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Susan Neiman, filósofa: “Si Europa se pone en serio, puede ser una fuerza en favor de la democracia en el mundo”

La intelectual estadounidense de izquierdas es autora de un libro crítico con el movimiento ‘woke’. Sostiene que los defensores de esta tendencia, sin ser conscientes, acompañan sus nobles emociones de ideas reaccionarias. Neiman teme por el futuro político de su país bajo la presidencia de Trump y no sabe si volverá a EE UU

Susan Neiman
Marc Bassets

Puro Berlín. Todo en Susan Neiman (Atlanta, EE UU, 70 años) irradia este sentimiento de lo berlinés: la ciudad golpeada por la historia, los años del Muro, la vida contracultural, la capital cosmopolita y abierta al mundo, una cierta desubicación que permite mirar los países a la vez desde dentro y desde fuera.

He aquí una intelectual estadounidense y judía que creció y se educó cívicamente en el sur de Estados Unidos durante la lucha por los derechos civiles y contra la segregación racial. Una filósofa de izquierdas, especialista en Kant, que ha enseñado en Yale y en Tel Aviv, y ahora duda sobre si volverá a su país de origen. Pero siempre regresa a Berlín.

En una conversación en su apartamento con las paredes cubiertas de libros junto a un canal en el barrio multicultural de Neukölln, prolongada días después por teléfono, habla de Donald Trump. También de su país de adopción, Alemania, donde ha residido, con interrupciones, en las últimas cuatro décadas, y donde dirige el Einstein Forum, laboratorio de ideas con sede en Potsdam. Y de la izquierda woke o despierta, concepto huidizo que puede significar todo y nada, y que ha provocado debates desgarradores en EE UU.

Neiman publicó el año pasado Izquierda no es woke (Debate), donde defiende el universalismo de la Ilustración frente a los discursos identitarios (“tribales”, dice ella) en una parte de la izquierda (ella sostiene que esta izquierda no es realmente de izquierdas). Hay un hilo que conecta sus ensayos como Moral Clarity: A Guide for Grown-up Idealists (Claridad moral: una guía para idealistas adultos) o Learning from the Germans. Race and the Memory of Evil (Aprender de los alemanes: raza y memoria del mal, sin traducir ninguno de los dos al español), y es la reivindicación de la herencia racionalista e ilustrada.

En el mundo de hoy, este empeño puede parecer algo insensato, paradójicamente romántico.

Pregunta. ¿Creía que Trump, en su segundo mandato, sería así?

Respuesta. Nadie lo creía. Lo que yo no esperaba, realmente, y lo que parece inquietante es la manera en que todo el mundo –aunque bueno, no exactamente todo el mundo– se rinde ante él.

P. ¿Teme por la democracia en Estados Unidos?

R. Estoy aterrorizada.

P. Podríamos pensar que EE UU es una democracia fuerte, de más de 200 años de edad, un país federal, con tribunales, una prensa.

R. Lo que los padres fundadores daban por supuesto es que, para adherirte al Estado de derecho, necesitabas una brújula moral, un sentimiento de vergüenza que haría que alguien te señalaría si decías: “A mí me da igual el Estado de derecho”. La gente no iba a aceptarlo. Pero nunca llegaron a pensar en alguien como Donald Trump. Creo que es un fenómeno nuevo. Lo que es nuevo en Trump es que realmente no entiende las normas. Otras personas, otros dictadores o aspirantes a dictadores, al menos son hipócritas. Pretenden actuar en defensa del pueblo o de algún tipo de ideal.

P. ¿Europa puede ser un refugio de la Ilustración y de la razón en este contexto?

R. Mire, llevo 30 años defendiendo que si Europa se pone en serio y deja de dividirse y se une y se da cuenta de que es la última oportunidad para los valores de la Ilustración, tiene el potencial para ser una verdadera fuerza en favor de la democracia en el mundo. Hay muchos problemas en Europa, aunque en España parece que las cosas van bien ahora, al menos tienen un Gobierno socialista. ¿Queremos [Europa] ser una potencia? ¿O ser uno de los BRICS [acrónimo de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica]? El problema con las conversaciones sobre Trump es que son interminables. Así que, por favor, hablemos de otra cosa.

P. Usted es de izquierdas, pero hay personas de izquierdas que piensan que al atacar a los llamados woke, como usted hace, le hace el juego a Trump, en un momento en el que él usa ese término como arma de ataque contra la izquierda.

R. También hay personas que dicen que woke no significa nada y que no es más que un invento de la derecha. Decir esto es autoengañarse. Todos sabemos lo que es woke, aunque sea difícil de definir. He conocido a tantas personas en tantos países que me han dicho: “Pensaba cosas similares, pero temía decirlo porque temía que pareciese apoyar a la derecha”. El malestar con lo woke era enorme y por eso Trump y su gente han tenido tanto éxito a la hora de usarlo, y es un abuso terrible utilizar este malestar, como él hace, para socavar cualquier intento de luchar contra el racismo, el sexismo y la homofobia. Algunos amigos, mientras escribía el libro, me decían: “No lo hagas, o al menos no uses la palabra woke, ayudará a la derecha”. Pero si la izquierda no se critica a sí misma lo hará la derecha, y lo hará en términos a los que será más difícil responder. Creo que, en gran parte, la razón por la que perdimos las elecciones fue porque los demócratas fueron más woke que de izquierdas.

P. Pero ¿qué significa woke? Hoy ya no significa nada, ¿no? ¿O sí?

R. Sí y no. El motivo por el que resulta tan difícil de definir es que no es un concepto coherente. Lo que mueve a lo woke son emociones muy de izquierdas: el deseo de estar junto a los oprimidos y los marginados, de corregir las injusticias de la historia. Son emociones que yo comparto, pero estas emociones van acompañadas de ideas filosóficas muy reaccionarias, de las cuales creo que los wokes no son conscientes.

P. ¿Cuáles?

R. La primera es la idea de tribalismo. La derecha siempre ha asumido que uno solo puede conectar profundamente y sentir obligaciones respecto a personas de la misma tribu, mientras que la izquierda asumía que la tribu abarca todo el mundo y uno puede conectar con todo tipo de personas diferentes, y sentir obligaciones hacia ellas. Así que discusiones sobre temas como la llamada apropiación cultural, que viene de los wokes, es una idea muy tribalista, muy reaccionaria. Lo segundo es el principio según el cual no existe distinción verdadera entre justicia y poder: quienes sostienen que actúan en nombre de la justicia, en realidad disfrazan su verdadero interés, que es el poder para ellos y su tribu. Está claro que esto —personas que dicen actuar por el bien de la humanidad cuando en realidad están apoyando sus propios intereses— es algo que sin duda sucede, pero la idea de que lo que hace todo el mundo es una idea de derechas. Lo vemos en Carl Schmitt, el jurista nazi. O ahora en Trump. Es la idea de que no hay otro concepto de derecho que no sea el poder, y es una idea que también apoyó el pensador más citado en el mundo durante varias décadas, Michel Foucault, enmascarado como algo de izquierdas, aunque son ideas muy de derechas. Lo tercero es que, si eres de izquierdas, debes creer no en la necesidad del progreso, pero sí en su posibilidad. Y para ello debes reconocer los progresos que ha habido en el pasado. En este caso, de nuevo, gente como Foucault establecieron una historia según la cual cada intento de progreso era una forma más sutil y sofisticada de dominio. Ocurre ahora cuando se escucha decir que todavía vivimos en la América de Jim Crow [el sistema de segregación y persecución en el sur de EE UU tras la abolición de la esclavitud] o en que todos vivimos en un patriarcado. Y claro que vivimos con racismo y sexismo, es innegable, pero no es una locura decir que ha habido progresos a la hora de combatir ambas cosas. No reconocerlo sería no honrar los sacrificios de las personas que lograron esto.

P. Se podría objetar que lo que usted llama tribalismo es, sencillamente, que minorías oprimidas durante décadas o siglos reclaman sus derechos.

R. La respuesta es que si los derechos humanos son genuinamente derechos humanos, son válidos para todo el mundo. Es evidente que no lo han sido, pero mire otra situación problemática, la cuestión de Israel y Palestina. Si quiere usted ver cómo es un país que basa su reivindicación de algunos derechos —incluido el derecho de ignorar el derecho internacional— en el hecho de haber sido una minoría profundamente perseguida, este es el resultado. Si se fundamentan los derechos no en el universalismo —en cuyo caso los palestinos deberían tener los mismos derechos que los israelíes— sino en la propia victimización, el resultado es este desastre.

P. Otra objeción habitual es que la Ilustración, de la que usted se reclama, también nos trajo la esclavitud, el colonialismo, el imperialismo. Hay un lado oscuro de la Ilustración. Es eurocéntrica.

R. Quien piense esto, que lea un solo libro. Es breve, es divertido, se llama Cándido, de Voltaire. Y verá que este tipo de objeciones venían de la propia Ilustración. Decir que la Ilustración fue la era en la que la esclavitud y el colonialismo crecieron gracias a la difusión de la tecnología y las posibilidades de desplazarse, aunque eran mucho más antiguas que la Ilustración, no significa que los pensadores de la Ilustración fueran responsables. Al contrario. Hay que pensar en ellos, en los principales como mínimo, como intelectuales de izquierdas que, desgraciadamente, no siempre ganaron todas sus batallas. Culpar a la Ilustración por la esclavitud y el colonialismo sería como culparme a mí por la guerra en Gaza, contra la que he protestado, sin demasiada utilidad, lo acepto.

***

El conflicto entre Israel y Palestina ha provocado en los últimos años un cambio profundo en Neiman, y una rectificación. En 2019 publicó Learning from the Germans, un ensayo en el que explicaba cómo Alemania podía ser un modelo en su manera de afrontar los crímenes del pasado. Ahora no lo tiene tan claro.

P. ¿Por qué era un modelo Alemania?

R. Todo país vive de un relato heroico. Todo país enseña en las escuelas una historia, y explica en museos y monumentos cómo la nación se construyó de manera heroica. Y, si no puede mantener este argumento, entonces recurre a la victimización: “Habríamos sido una gran nación, pero esta otra nación nos atacó y pasaron cosas terribles”. Pero ningún otro país del mundo había centrado su relato histórico en sus propios crímenes nacionales. Y esto es lo que hizo Alemania.

Neiman publicó el año pasado 'Izquierda no es woke', un libro crítico con el "tribalismo" de parte de los movimientos progresistas.

Esta era, en síntesis, la tesis del libro, pero ahora Neiman dice: “Ya no puedo defenderlo”. Critica que la responsabilidad histórica por el Holocausto y la lucha necesaria contra el antisemitismo se han convertido en un argumento para perseguir o marginalizar los discursos críticos con Israel. Y esto, en el contexto del ascenso de la extrema derecha y la guerra en Gaza. El caso más reciente fue la anulación, por presiones de la Embajada de Israel, de un discurso del filósofo israelo-alemán Omri Boehm en el aniversario de la liberación del campo de concentración de Buchenwald. El discurso se publicó finalmente en varios periódicos, entre ellos este suplemento. Boehn es crítico con el Gobierno de Benjamín Netanyahu y con la línea oficial alemana según la cual el apoyo de Alemania a Israel debe ser una “razón de Estado”.

 P. ¿Qué ha entendido usted ahora y qué ha cambiado para llevar a revisar esta tesis anterior sobre Alemania como modelo?

R. Lo que me molesta, y lo que me lleva a revisar parte de lo que escribí, es que en el proceso de afrontar el pasado solo hay dos posiciones: la del perpetrador —y me parece una locura que haya alemanes que se llamen a sí mismos “pueblo de perpetradores” o “nación perpetradora”‘— y, en consecuencia, la de los judíos como “pueblo víctima”, y así Israel solo puede ser una “nación víctima”. Se trata de una oposición binaria que evita mirar a los judíos, la historia judía, el Estado judío, y a los alemanes… Los alemanes están petrificados en su propia culpa y también, como se vio en el caso de Buchenwald, están a la merced del Gobierno de Israel, se dejan hostigar.

P. Volviendo a Trump. Su victoria y sus ataques contra las universidades, por ejemplo, contra las políticas antidiscriminatorias, ¿no demuestran que quizá el debate sobre la izquierda y lo woke era un poco exagerado comparado con lo que está haciendo Trump?

R. No, el problema es que sin una izquierda fuerte y robusta, apegada a los principios de izquierdas, no podemos luchar contra la derecha. Lo que crea confusión es que, de hecho, los principios filosóficos que hay detrás de lo woke se parecen bastante a los principios de Trump. Si eres tribalista, eres trumpiano. Si crees que tenemos obligaciones universales hacia las personas, sean de Groenlandia o Palestina o de donde sea, que los derechos de todos deben ser respetados, entonces no eres trumpiano. Pero si solo te identificas con los derechos y las necesidades de tu propia tribu, esto es lo que hace Trump.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en Berlín y antes lo fue en París y Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).
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