De cómo se deconstruye paso a paso, a la vista de todos, una democracia
Hasta la elitista Ivy League se siente incómoda con las políticas represivas de Trump


Apenas dos meses después de su toma de posesión en la Casa Blanca, decenas de miles de ciudadanos se manifestaron por las calles de las principales ciudades americanas en contra de las políticas de Trump. Esas protestas y algunas decisiones judiciales son las únicas reacciones a lo que sucede en la principal superpotencia del mundo. Escasa respuesta a la acción de un presidente que a través de la intimidación y la fuerza va conquistando espacios de poder, hasta el punto de que los principales observadores declaran que los derechos no están garantizados ahora en EE UU y que la arbitrariedad se impone en muchas decisiones.
¿Cómo denominan los politólogos a los regímenes en los que ello ocurre? No se trata, pues, solo de aranceles y de anuncios imperialistas sino de lo que pasa en el interior de ese país.
Hace pocas semanas, la exsecretaria de Estado y competidora de Trump en 2016, Hillary Clinton, dio la voz de alarma en un artículo en The New York Times. Es el “poder estúpido”; si en los próximos tiempos se continúa aplicando idéntica política que hasta ahora, EE UU se volverá “cada vez más ciego y torpe, débil y sin amigos”. La antigua líder demócrata escribía que había que integrar el poder duro, el de la represión y la fuerza militar, con el poder blando de la diplomacia, la ayuda al desarrollo, el poder económico y la influencia cultural porque ninguna de esas herramientas, por sí solas, pueden lograr que la patria de los estadounidenses continúe siendo una superpotencia. Basta ya de “hipocresía” y de “estupidez”.
La pasada semana el que levantó la voz, con sordina como suelen hacer los expresidentes, fue Joe Biden. En una conferencia sectorial sobre la Seguridad Social, Biden calificó de “impresionante” el “daño y la destrucción” que Trump ha causado ya. “Disparan primero y apuntan después”, dijo. Los ciudadanos se enfrentan a la amenaza constante por parte de algunos miembros republicanos del Congreso de recortar y destruir la Seguridad Social. Esos mismos ciudadanos son los que en el curso de una generación han visto cómo una persona con un buen puesto de trabajo podía comprarse una casa, irse de vacaciones y mandar a sus hijos a la universidad, y ahora no llega a fin de mes. Esa misma persona, si pierde su empleo con 50 o más años y ya no vuelve al mercado laboral, siente un odio visceral hacia un sistema que no ha sabido protegerlo. Y aquí surge la contradicción; desde ese punto emerge el trumpismo. Este es el principio de hipnosis del que habla Andrea Rizzi en su libro La era de la revancha (Anagrama): la que padecen tantos ciudadanos que votan a quienes posteriormente van a castigarlos con la pérdida de bienestar.
Pero ahora, en esta segunda legislatura de Trump, acontece algo extraordinario: la persecución al disidente, al crítico. Aparecen los cazarrecompensas y los delatores, como en las películas del Viejo Oeste. Incluso las elitistas universidades de la Ivy League son amenazadas con la retirada de fondos federales si no denuncian a los estudiantes que, por ejemplo, se movilizan contra la masacre de palestinos. Algunos de sus estudiantes son detenidos, en operaciones propias de la lucha contra el narcotráfico, por participar en manifestaciones o escribir artículos considerados inconvenientes para la política trumpista. La agencia Associated Press ha sido expulsada de las conferencias de prensa de la Casa Blanca por negarse a denominar “golfo de América” al golfo de México. Muchos etcéteras…
Reacciones como las citadas al inicio de este artículo todavía son muy minoritarias ante el hecho de que paso a paso se desmonta una democracia a la vista de todos. Eric Cantona es un mítico futbolista francés; al ser insultado en un estadio por un fascista, le dio una patada ante todas las televisiones. Aquello se convirtió en la “patada voladora de Cantona”. Preguntado años después por ello, Cantona respondió: “Ya he dicho que debería haberle golpeado más fuerte, no me puedo arrepentir. Fue una sensación genial. Aprendí de ello”.
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