¿Qué fue primero, el huevo o la ensaimada?
Nuestro papel es el de hacer de facilitadores para que la rueda de la vida y de la creación nunca deje de girar, pero la supremacía es, sin lugar a duda, del bollo. Solo nos queda fundar su religión


Vivo en un pueblo diminuto. El domingo a la hora de comer me escapé un momento a la tienda de Eva a por pan. La tienda de Eva es el único comercio a treinta kilómetros a la redonda. Hace las veces de panadería, quiosco, estanco, colmado y oficina de turismo. Por su puerta, tanto puedes salir con un salchichón como con un bollo de cabello de ángel, un recambio para la fregona, un souvenir turístico, la Pronto o papel de fumar. Ese día, me marché con una barra de cuarto, dos latas de atún y una comprensión más profunda sobre mi lugar en el mundo.
Ese colmado de poco más de diez metros cuadrados tiene de todo y de nada, y cada vez que voy pienso que en ese mostrador hay demasiadas pastas. En la vitrina se amontonan cruasanes de todas las tallas, napolitanas de crema y de chocolate, donuts, magdalenas y un total de nueve ensaimadas a las doce del mediodía de un domingo, lo que representa un panorama de opulencia inaudito y exagerado en un pueblo de 270 habitantes. Más, teniendo en cuenta que a esas alturas del día ya se ha vendido todo lo que se tenía que vender para mojar en el café con leche del desayuno.
Ese día no me pude contener, y mientras pagaba la cuenta le pregunté a Eva por qué cada semana calcula el pedido de pastas con tanta alegría y optimismo, y si no pierde dinero tirando toda esa mercancía que sobra a la basura.
Su respuesta me sorprendió. Ninguno de esos bollos se tira. Las pastas que no se hayan vendido, al día siguiente las devolverá al distribuidor, que se las abonará al mismo precio que las compró. Esa bollería reseca, el distribuidor la revenderá a un fabricante de piensos, que la incorporará a la producción de comida para cerdos, perros, pájaros y gatos.
Al salir, al son de las campanillas que acompañan la puerta a cerrarse, evoco las nefastas y pastosas consecuencias que tuvo el último trocito de ensaimada que, en un momento de debilidad, le di a mi perra, y me pregunto qué clase de sortilegios y alquimias se dan en una fábrica de piensos.
Después, me acuerdo de Samuel Butler, insigne novelista inglés, rey de la sátira victoriana, y de su posicionamiento ante el viejo dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina.
Según los Upanishads, los textos sagrados del hinduismo, de la nada, el mundo empezó a existir como un huevo. Tras un año de incubación, una parte de ese huevo se convirtió en plata, la otra en oro. La parte que fue plata es esta tierra, la que fue oro, el cielo. La membrana exterior se volvió las montañas. La interior, nubes y niebla. Los pequeños filamentos venosos y rojizos del huevo original hoy son los ríos y las fuentes. El fluido restante, mares y océanos. De ese mismo huevo emergió el sol y, desde entonces, hacia él se elevan vítores, aclamaciones, todos los seres y todos los deseos, cada mañana que, de nuevo, se alza. Tanto el Libro de los Muertos egipcio, como los misterios órficos griegos, pasando por la gran mayoría de mitos de la creación de la historia, explican la erupción de la vida a través de una cáscara de huevo. Sólo los padres de la Iglesia se posicionaron de parte de la gallina, porque según el libro del Génesis, Dios creó primero a los animales y luego ellos ya se encargaron del resto. Butler sostiene firmemente que la gallina es tan solo la estrategia de la que se vale un huevo para poder hacer otro huevo.
Con todo esto en mente, andando de camino a casa, pienso en la ensaimada. Teniendo en cuenta que el ingrediente que da nombre y entidad a este bollo es la manteca de cerdo (en catalán, saïm), la supremacía del cerdo sobre la pasta es pura ilusión: el animal es, simplemente, una estrategia reproductiva de la ensaimada para parir más ensaimadas. Nuestro papel en este cuento es el de hacer de facilitadores para que la rueda de la vida y de la creación nunca deje de girar, pero la supremacía es, sin lugar a duda, del bollo. Sólo nos queda fundar su religión.
Al pasar el portal, mi perra me recibe dando brincos, como si acabase de volver de la guerra. “Después de comer, salimos, bonita. Pasaremos por la tienda y compraremos algo de merienda: para ti, en forma de croquetitas; para mí, de galaxia de manteca en espiral”.
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