¿Es usted un conejo?
Se cumplen 30 años de la masacre de Srebrenica en 1995, el último genocidio en Europa, y mostramos la misma pasividad con Gaza. Se suponía que esto no volvería a pasar


En 1943, Billy Wilder empezó a escribir el guion de Perdición y estaba muy contento porque lo haría con Raymond Chandler, maestro del género negro. Se esperaba un tipo duro, un detective de mirada turbia, pero se encontró con un señor muy normal que le pareció un aburrido funcionario. No se entendieron nada y ambos recordarían la experiencia como uno de los peores momentos de sus vidas. Salió en todo caso una obra maestra. Para la actriz protagonista, Wilder había pensado en Barbara Stanwyck, que sin embargo tenía muchas dudas y se resistía: nunca había hecho de mala, y temía que eso afectara a su popularidad. Entonces Wilder le dijo una frase que he recordado mucho últimamente: “¿Qué eres, una actriz o un conejo?”. Stanwyck, picada en su orgullo, aceptó, y fue uno de sus papeles más memorables. Y más raros: Wilder le puso una peluca rubia, parecía otra persona.
Es una frase para muchos ámbitos de la vida (¿qué eres, un periodista o un conejo?, por ejemplo), pero desde hace tiempo se la grito a la tele cada vez que veo uno de estos individuos que tenemos por dirigentes de la Unión Europea: “¿Sois políticos o conejos?”. La respuesta la sabemos: son conejos. Estamos gobernados por sujetos que piensan como conejos y actúan como conejos, luego son conejos. Y nos tratan como si fuéramos conejos, que a lo mejor lo somos. Estoy hablando de su actitud con Gaza, con Trump. Algún lector pensará: ah, es lo mismo que dijo la semana pasada. Ya, me cuesta escribir de otra cosa, pones la tele y sigue el espectáculo del horror, y tú ahí pensando si escribes del calor o de la crisis del PSOE, porque ya escribiste de eso la semana pasada. Porque la escena, recordémoslo, es más o menos así: hombres, mujeres y niños, muertos de hambre, caminan varios kilómetros en fila bajo el sol en un secarral bombardeado para intentar coger un saco de harina, y mientras francotiradores israelíes (lo ha contado Haaretz) les disparan como en una tómbola de feria, matando a 20, 30, 50, según cómo se dé el día (van más de 600 muertos desde que empezó este sistema en mayo). Y pueden volver sin harina. Esto después de año y medio de masacre de la población civil. Supongo que si Putin hubiera dicho que en Bucha estaba buscando terroristas de Hamás aún estaríamos discutiendo si es o no un crimen de guerra. Yo entiendo que si eres el Gobierno de, no sé, Lesoto o Surinam, tienes que callar y ceder en muchas cosas, y tus ciudadanos lo entienden. Pero, tía, que eres la puñetera Unión Europea, todo el día presumiendo de ser el faro de la civilización. Justo ahora, el 11 de julio, se cumplen 30 años de la masacre de Srebrenica en 1995, el último genocidio en Europa, y estamos con la misma pasividad. Se suponía que esto no iba a volver a pasar.
Deberíamos recordar tres de las cuatro primeras acepciones de “perdición” (la película va más de la tercera, “pasión desenfrenada de amor”): “Acción de perder o perderse. Ruina o daño grave en lo temporal o espiritual. Condenación eterna”. Es al revés que Barbara Stanwyck: la UE no hace de buena realmente, solo de boquilla, y cree que hacerlo de verdad puede afectar a su popularidad. La pregunta es por qué. Creo que nos merecemos que nos traten como adultos y nos expliquen, no los pros de comportarse como personas decentes, que deberían ser claros, sino los contras, por muy complejo que sea el mundo. Supongo que se enfadan Israel y Estados Unidos, y a lo mejor tienen razón y no se puede hacer sin poner en peligro nuestro modo de vida, pero es que miren el modo de morir de esta gente. Para hacer de buena, Ursula von der Leyen podría ponerse una peluca negra.
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