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Ensayos de persuasión
Columna
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El papa Francisco ayudó a desarrollar la poderosa idea de que no hay un planeta B

La encíclica ‘Laudato si’, la Agenda 2030 y el Acuerdo de París tratarán de ser revertidos por los enemigos del papa argentino

El Papa Francisco en Cascais (Portugal), en una visita de agosto de 2023.
Joaquín Estefanía

Acaso la secuencia más potente de la interesante película Los dos papas (2019), de Fernando Meirelles, es aquella en la que el papa Benedicto XVI y el cardenal Bergoglio practican el sacramento de la confesión el uno con el otro para tratar de anular sus remordimientos y liberar sus conciencias. En la confesión del primero sólo se escucha una palabra (“Maciel…”) y luego se hace el silencio durante segundos que parecen horas. Marcial Maciel fue el fundador de la congregación Legionarios de Cristo, reconocido abusador sexual y pederasta, retirado del ministerio sacerdotal solo muy al final de su vida de atropellos.

Durante la confesión de quien después sería el papa Francisco, en el filme se ven imágenes de archivo de los militares asesinos cristianos (Videla) y del almirante Massera, responsables de decenas de miles de muertos y desaparecidos en Argentina, pese al revisionismo histórico del que ahora hace gala Javier Milei. Se ve a Bergoglio, entonces superior de los jesuitas en Argentina y Uruguay, visitando a Massera para suplicarle por algunos compañeros jesuitas chupados (secuestrados) y se ven también las inhumanas imágenes del avión de la muerte que arrojaba como fardos al Río de la Plata a muchos secuestrados a los que previamente se había drogado, hasta su desaparición final.

En el contexto de la película de Meirelles se deduce que la pederastia y la tolerancia con los militares golpistas remuerden a cada uno de los papas como sus principales “pecados”. Reiteran con pesar varias veces a lo largo del filme el concepto de “transigencia”. Transigieron demasiado con el mal. Finalmente, cada uno de ellos da la absolución al otro y se bendicen mutuamente. Es consolador para el espectador normal saber que ni siquiera los papas son “hombres de una sola pieza”, sin mácula alguna.

El lugar del planeta en el que el papa Francisco ha sido más discutido ha sido en su patria (como por ejemplo le ocurrió a Gorbachov en la Unión Soviética), donde no se olvida aquel grado de transigencia, que luego fue superado por el nacionalismo orgulloso de tener un papa argentino que también logró salvar a muchos militantes de la izquierda de la inicua represión de la dictadura militar y que fue un activista contra la pobreza extrema y la desigualdad. La justicia social no fue para él un “pecado” (Milei).

De ese hombre se ha dicho en los ambientes ultraconservadores que era comunista, sin tener en cuenta que lo nombró cardenal el muy ortodoxo Juan Pablo II y que sus posiciones teológicas o ideológicas han venido determinadas por el corrimiento del mundo hacia la derecha y hacia la extrema derecha. Una posición científica firme lo confrontó, por ejemplo, con los negacionistas y los retardatarios que defendían que no hay cambio climático pese a las evidencias, y si lo hay, otros problemas más urgentes requieren confrontarse con ellos antes que con la emisión de gases de efecto invernadero.

Francisco llega al Vaticano poco después del fracaso de la cumbre de Copenhague sobre el cambio climático de 2009, considerada por algunos como la reunión más importante de la humanidad y que terminó en un enorme fracaso porque si bien se acordó genéricamente la necesidad de limitar el aumento de la temperatura media del planeta más de dos grados, no hubo acuerdo alguno sobre cómo lograrlo. La encíclica Laudato si’, probablemente el documento más importante salido del mandato de Francisco, ayudó a tornar aquel ambiente de impotencia, basándose en un pesimismo soportado en datos muy actuales: las predicciones catastróficas ya no pueden mirarse con desprecio e ironía; ante el agotamiento de algunos recursos se va creando un escenario favorable a nuevas guerras disfrazadas de nobles reivindicaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares y en las armas biológicas.

Con el impulso de la encíclica citada, la inmensa mayoría de los países llegó a dos compromisos ampliamente aborrecidos por los enemigos de Francisco: el Acuerdo de París y la Agenda 2030. Todos ellos sustentaron la conclusión de que no hay un planeta B.

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