— se asigna a una tarjeta una determinada cantidad de puntos. El mínimo es 125. A Giannina Reymundo, que llegó a la fundación en 2020 tras emigrar de Perú a España, le abonan un saldo mensual de 175 puntos, suficiente para comprar comida para su padre y sus dos hijos, de 12 y 21 años. La tarjeta de José Sotelo tiene 200. Él y su esposa hacen una compra para ellos y sus dos hijas desde hace algo más de dos años, cuando perdió su empleo en el sector de la construcción por una dolencia en la pierna.

Así funciona el sistema de puntos de Econosolidario.

A la Fundación Alberto y Elena Cortina no solo acuden familias. Edurne Mutiozabal vive sola en un piso pagado por sus hijos. Tiene 72 años y busca un empleo estable, una oportunidad que cada día parece más lejana. “Es difícil venir a esta fundación porque siempre he trabajado y nunca había dependido de nadie, ni siquiera de mi esposo”, dice con la voz entrecortada. En 2021 su marido falleció por la covid-19 y se quedó sola en Venezuela, así que decidió emigrar a España, donde vive el resto de su familia. “Trabajé en un organismo internacional durante 20 años y no tengo derecho a una pensión”, cuenta. Ella, como mucho, gana alrededor de 200 euros al mes que deben cubrir todos sus gastos, aunque varía en función del trabajo que consiga. Actualmente promociona productos en centros comerciales. Por encima de todo, busca la posibilidad de elegir entre las donaciones lo que realmente quiere y necesita. Un día le ofrecieron un pavo entero: “No me lo quiero llevar porque no me lo acabo. Me da angustia y por eso cojo exclusivamente las cosas que sé que voy a comer”.

Durante la pandemia, la lista de solicitantes era tan larga que muchos acampaban frente al local mientras esperaban para entrar. “Era una cola inmensa, más o menos de 200 personas. Doblaba la calle y molestaba a los vecinos”, recuerda Reymundo. Ahora el sistema funciona con cita previa. La gente no espera más de 10 minutos fuera y tampoco tiene que preocuparse por si se acaban los paquetes de pasta o los botes de tomate.

Uno de los voluntarios de la Fundación Alberto y Elena Cortina coloca picatostes en un estante.

En este supermercado de 264 metros cuadrados no cabe el marketing: la comida se almacena dentro de cajas de madera y hay que asomarse a cada una para ver su contenido. En el tramo final de la tienda hay dos neveras llenas de bolsas con congelados, justo al lado de la caja, donde habitualmente está Vicente Fernández, el director de la fundación. Él conoce de primera mano las necesidades de cada familia. Observa, escucha y habla con las personas. Así es como identifica lo que le gusta a la mayoría, para después comprarlo con el dinero de la entidad. “A veces voy a Makro a comprar extras que nos interesan, como café y azúcar”, agrega. Fernández conoció al empresario Alberto Cortina y a su esposa, Elena Cué, cuando trabajaba en la ONG Mensajeros de la Paz. “Descubrí la fundación cuando estaba en Haití, porque ellos cooperaban en un campamento en el barrio de Tabarré (Puerto Príncipe) para 1.200 personas”, recuerda. Además de Econosolidario, la entidad gestiona otras iniciativas como comedores sociales y hogares de acogida.

Sandra López fue una de las primeras beneficiarias del programa cuando emigró con su hija Dana desde Paraguay hace 11 años. Ahora es una de las tres personas que trabajan ahí. “Tienes que ganarte a la gente con cariño y no despreciarla porque no es agradable venir a pedir”, dice. López insiste en que hay mucha gente que necesita ayuda y que siempre hay nuevas familias que llegan a la fundación, como la de Ángela Laredo, de 30 años, que acaba de mudarse a España desde Perú. Servicios Sociales la derivó a ella, a su esposo y a sus hijos Fernando y Valentina, de 11 y 5 años, a la Fayec. Laredo cuenta que su esposo, electricista de profesión, está trabajando irregularmente mientras cursa los trámites para hacerlo de forma legal. El propósito de Econosolidario es que cuando los solicitantes logren mejorar su situación dejen espacio para los más vulnerables.

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