Europa y nosotros, que la quisimos tanto
Pronto se cumplen 40 años de la entrada de España en la UE, lo que supuso un avance civilizatorio


Europa es “un monumento de hermetismo, sólo conocido por especialistas”, escribió Jacques Delors, líder europeísta convencido. Y sin embargo, el proyecto de una casa común europea, pese a todas sus carencias y contradicciones, es lo mejor que han inventado las naciones en su historia, sacudida, entre otros aspectos, por dos guerras mundiales en su territorio. Europa ya no es el pasado de una ilusión, sino el presente y el futuro. Para hacerla crecer en nuestro ánimo hay que evitar el extraordinario contraste que se produce a veces entre su historia objetiva y su visión idealizada, sobre todo cuando ésta sobrepasa a aquélla y la sustituye.
Europa es el más pequeño de los continentes; en realidad no es siquiera un continente sino solo un continente anejo a Asia. La extensión total de Europa (sin incluir a Rusia y a Turquía) es de 5,5 millones de kilómetros cuadrados, menos de dos terceras partes de la extensión de Brasil y apenas algo más de la mitad de la de China o EE UU. Parece siempre más empequeñecida al estar al lado de Rusia, que abarca 17 millones de kilómetros cuadrados. Pero es la mejor utopía factible de la humanidad, basada en dos pilares: libertades y Estado de bienestar. Defendámosla.
Además de lo de Europa como solución, el filósofo español Ortega y Gasset la entendía basándose en la trinidad del Reino Unido, Francia y Alemania. El Reino Unido se fue, aunque su marcha no fue una epidemia como se predijo, sino una vacuna; Francia está pendiente de unas elecciones que pueden dar un vuelco a su destino si las gana la extrema derecha; y Alemania ya las ha celebrado y vuelve una coalición prosistema que será la que más tendrá que tirar del carro europeísta. Alemania ha vivido dos rupturas contemporáneas, la de su reunificación y la de su decadencia económica, que tienen que ver entre sí, y que habrá de superar. Pero en qué otra parte del mundo puede repetirse lo que cuenta Angela Merkel en sus memorias (tituladas Libertad, RBA): “¿Cómo fue posible que, tras 35 años en la República Democrática de Alemania [comunista], a una mujer se le haya consentido la posibilidad de asumir el cargo con más poder de la República Federal de Alemania y que, además, lo haya ostentado durante 16 años?”.
Vivimos el final de la vieja Europa. En una transición permanente: ecológica, digital, de autonomía estratégica, pero también política y económica. Todos los días decimos que Europa no es pobre, sobre todo en relación con los demás; su riqueza y los recursos colectivos de sus miembros son comparables a los de EE UU (y menos desiguales), por ejemplo, pero su presupuesto es, como decía Tony Judt, una “reliquia histórica”, minúsculo en comparación con el del más pequeño de sus miembros. Ahora debe dar el gran salto adelante.
Europa tiene que protegerse de sus propias debilidades, de los oponentes geoestratégicos externos (China y Rusia, sobre todo) y de los enemigos internos que aprovechan, por ejemplo, la regla de la unanimidad para tomar determinadas decisiones que la paralizan. Este no puede ser el pretexto para sofocar su ausencia dolosa en el conflicto de Gaza —con alguna excepción, casi personal—, que ha devenido primero en exterminio, luego en genocidio y ahora en el intento de expulsión para siempre de los palestinos de su propia tierra. Hay que dar a Europa el papel mundial que merece: superar la impotencia entre los grandes bloques, elegir una transición económica en la que el modelo social ascienda de categoría, fortalecer la solidaridad con Ucrania y evitar el doble rasero con Gaza, y afrontar los retos en África, Oriente Próximo y el Mediterráneo, muchos de los cuales son migratorios. Y ello debe recogerlo.
En unas semanas se cumplirán 40 años de la adhesión de España a las Comunidades Europeas. Nadie, a no ser mediante representaciones falsas de la realidad, podrá calificarlo de experimento fallido, sino todo lo contrario.
Por todo ello hay que salir a defender a Europa. Ahora que Putin la extorsiona y Trump la desprecia.
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