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Columna
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Dame pan y dime tonto

Son incontables los alzamientos revolucionarios que han empezado por cuestiones de pan, como la Revolución Francesa. El último ha sido estos días en Madrid

Pan

El 5 de octubre de 1789, una turba de más de 7000 mujeres calzadas con alpargatas provenientes de los distritos más pobres de París, empuñando cuchillos y garrotes, arrastrando dos cañones tirados por cadenas, azuzadas por el hambre y la represión de los soldados monárquicos, llegan a las puertas del Palacio de Versalles tras seis horas de marcha a pie bajo la lluvia, al grito de “¡pan!”. Luis XVI, el último monarca absolutista de Francia, descorre las cortinas de los ventanales de su estancia real y observa, asombrado, el espectáculo.

Son incontables los alzamientos revolucionarios que han empezado por cuestiones de pan. La Revolución Francesa, mismamente. El último fue el martes de la semana pasada.

El 1 de julio de 2025, Fabián León, ex concursante de MasterChef con un feudo de más de medio millón de seguidores en Instagram, inaugura oficialmente en Madrid, en el barrio de Chamberí, con un disc-jockey y la escultura de un pinchito de panecillos erecta en el mostrador, FU.BA, su panadería futurista. Una sola publicación en redes, acompañada de cuatro imágenes del acontecimiento, funciona como cerilla que prende la mecha. Una de esas cuatro imágenes muestra un papel en el que se lee un manifiesto: “No horneamos pan. Horneamos futuro”. Y ahí empieza el incendio.

“Somos Solarpunk, neo-ancestrales y un poco brujas. Somos el glitch en la Matrix de la comida. Un portal.” El manifiesto de FU.BA, escrito en idioma ChatGPT, mezclando ciencia ficción, coaching cuántico y jerga tecnoespiritual, anuncia que FU.BA no es una panadería, sino un portal. “Stardust to bread: Ideas convertidas en bits. Bits convertidos en átomos. Del polvo estelar, nace el pan. Y con él, una nueva dimensión de lo real”. En ese espacio, la viva imagen del hogar natal de Anakin Skywalker, no venden pan. No están aquí para “alimentar antojos”. Han venido a “nutrir tu sistema nervioso”, a impulsar tu ser a un nivel posthumano limpio de toxinas, gluten, refinados y pasado, mediante una eucaristía con galletas-hostia a cuatro euros la unidad, en la que Jesucristo ha sido sustituido por un gurú de los NFT, un bot de IA entrenado a base de aforismos de Paulo Coelho y Elon Musk.

Las redes estallaron en llamas. El tsunami de rechazo se desencadenó en forma de miles de comentarios faltones, memes hilarantes y hasta hilos con análisis sociológicos en profundidad, y generó millones de visualizaciones. Fue fulminante, visceral, casi violento.

Horas después, esa misma noche, Fabián subía a su cuenta personal de Instagram un carrusel de vídeos grabados desde el sótano de su nave nodriza, con expresión desencajada, genuinamente desconcertado y cabreado, repitiendo “no lo entiendo” y “es injusto”, debatiéndose entre la posibilidad de que “la gente lo haya interpretado todo mal” o que hayan reaccionado así “por diversión o por ignorancia”.

Es curioso. El pan en FU.BA se hace artesanalmente sin azúcares refinados, ni lactosa, ni gluten, y sólo con harinas de alta gama trabajadas con fermentación lenta. Una barra a 3,50 es cara para el consumidor de pan normal y corriente, pero está en el rango de precios habitual de pan para celíacos. Es incluso más barata que algunas de las alternativas, la mayoría de las cuales están llenas de aditivos y saben a castigo. Si la campaña de FU.BA se hubiese centrado en esto, estaríamos, probablemente (nunca lo sabremos), ante una estrategia ganadora: Fabián ofrece pan sin gluten de mejor calidad y más barato que sus competidores. Además, no tengo ninguna prueba, pero tampoco ninguna duda, de que su pan está riquísimo.

La ira de las redes no responde al precio del pan, sino a la desfachatez de presentar una barra de pan como herramienta de biohacking. Es rechazo visceral al enésimo intento de instrumentalización de causas nobles para sacar cuartos a quien teme por su salud. Es hartazgo ante otro defensor de la tesis de que dejar de ser pobre es cuestión de dejar de ser “vibracionalmente escaso”. Porque hay algo profundamente ofensivo en tildar de “dormido”, “atrasado” o “sin actualizar” (“esto no es una rebanada. Es una actualización”) a quien no pueda permitirse la barra a 3,50.

La campaña excluye tanto al que no puede pagar como al que se marea ante tal niebla lingüística, y aterriza en un contexto en el que millones de jóvenes invierten más de la mitad de su sueldo en alquilar una habitación en un piso compartido, en el que se aplaza indefinidamente la maternidad, y se normaliza tener tres empleos mal pagados y vivir con ansiedad. FU.BA sucede en una capital sumida en un proceso de gentrificación feroz que expulsa a los vecinos de toda la vida, donde los hornos tradicionales bajan la persiana por falta de relevo generacional, mientras florecen franquicias de empanadas argentinas y locales de estética alienígena orientados a los turistas.

Lo que podría haber sido una propuesta honesta e inclusiva de buen pan sin gluten a precio razonable se convierte, tras la avalancha de estética cripto-mesiánica y parábola new age, en un gesto excluyente, elitista y gentrificador envuelto de superioridad moral. La ironía, el sarcasmo y el meme son formas de autodefensa popular. El error de FU.BA no es hacer pan caro, sino tratar de endosarnos crecepelo.

No es ignorancia ni diversión, Fabián. Es rabia de clase.

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