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La UE se prepara para el peor escenario en la guerra comercial con Trump

El hartazgo de las capitales con Washington refuerza a Bruselas en su búsqueda de respuestas durante los últimos compases de la negociación

Guerra comercial

Conforme pasan los días y se acerca el 1 de agosto —el plazo que dio el presidente de EE UU, Donald Trump, para las negociaciones comerciales—, en la UE crece el hartazgo con las formas de negociar de Washington. Las últimas noticias que reciben los Estados miembros de esas conversaciones no apuntan precisamente hacia el acuerdo. “Hay un consenso creciente entre los Estados miembros de que la situación no es satisfactoria”, definen fuentes diplomáticas europeas, que creen que hay que acelerar más la preparación del escenario del posible fracaso. Algo similar señalan desde otras delegaciones e instituciones. Esto se traduce en la necesidad de tener listos los aranceles adicionales que ya están en la recámara, gravámenes a productos de Estados Unidos por unos 92.000 millones de euros, y pasar a ultimar réplicas adicionales, como gravar el comercio de servicios, lo que conllevaría la activación del mecanismo anticoerción.

La última oferta de Estados Unidos fijaría unos aranceles horizontales y generales entre el 15% y el 20% para todas las importaciones procedentes de la UE, apuntan fuentes al tanto de los últimos pasos de las conversaciones. En este escenario, habría excepciones para varios medicamentos genéricos y dispositivos médicos, el sector aeronáutico, algunas bebidas espirituosas (sin estar incluido el vino, lo que minoraría mucho su efecto) y productos industriales difíciles de encontrar al otro lado del Atlántico. En cambio, las investigaciones sectoriales que la Administración estadounidense tiene abiertas apuntan a sectores como el farmacéutico —al que Trump ha amenazado con imponerle aranceles del 200%− o el de los semiconductores.

Cuando el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, habló de estos productos a los embajadores de los Estados miembros en la última reunión que mantuvieron, la acogida fue muy fría. “No es algo que pudiéramos aceptar”, apunta alguien al tanto de ese encuentro, que añade: “No soy optimista”. En la misma línea, hay quien dice percibir “más pesimismo” entre los socios de la UE. Y eso, más las formas de la negociación y algunos desplantes, hace que “el ánimo esté cambiando” inclinándose por recurrir a todo el arsenal posible de respuestas, apunta una tercera fuente diplomática.

Sefcovic ha viajado a Washington media docena de veces desde el regreso de Trump a la Casa Blanca con sus amenazas de una guerra comercial para reunirse con los negociadores estadounidenses. La voz cantante la ha llevado el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Este martes, Bessent declaró a Fox News que Washington está “a punto de anunciar una oleada de acuerdos comerciales en los próximos días”, pero no especificó si entre ellos estaba la Unión Europea.

El 1 de agosto, plazo estricto

El secretario del Tesoro de EE UU también insistió en que la fecha del 1 de agosto, fijada unilateralmente por Trump una vez quedó claro que no iba a poder cumplir con su anterior amenaza (una tregua que estaba previsto que expirase el 9 de julio) es “una fecha límite bastante estricta”. “Tanto para la UE, como para el resto de los países, ese día el nivel arancelario volverá al nivel recíproco del 2 de abril. Eso no significa que no podamos seguir negociando con los países que estén en el nivel más alto”.

Cuando Trump se saltó su propio límite del 9 de julio, lanzó una campaña de envío de cartas a 25 países y la UE. A la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, le escribió el 12 del mismo mes. En la misiva, amenazaba a Europa con unos aranceles del 30% si no había acuerdo antes del 1 de agosto y advertía de contrarréplicas si Bruselas respondía. “Si lees la carta, ves la que es la definición de coerción. Esto es una amenaza y no es aceptable. La Unión Europea, como potencia económica, tiene que hacerse respetar, si de verdad quiere ser respetada, por Estados Unidos y China”, apuntan fuentes comunitarias.

No es causal que esta fuente utilice la expresión “coerción”. Para que pueda activarse el mecanismo anticoerción de la UE, una herramienta legal que abre un amplio abanico de sanciones que van más allá de lo comercial (se puede castigar el intercambio de servicios, pero también vetar la contratación pública, prohibir la venta de determinados productos o las inversiones), la Comisión tiene que demostrar que hay coerción económica.

Un aspecto en el que coinciden varias de las fuentes consultadas es que todo lo sucedido en las últimas semanas ha llevado a que bastantes capitales hayan endurecido su postura, entre ellas Berlín. Alemania ha sido uno de los países que más han apostado por el acuerdo, pero la falta de frutos para sus sectores exportadores (automóviles) le habría llevado a esta posición.

No obstante, oficialmente Berlín sigue insistiendo en que hace falta “un acuerdo con la Administración estadounidense que refleje los intereses de todas las partes”. “Las barreras al comercio perjudican a ambas partes por igual”, se limita a responder el Ministerio de Economía alemán. Pero fuentes comunitarias que conocen lo que ha ido sucediendo en los últimos encuentros en Bruselas apuntan a un endurecimiento en su postura, algo que podrá comprobarse este miércoles en la visita que el presidente francés, Emmanuel Macron —partidario de la línea dura en la guerra comercial— rinde al canciller alemán, Friedrich Merz, en Berlín.

La Comisión Europea se ve reforzada para actuar si llega el fracaso. Pese a todo, en Bruselas se mantiene el discurso oficial que ha defendido desde que estalló la guerra comercial: prioridad absoluta a la negociación para dar con una salida pactada y avanzar en la preparación de una posible réplica. A ese guion se ha atenido su portavoz en asuntos comerciales, Olof Gill: “En la situación actual, la intención es no poner en marcha ninguna réplica, ni la primera ni la segunda lista, antes de la fecha límite anunciada por Estados Unidos del 1 de agosto”, ha explicado, en referencia a los dos grupos de productos a los que la UE pretende imponer aranceles (uno de 20.000 millones de euros y otro de 72.000) si no hay solución.

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