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“Un jardín con casa, no una casa con jardín”: así es la premiada vivienda de 146 metros cuadrados que se camufla con la vegetación

Con grandes ventanales y una cubierta en uve, Casa Mariposa, firmada por el arquitecto Bernat Llauradó, pasa desapercibida entre arbustos y árboles que entran, salen y juguetean con los límites del inmueble

El arquitecto Bernat Llauradó no lo podía creer. “Me daban carta blanca, libertad absoluta”, recuerda mientras relata la primera reunión que tuvo con unos clientes que buscaban un profesional que diseñara su vivienda. No le dieron referencias, ni le pasaron imágenes, nombres o lista de materiales. Solo le dijeron que necesitaban tres habitaciones, dos baños y una sala de estar que ejerciera también de cocina. Más allá, la única pista que le ofrecieron era tan amplia que se convertía en reto: “Querían un jardín con casa, no una casa con jardín”, relata Llauradó. A partir de esos escasos elementos dibujó Casa Mariposa que, gracias a su cubierta en uve, pasa desapercibida entre una densa vegetación que entra, sale y juguetea con los límites del inmueble para cumplir con la premisa indicada. El proyecto obtuvo una mención de honor en los Premios de Arquitectura de Girona 2025.

La situación es de las más singulares a las que se ha enfrentado este profesional desde que fundó su estudio en 2011 en Bordils (Girona) bajo el nombre de Taller de arquitectura. En este tiempo se ha especializado en arquitectura rural, sobre todo casas particulares en su entorno, aunque también ha desarrollado proyectos urbanísticos en el sur de Francia. Es un despacho pequeño desde el que dibuja, diseña, atiende a sus clientes y coordina el equipo de colaboradores con los que trabaja en cada ocasión. También es él mismo quien se desplazó a ver la parcela para este trabajo, ubicada a las afueras del municipio de Vilopriu, en el Baix Empordá, con forma de proa de barco y unos mil metros cuadrados.

Cuando fue a visitarla encontró que apenas tenía hierba y la vegetación espontánea era escasa. Todo el jardín estaba por hacer, así que lo desarrolló junto a la paisajista Mónica Martí en base a cinco elementos. Uno de ellos es un muro de piedra seca con mortero interior —no se ve— similar a las construcciones históricas del resto del pueblo. A ambos lados instaló una malla cinegética en forma de zigzag entre las que se plantaron diversas especies mediterráneas como lentisco o madroño, que generan una capa vegetal tupida e irregular que busca reproducir el desarrollo de la vegetación espontánea de la zona. Los especialistas también eligieron una serie de arbustos y árboles —magrano salvaje, arce, carpe, falso manzano— de baja demanda hídrica para crear un pequeño bosque al oeste de la vivienda. Después, dibujaron una serie de jardineras que ayudan a diluir volúmenes y donde crecen laurel, gaura, salvia, romero y otras plantas aromáticas. Y, finalmente, dejaron una zona para que una capa vegetal creciera a su libre albedrío, aunque terminó cubriéndose de césped. Como toque final, que define como romántico, creó un pequeño oasis subtropical con especies exóticas que necesitan escaso riego y aguantan bien las temperaturas bajo cero. Lo situó junto a la ventana del baño, a un nivel inferior al suelo. “Y así genera la sensación de que te estás duchando en un vergel tropical”, subraya Llauradó.

Tras el espacio verde, que ejerce de contenedor, llegó el turno de imaginar la casa, el contenido. La primera decisión fue plantear que tuviera solo una planta baja, sin más alturas, para que la relación con la vegetación fuese más intensa. La segunda, experimentar con las relaciones entre el interior y el exterior con el objetivo de romper la frontera entre ambos espacios. La tercera, apostar por una cubierta en uve. “Entiendo la arquitectura como algo que no impones en el entorno, sino que se integra y debe pasar desapercibida. La cubierta siempre aumenta el volumen, pero si la haces al revés es diferente: desaparece”, cuenta Llauradó, seguidor de la Mid-century Architecture, movimiento de mediados del siglo pasado en Estados Unidos que utilizó con frecuencia este tipo de tejado. Él mismo diseñó uno para su casa, que sirvió de ejemplo para sus clientes y resolver dudas como qué ocurre con el agua de lluvia. “Si se construye bien e impermeabilizas no hay problema alguno”, subraya el arquitecto, que destaca que esta fórmula, además de fundirse con el entorno, amplía los interiores. “Los espacios se abren hacia afuera generando más volumen. Y, además, permite tener alturas diferentes en las habitaciones y esa idea siempre me ha interesado”, apunta.

Cerámica, madera y azulejos de Masó

Casa Mariposa cuenta ahora con 146 metros cuadrados entre la zona privadas —que queda a la derecha de la entrada, con dormitorio, baño y lavadero— y las públicas, que incluyen un aseo para invitados, otra habitación, una gran sala de estar con cocina, comedor y chimenea. También hay espacios de transición de ángulos redondeados y vistas al exterior —y un banco a sus pies para sentarse y disfrutarlas— que permiten mantener la relación con el jardín en todo momento, como los grandes ventanales que ocupan buena parte de los muros y las puertas, la mayoría de vidrio. “Me gusta crear rincones donde pasan cosas y que cada espacio tenga sus propias dimensiones. La idea es que siempre haya conexiones entre el interior y el exterior y ningún recorrido sea monótono. Siempre que te vas moviendo hay puntos de vista diferentes a medida que crecen las plantas, cambia la luz o pasan las estaciones”, apunta Llauradó. “Así, una casa pequeña se hace grande”, destaca.

En cuanto a los materiales, las paredes de la vivienda son cerámicas con aislamiento intermedio, donde también hay una pequeña cámara de aire. “Quedan más gruesas, pero también más bonitas y funcionan muy bien térmicamente”, añade el arquitecto. En el exterior hay baldosas elaboradas a mano en la vieja rajolería Llensa, del municipio de Corçà (Girona). En la parte interior, cuentan con un zócalo creado con los propios ladrillos, para continuar con el fuste y finalmente acabar con madera en la parte alta y, así, unificar con la cubierta invertida, construida a partir de una la estructura prefabricada de vigas de abeto. Por fuera los muros son de ladrillo, material que también entra hacia dentro de la casa en lugares singulares como las escaleras o la chimenea. El suelo es de hormigón pulido. Para el baño se eligieron azulejos rayados producidos por Cerámica Ferres en La Bisbal bajo diseño de Rafael Masó. Y también hay diversos elementos de madera certificada de bosques regenerados. “Yo no quiero nada de plástico”, subraya el profesional.

La climatización se consigue con elementos arquitectónicos, aislantes y la propia vegetación. El pequeño bosque que hay al oeste, por ejemplo, deja pasar el sol en invierno para que caliente la vivienda, porque todas las especies son de hoja caduca. En verano, ocurre al contrario: las hojas ofrecen sombra, como también hacen las pérgolas de cañizo situadas en distintas partes del exterior. Hay igualmente un sistema de aerotermia por suelo radiante, que también es refrigerante en la temporada estival. “La calefacción se usa muy poco y, de momento, no tienen aire acondicionado”, explica el arquitecto quien, eso sí, cree que por muchos sistemas pasivos —como la ventilación cruzada— y naturales que se hayan diseñado, en plena ola de calor igual sí hace falta alguna refrigeración. “Aunque de momento ya ha pasado algún verano y no lo han necesitado, viven bien”, concluye.

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Sobre la firma

Nacho Sánchez
Colaborador de EL PAÍS en Málaga desde octubre de 2018. Antes trabajé en otros medios como el diario 'Málaga Hoy'. Soy licenciado en Periodismo por la Universidad de Málaga.
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