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SALVADOR ILLA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cataluña, ¿y ahora qué?

El desgaste se precipitará si no se dota de un proyecto en el que se sienta identificada e interpelada una parte importante de la ciudadanía, sin demasiados rebrotes excluyentes

El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, tras una reunión con el líder de Esquerra, Oriol Junqueras, en el Palau de la Generalitat.
Josep Ramoneda

Al cumplirse un año de la llegada de Salvador Illa a la presidencia de la Generalitat y de la tocata y fuga de Carles Puigdemont (la inefable ocurrencia de regresar para salir corriendo), los balances políticos y mediáticos han puesto el énfasis en el tiempo de contención que vive Cataluña. Ya es un tópico que Illa era el hombre tranquilo que conjugaba con la necesidad colectiva de una cierta pausa después de que los turbulentos episodios del procés entraran en la vía judicial.

El país pedía calma después de la tensión y Salvador Illa se ofrecía con un perfil ideológico nada agresivo, situando el énfasis en la política de las cosas, que se impuso con cierta naturalidad. Había llegado la hora del baño de realidad. Se había puesto de manifiesto que el independentismo no alcanzaba para cumplir la promesa y entraba en fase de frustración y desgaste, sin el aliento de una ciudadanía que necesitaba un respiro. De modo que la pausa resultó ser de interés común y que Illa asumió con cierta naturalidad y escasa agresividad la apertura de una etapa de descompresión.

Después del ruido, un cierto retorno a la continuidad tranquila. Estamos por tanto en la primera fase de un paréntesis. Y como es sabido los paréntesis se cierran. Lo cual hace previsible que poco a poco vayan apareciendo nuevos espacios de controversia que fuercen una cierta dinamización después de la pausa. Y es en este punto que todas las partes se deberían sentir interpeladas. Ahora mismo, Salvador Illa opera sin sobresaltos en una dinámica que vuelve a la naturalidad del eje derecha/izquierda dejando en segundo plano la dialéctica de las patrias. Y Esquerra Republicana, con la autoridad moral de Oriol Junqueras, opera en este escenario favoreciendo cierta estabilidad como propia del momento.

¿Y ahora qué? La pregunta interpela a todos pero especialmente a Illa y a Junts. La continuidad en política no la garantizan sólo los hechos, las conquistas concretas, requiere encontrar el discurso adecuado que permita sostener y ampliar las complicidades. No es posible vivir eternamente de la discreción, se requiere un cierto discurso que ofrezca perspectivas identificables. Un año es un tiempo corto y la novedad –el cambio de tono, en este caso- puede sostener la acción política, pero el desgaste se precipitará si no se dota de un proyecto en el que se sienta identificada e interpelada una parte importante de la ciudadanía, sin demasiados rebrotes excluyentes. Y aquí es dónde a Illa el camino se le puede hacer largo. De las cosas a las palabras (y no para que se las lleve el viento).

Ahora mismo, Illa y su gobierno juegan con una ventaja: El atasco de Junts que, atrapado por Puigdemont, no consigue encontrar espacio para hacer las reformas necesarias para volver a ser, con todas las distancias propios del cambio de época, lo que fue la Convergència de Jordi Pujol: el espacio de representación y movilización del nacionalismo catalán conservador. Los sobresaltos vividos durante el procès, las tensiones entre los actores de Junts, que llegó a ser una organización de amplio espectro, con multitud de pequeños grupos y liderazgos, la mayoría de los cuales han desaparecido de la escena, han conducido a un punto de bloqueo en que tres o cuatro nombres muy desgastados controlan el aparato de la coalición con la autoridad del presidente exilado como referente intocable, sin darse cuenta que es una imagen de pantalla cada vez más descolorida y alejada de la realidad. Puigdemont, uno de los pocos que se quedaron fuera y el único de ellos que sigue buscando protagonismo.

Incapaz de entender que su visita y fuga sólo suma degradación a su imagen, Puigdemont vive con la cabeza puesta en una fase que ya no existe. Y que exige una renovación a fondo del núcleo que lideró aquel envite. Para entrar en una dialéctica política positiva, Junts tiene que salir del melancólico estancamiento en que está instalada, antes de que Silvia Orriols y Alianza Catalana les roben la cartera y sitúen a la derecha catalana en la vía del autoritarismo postdemocràtico que avanza en toda Europa.

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